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Un Japón secreto a la vuelta de la esquina

Qué curioso. Si alguien quisiera en 2023 conocer lo que era un bar de Buenos Aires antes del sarpullido de delis y cafés de especialidad takeaway-lungo-latte que se inauguran de manera invariable...

Qué curioso. Si alguien quisiera en 2023 conocer lo que era un bar de Buenos Aires antes del sarpullido de delis y cafés de especialidad takeaway-lungo-latte que se inauguran de manera invariable como una innovación de la sociabilidad (¿tomar café?) sin caer en los cafés protegidos por “notables” debería mudarse a Japón. Menos por nostalgia que por encontrar un refugio al estilo de no lugar cosmopolita, en el GPS sobreviven especies en extinción como el bar El Tokio. Que estaba mucho antes que desembarcara el sushi y un poco después de que se esparcieran las tintorerías con sus nombres alusivos (Osaka, Kyoto, Tokio también) y su kitsch japones de calendarios con picos nevados y templos ancestrales. No hay mucho que explicar aquí. El Tokio se llama así porque está en la esquina del pasaje Tokio y la avenida Álvarez Jonte, en algún punto de la frontera entre Villa Santa Rita y Villa del Parque, Tierra Media oeste de Buenos Aires. Se lo adivina de lejos por su techo enchapado que capea el temporal de lo que se pierde, de lo que se transforma. (¿Acaso alguna vez esta fue la forma de la plaga? Imposible saberlo, no puede vivirse en un tiempo distinto al que toca). Por dentro, es lo que era un bar tradicional ya en los 70. Que también es el tiempo en el que, entre el animé, Yoko, la estética de una tintorería (“El León”) en la esquina de Víctor Martínez y Pedro Goyena y la fascinación con la electrónica hi fi, inicié mi viaje nunca consumado a Japón.

De eso también se trata el trabajo que hoy estrena el fotógrafo Facundo de Zuviría en Fundación Larivière. Una muestra y un libro que se llaman Japón sin que eso se refleje en un conjunto de vistas contrastadas de hipermodernidad y templos sintoístas; cerezos en flor y geishas o rufianes yakuza; excentricidades otaku y cartelería virtual. El libro y la muestra se llaman Japón sin que su cámara haya recorrido el país que siempre, antes, los años del café El Tokio, era el nombre del futuro. Todas estas imágenes dispuestas en dípticos fueron tomadas por De Zuviría antes de la pandemia, con lo cual ya son la documentación de un mundo cuyos cambios todavía no fuimos capaces de mensurar. Pero además pertenecen a una práctica de flâneur literario que se ha vuelto un método de este cazador de la identidad urbana de Buenos Aires. Muchas de las fotos fueron sacadas en las recorridas azarosas que le proponen sus búsquedas de libros de poesía modernista por Mercado Libre.

Detrás de muchas de estas imágenes de maniquíes, persianas, grafitis, paredes descascaradas o afiches superpuestos está, entonces, su búsqueda por Prosas profanas de Ruben Darío, Calices vacíos de Delmira Agustini, Simpatías y diferencias de Alfonso Reyes o una primera edición de Las cosas y el delirio de Enrique Molina. Todos libros de poesía modernista que se corresponden con las imágenes que el fotógrafo encuentra en camino al punto de entrega, una suerte de micro turismo literario a la deriva, dictado por los indescifrables mapas que proponen los libros, mas inefables aún si son de poesía.

Y fue así, fotografiando lo que el camino al próximo tesoro de biblioteca le indicaba, que aparecieron señuelos de este libro y esta muestra. Una ferretería llamada Japón, ideogramas orientales al azar que pueden ser chinos o coreanos pero evocan el fantasma de Oriente, apariciones que le dieron a la curadora Paula Serrat la certeza de que en estos dípticos lo que se ponía en juego era un país imaginado, utópico, librado a las arenas de la ficción.

Es curioso, sí. Al repasar un adelanto digital del libro veo que De Zuviría tiene el don de aislar fragmentos de una ciudad en cambio permanente, un puzzle para futuros arqueólogos. Y redescubro que para mí, de forma acaso intransferible, una manera de retener la ciudad en la que aprendí a caminar solo tiene este mismo nombre: Japón. Y quizá si nunca pude ir es porque siempre estuve ahí (anhelando las imágenes fantásticas de un calendario en una tintorería).

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/un-japon-secreto-a-la-vuelta-de-la-esquina-nid20052023/

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