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Lecciones de la democracia que Uruguay aprendió, a 50 años del golpe

“Un partido y sus candidatos emergerán triunfantes de las urnas, pero no habrá derrotados, porque venciendo la democracia y consagrándose el respeto a la voluntad popular, la victoria será de...

“Un partido y sus candidatos emergerán triunfantes de las urnas, pero no habrá derrotados, porque venciendo la democracia y consagrándose el respeto a la voluntad popular, la victoria será de todos. Como será de todos, la responsabilidad de sacar adelante al país y de contribuir a la estabilidad del gobierno que asumirá la ímproba tarea de conducir la nave del Estado”. La reivindicación tan fuerte de la democracia, la valoración de la convivencia partidaria aun entre adversarios ideológicos y la apuesta a la “estabilidad” quedaron impregnadas en la matriz política de Uruguay como un aprendizaje después de haber sufrido una larga dictadura.

Esa expresión es un extracto de la proclama del acto multitudinario del 27 de noviembre de 1983, que fue firmada por todos los sectores políticos –de todos los partidos–, en un arco ideológico que iba de la derecha más dura a la izquierda más extrema, pasando por todas las variantes de centro. No había esa valoración tan alta de la democracia antes del golpe, en los años 60 y 70, cuando el país cayó en una espiral de violencia y falta de respeto por las instituciones. Hace 50 años, el 27 de junio de 1973, Uruguay veía caer su democracia y asumir que, aunque parecía un país distinto de sus vecinos, no era ajeno a los dramas de la región. El país aprendió de aquel desgarro y lleva ocho gobiernos consecutivos de cinco años cada período, con alternancia político-ideológica.

Cada jefe de Estado pasó la banda presidencial a su sucesor en ceremonias de celebración democrática, y no solo se cumplió lo protocolar: se hizo con sentido republicano. En cada recambio de gobierno no hubo refundación de país: hay ejemplos de políticas de continuidad en lo macro para asegurar estabilidad y seguridad jurídica. Jorge Batlle, un liberal de raíz política histórica, pasó la banda al primer presidente de izquierda de Uruguay, el socialista Tabaré Vázquez, y lo hizo sonriendo y con un abrazo. Es obvio que hubiera preferido pasarla a uno de los suyos, pero Batlle entendía el valor republicano de aquel gesto.

Luego de tres períodos de izquierda, Vázquez pasó la banda a Luis Lacalle Pou, un nacionalista liberal, y lo hizo aplaudiéndolo. Claro que Tabaré quería a un socialista en ese momento, pero saludó con altura y afecto a su sucesor en el mando, convencido de que eso era lo que correspondía. En Uruguay hay confrontación ideológica y política, pulseadas y zancadillas; choques que a veces se vuelven ásperos, pero hay diálogo y acuerdos. Hay entendimiento de los roles en una república: el que gana gobierna y el que pierde controla desde la oposición y ofrece alternativa para el cambio. El que gana gobierna, pero no dispone del poder absoluto, sino que debe negociar para construir una red de apoyo.

¿Por qué cayó la democracia en 1973 en Uruguay? Porque no era tan sólida como parecía, porque subestimaron el mal que se venía, porque no advirtieron el poder de militares golpistas que asechaban esperando su oportunidad, pero sobre todo porque la democracia no había sido valorada como tal, y por eso algunos la devaluaban como sistema. Cayó porque era la secuencia de todos los países sudamericanos cuando la Guerra Fría se instaló en el continente luego de nacer en Europa y replicarse en Asia y África, como una pulseada mundial entre socialismo y capitalismo. Llegó a América con la revolución cubana de 1959, con la irrupción de movimientos guerrilleros que organizaban la revolución para convertir a su país en un Estado socialista, y con respuesta de represión policial y militar, con desbordes, abusos y degradación institucional, para dar un golpe y controlar el poder con dictaduras. En Uruguay, con la democracia recuperada, las siete elecciones nacionales fueron ganadas con propuestas moderadas en su contenido y consignas de estabilidad, unidad, paz.

“Un cambio en paz” fue el lema de Julio María Sanguinetti en 1984, durante la campaña electoral que lo llevó a su primera presidencia. No prometía el “país de las maravillas”, sino algo tan simple como que el regreso a la democracia fuera en paz. La Argentina tuvo otros sobresaltos, con Seineldín, Aldo Rico o Gorriarán Merlo, carapintadas golpistas o revolucionarios fanáticos, pero la banda oriental lo atravesó sin esos traumas. En 1989, Luis Alberto Lacalle de Herrera logró para la siguiente elección el acuerdo de un programa común de todo el Partido Nacional, algo que esa colectividad de “los blancos” no había tenido nunca desde el origen de esa divisa, en 1836. “Creer para crecer” fue su consigna. En 1994 volvería Sanguinetti con la consigna: “El Uruguay entre todos”, y con un socialdemócrata de vice: el popular Hugo Batalla, que venía del izquierdista Frente Amplio. La expresión “entre todos” estaba asociada a la idea de avanzar más allá del pensamiento único aceptando diversidad en la unidad. La banda la pasaría cinco años después a otro colorado, pero de la corriente liberal: Jorge Batlle, que en 1999 se presentó con la consigna “Juntos por el Uruguay”, por la alianza entre adversarios históricos, colorados y blancos, que para el ballottage usaron el lema: “Llegó la hora de votar juntos”. Valores de unidad, de acoplar ideas en un programa común, un contrato con el votante, vinculado a un programa de gobierno.

Aquel período sufrió recesión, contagiada de la Argentina y Brasil, problemas sanitarios (duro impacto en ganado) y la crisis financiera, pero los uruguayos no salieron a prender fuego y gritar “que se vayan todos”. El gobierno completó el período y dejó el país encaminado hacia el crecimiento, pero con un alto costo económico y social. Para 2004, Tabaré Vázquez lideró la izquierda con la consigna: “Cambia todo cambia”. Ese “Cambiemos” no tuvo alcance de refundación como pasó en Venezuela, Bolivia, Ecuador, sino que mantuvo una línea de política macroeconómica de estabilidad y de seguridad jurídica para inversores nacionales y extranjeros.

José “Pepe” Mujica se vistió de traje para posar junto a su vice, el reconocido economista Danilo Astori (que encabezó a fines de los noventa el aggiornamiento de la izquierda), con la consigna: “Un gobierno honrado, un país de primera”, lo que combinaba la imagen de ética para gobernar y la promesa de un camino al Primer Mundo. Vázquez fue en busca de su segunda presidencia en 2014 con la consigna: “No vuelvas atrás”, para transmitir al electorado la voluntad de “seguir avanzando” en su proceso de medidas, y el riesgo de perder lo obtenido en dos períodos. En 2019, Luis Lacalle Pou, levantó la bandera de “lo que nos une”, que no fue solo deseo, sino acción, porque hizo una plataforma de medidas con las coincidencias programáticas de cinco partidos políticos, para asegurar mayoría parlamentaria a reformas estructurales.

Uruguay sufrió una dictadura que no esperaba y que fue más larga de lo previsto, pero aprendió de eso y hoy tiene el período de democracia más largo de su historia, sin interrupción alguna, con todos los presidentes completando su mandato entero, y con transmisión de mando republicana, respetuosa y afectuosa. La conmemoración del 50º aniversario se hace con todos los partidos, con gremios obreros y empresariales, con jóvenes cantando el himno en el mismo palacio de la ruptura, con el presidente actual y con los presidentes de la democracia, todos de distinto signo ideológico, y se hace con reivindicación de la democracia. Aunque nunca hay que bajar la guardia, se siente que Uruguay aprendió la lección.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/lecciones-de-la-democracia-que-uruguay-aprendio-a-50-anos-del-golpe-nid27062023/

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