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¿Para qué sirve la escuela? La lección de Korczak

“La ciudad está arrojando a niños en mi camino, como pequeñas conchas de mar, y yo simplemente soy bueno con ellos. No les pregunto de dónde vienen, ni por cuánto tiempo ni adónde van, para...

“La ciudad está arrojando a niños en mi camino, como pequeñas conchas de mar, y yo simplemente soy bueno con ellos. No les pregunto de dónde vienen, ni por cuánto tiempo ni adónde van, para bien o para mal”, escribió en su diario, Janusz Korczak, director durante décadas de la Casa de Huérfanos de Varsovia, donde llegó a velar, cuidar y dar de comer a centenares de niños judíos en pleno gueto de Varsovia, avanzada la Segunda Guerra Mundial.

Korczak –periodista, escritor, médico, educador- dedicó su vida a la niñez. Sobre todo, a quienes ya no tenían nada ni a nadie. Es conocido principalmente porque, aun pudiendo salvarse de la barbarie nazi, decidió no hacerlo. Eligió, en cambio, cuando el régimen fue por ellos, ser fiel a sus convicciones y marchar con sus niños hacia la muerte segura en las cámaras de gas.

Menos conocida, aunque frecuentada en el campo de la educación, es una de sus propuestas pedagógicas en ese fatídico contexto, en el que un trozo de pan era considerado un tesoro invaluable. Alarmado por el nivel de violencia que se vivía dentro del orfanato, con creatividad e inteligencia, encontró una solución provisoria: una caja.

¿Para qué? Para inventar una norma que entendía necesaria en ese marco. A partir de la instalación de la caja dispuso que las riñas y golpes eran permitidos en la institución. Con una sola condición: todo aquel que quisiera pelear debía informar las razones por escrito y colocarlas en la caja veinticuatro horas antes. Quienes no sabían escribir debían pedir ayuda a quien supiera.

La caja se abriría cada vez que fuera necesario; con ello, nacía un espacio que habilitaba la palabra y, con la palabra, la oportunidad de la escucha, que siempre implica espera y, por ende, la apertura de un espacio de posibilidad en el que la violencia se transforme, se canalice, se sublime y encuentre, tal vez, un dique de contención hacia horizontes más constructivos. La caja no fue mágica, pero introdujo una útil novedad allí donde todo parecía perdido.

Como educadora vuelve a mí la imagen de la caja de Korczak en múltiples situaciones, por su potencialidad como dispositivo pedagógico. También, cuando soy protagonista y testigo de la violencia, odio, rabia desenfrenada y reacciones impulsivas que circulan en grupos de WhatsApp y demás redes sociales en estos tiempos de deseo de satisfacción inmediata que, siguiendo al filósofo Byung Chul Han, son de indignación y de escándalo.

¿Cuán mejores seríamos personalmente y como sociedad si lográramos detenernos, ya no veinticuatro horas, al menos unos segundos, antes de soltar nuestra ira en cualquiera de los soportes digitales que usamos diariamente? En principio, generaríamos mejores condiciones para desarrollar nuestra capacidad de espera, antesala de la responsabilidad individual y colectiva. Y de escucha, indispensable para elevar la calidad de nuestras conversaciones.

Sabemos que son muchísimas las cuestiones a cambiar en el marco educativo y no tenemos certeza acerca de cómo serán las escuelas del futuro. Pero hoy, con seguridad, podemos afirmar que todo en nuestro entorno nos alienta a tomar decisiones cada vez más rápidas, sin necesariamente pensar en las consecuencias. Y que el desarrollo de la inteligencia artificial nos está llevando cada vez más lejos; tanto, que pareciera que muy pronto todo nos será posible. Por ello, desde ahora y de aquí en más, no habrá bien más valioso que aquello que nos haga a las personas sentirnos más humanas, como lo advirtiera ya hace unos años el inmenso Alessandro Baricco. De allí que la tarea de enseñar y aprender a vivir juntos es -más que nunca- primordial. Y la educación ética y emocional para ayudar a las nóveles generaciones a autogobernarse, indelegable. En definitiva, enseñar a diferir los primeros impulsos, a esperar, para generar espacio a la capacidad reflexiva, a la empatía, todas habilidades incompatibles con la inmediatez y la instantaneidad.

Ya lo dijo el maestro Séneca allá por el siglo I: la demora es el mejor remedio contra la ira; cualquier cosa que quieras saber cómo es, confíala al tiempo, porque nada se ve con precisión en medio del oleaje.

* la autora es licenciada en Ciencia Política y magister en Gestión de Proyectos Educativos

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/para-que-sirve-la-escuela-la-leccion-de-korczak-nid29052023/

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