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Cecilia Vicuña: “Hay que trascender la idea de que el otro es enemigo”

“Que emoción más grande me da hablar de estas cosas, porque esa infancia es la que hace a una artista”, dice Cecilia Vicuña a LA NACION con la voz quebrada, mientras se seca los ojos en el M...

“Que emoción más grande me da hablar de estas cosas, porque esa infancia es la que hace a una artista”, dice Cecilia Vicuña a LA NACION con la voz quebrada, mientras se seca los ojos en el Malba. Allí se inaugurará el jueves Soñar el agua, la exposición más completa dedicada hasta hoy a esta poeta, artista visual y activista feminista chilena radicada en Nueva York, ganadora del León de Oro en la última edición de la Bienal de Venecia.

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Las lágrimas aparecen cuando recuerda su crianza “a pata pelada y en pelotas”, aprendiendo de la naturaleza y de una biblioteca con libros en cinco idiomas; entre ellos la Enciclopedia Británica, que “leía como si fuera una novela”. Y vuelven a surgir cuando se refiere al hallazgo de los restos de un niño enterrado vivo en un glaciar cercano a su casa, con hilos rojos en su mano, o al legado del artista peruano Jorge Eduardo Eielson. Supo sobre ellos cuando ya llevaba años trabajando con los quipus, un complejo sistema de comunicación tridimensional usado por los incas que tuvo un rol clave en la expansión del imperio más extenso de la América precolombina, y que los conquistadores intentaron eliminar por considerarlo subversivo.

Ese “lenguaje de nudos” ancestral que también inspiró las obras de Eielson no solo sobrevivió, sino toma ahora la forma de dos monumentales instalaciones que cuelgan en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. Una de ellas pertenece a la colección personal de su fundador, Eduardo Costantini, y la otra es una versión de la que Vicuña presentó en la Documenta de Kassel de 2017 y se exhibe ahora en la Tate Modern de Londres, a cuya colección pertenece. Los quipus retomarán también en el Río de la Plata su dimensión ritual, el sábado 9, en un encuentro que integrará la programación de la Bienal de Performance.

-¿En qué consistirá esa acción?

-Desde que yo empecé a entrar en el universo del quipu, intuí que no era solamente un objeto sino un modo de interacción. Entonces empecé a hacer rituales quipu. Con el tiempo me he encontrado con que efectivamente hay testimonios coloniales de grandes ritos realizados en Cuzco antes de la llegada de los españoles que son como quipus colectivos. Confirma lo que siempre he sentido: el quipu no es un objeto, sino una concepción del mundo. El primer quipu de encuentro lo hice en Colombia, donde viví casi cinco años, durante el exilio. Viví en muchos países, entre ellos la Argentina. Entre 1981 y 2004 viví parte del año en Buenos Aires, donde publiqué dos libros.

-¿Gran parte de tu obra desapareció por el exilio?

-La obra desapareció por los golpes militares. Dejé mucha obra en Chile cuando me fui a estudiar a Londres, y cuando fue el golpe no pude volver. Muchos botaron mis obras a la basura. Tuve tres grandes pérdidas: la de Chile, la de Londres y la de Bogotá. En la Argentina hice muy poca obra porque me dedicaba a la poesía.

-¿Cuándo fue tu primer encuentro con el quipu?

-Yo empecé a recoger basura, y a armar estructuras como el Pueblo de altares, en enero de 1966. No te puedo dar una fecha igual de precisa con respecto al quipu, pero la primera aparición de la cual tenemos evidencia es en mi Diario estúpido, del que se acaba de publicar una selección. Lo comencé el 4 de diciembre de 1966 y terminó en el ‘71. Ahí aparece como un poema, en el cual el quipu son mis piernas. El primer quipu objeto lo hice en Londres en el ‘73 o ‘74, con basuritas que recogía en la calle. Porque yo misma vivía como una basurita, como un desecho. Las personas que habíamos vivido el periodo de la Unión Popular en Chile fuimos descartados como personas, como pensantes, como creadores. Algunos nunca se han recuperado.

-¿Cuál es la relación de tus quipus con los de Eielson?

-Me enteré de su existencia en los años ‘80. Hice un libro que se llama The Oxford Book of Latin American Poetry, y ahí encontré antecedentes de artistas poetas como yo que habían hecho obras en el espacio. Uno de ellos era Eielson. Hice una exposición en NY, en homenaje a ellos, y ninguno tenía noción de que había otros haciendo obras hermanas. En los ‘60 o los ‘70 nadie podía saber qué hacían los otros. No supe de Hélio Oiticica o de Lygia Clark hasta que llegué a Londres, y las obras de ellos tienen todo que ver con lo precario. Existe esa hermandad latinoamericana de asociarse con el desecho, con lo que no tiene valor, que es una metáfora de nosotros mismos. Especialmente nosotras las mujeres, y más desechables si somos mestizas. E indígenas, ni qué decir.

-Vos tenés raíces indígenas y europeas. ¿Te sentís más tirada por unas que por otras?

-Me siento tirada por las dos, pero la indígena está más cerca del corazón porque es mi mamá. Desde muy chiquitita supe que valía menos que mis primitas, que eran rubias. Y que mi hermanito, porque él era hombre. Ese saber que uno no vale, es instantáneo. Me sentí indígena siempre pero hice mi ADN cuando tenía más de cincuenta años. Ahí salió que mi papá es una línea vasca que viene de Irlanda, y mi madre una línea del límite entre Mongolia y Tíbet. Las dos migraciones vienen de África. Todos somos parientes.

-Cuando ganaste el León de oro dijiste: “Necesitamos urgentemente encontrar una forma de estar en esta tierra”. ¿Cómo imaginás esa nueva forma?

-Amar. Amar lo que somos como seres humanos. Amar lo que existe. Amar todo, incluso el conflicto y la dificultad. Ése es el modo indígena. Y los pueblos que han mantenido esa cultura han sobrevivido millones de años. Tenemos que trascender la idea de que el otro es enemigo. El otro es nuestra contrapartida, nos completa. Hay que admitir la realidad increíble de la interdependencia y de la interconexión. Por eso importa el quipu, por eso el quipu volvió.

-¿El quipu fue exterminado por los colonizadores?

-Esa es la idea con la que yo crecí. Pero con los años se ha sabido que no es verdad. Sobrevivió en la cultura invisible, que es la de los pastores y de los campesinos.

-¿De qué manera lo relacionás con el exterminio actual de las especies?

-Lo relaciono porque el intento de exterminio es lo que sufrió el quipu. Hubo claramente una persecución: se incendiaron los quipus, se mató a los quipucamayoc y se prohibió, directamente. Eventualmente desapareció de la cultura visible, de la cultura reconocida en los libros. Pero el quipu como práctica, como visión del mundo, permaneció en las comunidades más escondidas del altiplano.

-¿Y qué creés que tiene el quipu para decirnos? ¿Por qué volvió?

-El quipu es una metáfora de la unión. Los seres que crearon el quipu inmediatamente comprendieron que el hilo era una metáfora del cordón umbilical y de la relación del agua que está en la tierra con el agua cósmica. Yo estaba en NY cuando se informó que se había descubierto agua en el polvo intergaláctico. Es exacto lo que vienen diciendo las pastoras hace miles de años. Los creadores del quipu intuyeron esa dimensión cósmica del agua y de su relación con el hilo. Ahora se está extinguiendo el agua dulce, los glaciares…

-¿Por eso el título de la muestra?

-Exacto. Yo crecí al pie de un gigantesco glaciar. Los incas hacían quipus mentales, virtuales. Que consistían en considerar la relación entre el Cuzco y las fuentes de agua en los glaciares, por ejemplo. El último punto de ese quipu mental es el glaciar frente al cual yo nací. Los puntos de ese quipu mental, que se llamaba ceque, eran huacas, lugares sagrados. Montañas, vertientes, lagos. Lugares que las comunidades estaban encargadas de proteger, cuidar y mantener. Era un quipu de responsabilidades y cuidado de las fuerzas vivas.

-¿En qué te cambió haber recibido el León de Oro?

-Me dio la esperanza de que, si una obra como la mía podía ser vista de esa forma, todo un universo de arte, de mujeres indígenas y mestizas de todo el planeta, podían ser visibles también. No lo interpreté como algo para mí, sino para el universo del que soy parte. Es una poética amerindia, que ama lo europeo.

Para agendar:

Cecilia Vicuña. Soñar el agua en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415), desde el jueves 7 de diciembre a las 19 hasta el 26 de febrero. Conversación inaugural: el jueves 7 a las 18. Quipu de encuentro con el Río de la Plata en el marco de la Bienal de Performance el sábado 9 de diciembre a las 17, con salida desde el hall del museo.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/cecilia-vicuna-hay-que-trascender-la-idea-de-que-el-otro-es-enemigo-nid30112023/

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