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Macedonio presidente

“¿Es un “escritor” propiamente dicho? ¿Es un filósofo? ¿Es un poeta? ¿Es un humorista? ¿Es todo en uno, pero quizás a medias o a cuartas?” se preguntó alguna vez Adolfo de Obieta so...

“¿Es un “escritor” propiamente dicho? ¿Es un filósofo? ¿Es un poeta? ¿Es un humorista? ¿Es todo en uno, pero quizás a medias o a cuartas?” se preguntó alguna vez Adolfo de Obieta sobre Macedonio Fernández (1874-1952), el padre heterodoxo que le tocó en suerte.

Al “metafísico” Macedonio (1874-1952) se lo puede definir de todas esas maneras, pero habría que agregarle una más. Uno de sus seguidores, Borges, decía que era mucho más cautivador y original en la conversación que en sus escritos. No es difícil tenerlo entonces como uno de los mejores personajes que dio la literatura argentina, de esos que exceden cualquier página.

A Macedonio, siempre inclasificable, hoy lo podemos designar sin más como vanguardista y al Museo de la Novela de la Eterna como la mejor de nuestras antinovelas

Publicó poco en vida, pero dedicó décadas a un continuo work in progress, al que le resultó imposible ponerle punto final. Museo de la Novela de la Eterna, que se conoció de manera póstuma, es famosa por su capa geológica de prólogos juguetones, tantos que siempre se olvida que al final hay un relato. Ese relato tiene como protagonistas al Presidente y la Eterna, en una estancia perdida que se llama “La Novela”.

Supongo que a Macedonio, siempre inclasificable, hoy lo podemos designar sin más como vanguardista y al Museo... como la mejor de nuestras antinovelas. No tanto por su estilo enrevesado (la aspiración macedoniana de que la prosa debe evitar toda musicalidad la vuelve un poco incómoda), sino por su seguridad de que importa menos el arte que cambiar la vida .

Leyendo su Epistolario, di en estos días con una carta al periodista Enrique Fernández Latour en la que le cuenta su propósito de “ejecutar en las calles de Buenos Aires, casas y bares la novela” y publicarla al mismo tiempo en un diario como folletín. Vale decir, una suerte de performance secreta y a la vista de todos. No se refería al Museo..., pero el germen ya estaba ahí.

La carta no tiene fecha, aunque pertenece a los años veinte del siglo pasado, los tiempos en que a Macedonio también se le cruzó la idea de presentarse como candidato a presidente, al término del primer período de su admirado Hipólito Yrigoyen. La leyenda más al uso suele indicar que no era más que una broma ideada por sus acólitos y que la estrategia consistía en introducir volantes con la consigna “Macedonio presidente” en los bolsillo de los abrigos colgados en las confiterías y otros sitios estratégicos. Una planeada obra a varias manos, El hombre que fue presidente, hubiera sido otra forma de publicidad. Los rastros de ese juego serían visibles en la novela póstuma, con su Presidente, y también en “El Congreso”, un cuento tardío que Borges incluyó en El libro de arena.

Candidatearse era para Macedonio sobre todo una cuestión de ‘inventiva’, nada muy distinto ‘a un descubrimiento químico o musical’

Pero tal vez haya habido algo previo, menos lúdico. Según Álvaro Abós, en su Macedonio Fernández. La biografía imposible, las misivas de Macedonio a su primo Mariano del Mazo también revelan cierto interés concreto por la conspiración política. Candidatearse, según revela en esas cartas, era para él sobre todo una cuestión de “inventiva”, nada muy distinto “a un descubrimiento químico o musical”. ¿Su idea?: apalabrar de cien a trescientos amigos, que a su turno obtuvieran en dos meses diez adhesiones, lo que pronto daría “forma a una plataforma y plan de trabajos de gran esperanza”. Borges lo definió así: “Muchas personas se proponen abrir una cigarrería y casi nadie ser presidente: de ese rasgo estadístico deducía que es más fácil llegar a ser presidente que dueño de una cigarrería”.

Macedonio se tenía de joven por un anarquista spenceriano. Su fe individualista y antiestatal –tan distinta a la materialista de hoy– no buscaba tanto el triunfo como saber que, de perder, al menos su acción permitiría que los “maximalistas” abandonaran los dogmas que asfixian al individuo “y empobrecerán a todos”. Nunca hubo las menores noticias de una postulación: entre 1922 y 1928 gobernó Marcelo T. de Alvear. Cien años después, y frente a las miserias de la oferta electoral, mi voto simbólico es para él, para Macedonio.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/macedonio-presidente-nid16112023/

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