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Yo no soy una doble

Ella tiene la piel blanca, los ojos claros, los labios simétricos y las mejillas justas, con el pómulo que marca la juventud. Ella también. Ella tiene el cabello recogido con la raya al costado,...

Ella tiene la piel blanca, los ojos claros, los labios simétricos y las mejillas justas, con el pómulo que marca la juventud. Ella también. Ella tiene el cabello recogido con la raya al costado, el cabello castaño, el cuello delgado y las cejas finas, como un arcoíris en blanco y negro. Ella también. Ella luce las pestañas como una cosa a mirar aparte. Ella lo mismo. En la foto las dos están abrazadas, un gesto de familiaridad fingida. Es más, están pegadas. Ella sostiene su brazo alrededor de su cuello como una toma de arte marcial dulce que termina en sus manos juntas y ella responde con el cuerpo y con la mano izquierda, que coloca sobre su hombro, y la derecha, con la que atrapa por la cintura. Son las dos caras de algo. Una misma. Y sin embargo no tienen nada que ver entre sí.

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François Brunelle es fotógrafo, vive en Canadá y desde 1999 retrata a dos como ellas: parecen gemelas, pero la historia no las vincula. No tienen lazos familiares. No se criaron cerca. Tal vez ni siquiera vivan en el mismo continente. Tienen muchos genes en común. A veces más que cualquier par de hermanos. La idea de captar iguales con su cámara la sacó de su experiencia: él encontró a su doble –por decirle de alguna forma porque nadie podría confirmar que son dos, puede haber más, por qué no– a su doppelgänger según la literatura, años atrás: es actor, inglés, se llama Rowan Atkinson y la gente lo conoce por su personaje Mr. Bean. Los dos la nariz flaca y en punta, los dos la boca alargada, los dos las arrugas marcadas en el punto en que comienzan las mejillas, los dos la pera rectangular, los dos las cejas bien llenas, los dos las orejas de ese estilo, con los lóbulos que caen, los dos los ojos cansinos y la frente liberada del resto. iguales. Entonces Brunelle pensó lo lógico: no somos los únicos. Salió a buscar y encontró más primero gracias a la ayuda de conocidos y luego, de la prensa. Le escriben desde cualquier lugar para esto, para decirle yo también tengo otro yo. Qué perturbador.

Hace unos días fuimos a un bar con mis amigas de toda la vida, fuimos a un bar al que solíamos ir cuando la vida pasaba mucho por salir, y ahí sentada en una banqueta a unos metros de nuestra mesa vi a una mujer y tuve que mirarla una y otra vez para no pararme y decirle: Sol, ¿qué haces acá? ¿Cómo no me avisaste que venías para Lomas? Ella era igual a Sol por el cuerpo, por el rostro, pero además tenía el pelo corto como Sol y se vestía como Sol y llevaba esos aros gigantes de colores y plástico que suele llevar Sol. Por un momento pensé que lo que estaba pasando allí, en ese bar que ahora poco tenía que ver con el bar que frecuentábamos años antes, era algo espectacular. Qué engreída.

La serie de fotografías de Brunelle, Je ne suis pas un sosie (Yo no soy un doble), se expuso en varios países, cuenta con más de doscientos pares, llamó la atención de científicos que estudian las relaciones genéticas y lleva algo en ese no. Dice el fotógrafo que no, que no somos dobles. Me hizo pensar en mis doppelgänger, no tanto en cómo lucirán porque bueno, deben ser como yo, pero sí en qué harán, en cómo serán, en qué habrán conseguido, ¿tendrán aquello que yo no? Qué tal si nos reunimos y nos contamos. Quizás entre todos lleguemos a uno, uno entero de una buena vez. Sería un alivio. ¿Sería un alivio?

Volví a pensar en ese no del título. No somos dobles. Ese no como ironía. No somos, porque por supuesto que lo somos. Las fotos de Brunelle son prueba. Son prueba de que el infinito no existe. Son prueba de que aunque hagamos esfuerzos nos repetimos. Son prueba de que no somos únicos. De que las cosas tienen bordes y que después de ellos no hay nada. Nunca se sigue y se sigue y se sigue. Qué vamos a hacer. Solo nos queda aceptar. Y rendirnos.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/yo-no-soy-una-doble-nid28092023/

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