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Laura Di Marco: “Las caras de la hipocresía”

Hace once años hice una profunda investigación sobre La Cámpora, que se volcó en un libro. Aquel libro de principios de 2012 arrancaba con una frase de Néstor Kirchner. Les hablaba a sus hijos...

Hace once años hice una profunda investigación sobre La Cámpora, que se volcó en un libro. Aquel libro de principios de 2012 arrancaba con una frase de Néstor Kirchner. Les hablaba a sus hijos políticos. La escena relatada era 2008, en la Quinta de Olivos.

“Muchachos, hay algo que tienen que entender. En política, hay dos clases de tipos: los que trabajan para un proyecto colectivo y los cogedores sueltos. A las dos de la segunda categoría hay que saber detectarlos a tiempo porque, tarde o temprano, te terminan cagando”

Néstor Kirchner se refería a Sergio Massa y a otros dirigentes que, en ese entonces, estaban dentro del kirchnerismo, como Martín Loustau, y a quiénes Néstor Kirchner percibía como políticos con desmedidas ambiciones personales. Políticos, como el caso de Massa, tal vez demasiado parecidos a él.

Muchos años más tarde, en 2023 y tal como lo había pronosticado Néstor, Massa extorsionó a su viuda para quedarse con la candidatura única del reciclado kirchnerismo, ahora Unión por la Patria. O, como le llaman en las redes, “Unión por la Plata”.

Massa amenazó con renunciar y tirarles el Ministerio de Economía por la cabeza si no se cumplía con su ambición de ser ungido como el único candidato a presidente: “Si no soy el candidato, después de las Paso explota todo”.

Así fue como “Wadito” pasó a ser un De Pedro traicionado y Scioli también, al que Alberto Fernández bajó de un hondazo que horas más tarde aparecía a los abrazos con el Presidente en el despacho presidencial.

Estos tres son tres personajes que se detestan entre sí, pero le mienten a la gente mostrándose armoniosos. Son hipócritas. Montan un show. Digamos las cosas como son. Cristina le ordenó esta semana a Scioli, el humillado, que se junte con Sergio Massa para mostrar una ficción de unidad.

Si les aplicaran el suero de la verdad surgiría que se odian. Se odian tan profundamente que, cuando Massa enfrentó al kirchnerismo en 2013, y Scioli era gobernador sufrió un extraño robo en su casa de Tigre. Los Massa siempre lo culparon a Scioli y lo interpretaron como una intimidación.

En esto Malena Galmarini coincide con D’Elía que, al menos, es menos hipócrita que los demás y dice lo que la militancia piensa de verdad sobre Massa. El peronismo es el juego por ver quién es peor que quién. O más hipócrita.

Amado Boudou, condenado en tercera instancia -tiene condena firme- por robarse la máquina de hacer dinero, está trabajando, como si nada pasara, junto con su amigo Sergio Massa en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

Esta fue la primera semana de Massa ministro de Economía y precandidato a presidente. La semana que viene tiene que traer algo del acuerdo con el Fondo, por eso se abre para él una semana crucial.

Cuando militaban juntos en la Ucedé de Álvaro Alsogaray, Massa y Boudou tenían a un jefe político que se llamaba Carlos Maslatón. El nuevo rockstar liberal, ahora fanático de Cristina Kirchner.

La Cámpora y la militancia K no se fuman a Massa, pero se acomodan con Massa. Llenaron las listas con sus candidatos. Agustín Rossi, el ahora precandidato a vicepresidente de Sergio Massa, lo detesta desde siempre y lo ubica -con toda claridad- en el campo de la nueva derecha.

Massa, la nueva derecha. Massa, peor que Macri, como dice ahora D’Elía. Massa, un océano de un centímetro de profundidad como dice Aníbal Fernández. La Cámpora es aliada de China y de la dictadura de Maduro.

Massa tiene lazos más que estrechos con la embajada de Estados Unidos y con el círculo rojo de la Argentina que empujó por su candidatura. Ojo, también el FMI empujó por su candidatura. Pero, ¿cómo? ¿Máximo Kirchner no había renunciado a su banca por el acuerdo con el Fondo y ahora tiene un candidato apoyado por el propio Fondo?

Es así. La hipocresía tiene muchas caras. La dictadura de Maduro, estrecha aliada del kirchnerismo y sobre todo de La Cámpora, inhabilitó a la candidata favorita de la oposición por 15 años. María Corina Machado lidera las encuestas para las elecciones presidenciales de 2024.

Lo asombroso del asunto es que el kirchnerismo se llena la boca afirmando que es víctima de una persecución judicial cuando apoya, de manera abierta, a sistemas que encarcelan o expulsan a opositores. No todo es lo que parece.

La hipocresía de la sociedad encarnada en el caso Silvina Luna

La noticia del grave cuadro de salud por el que atraviesa Silvina Luna, intoxicada con metacrilato, aplicado por el médico Aníbal Lotocki en 2011, desató un debate nacional sobre el fanatismo de las argentinas -pero también de los argentinos- por las intervenciones estéticas para parecer más jóvenes y menos imperfectos.

Esta semana he llegado a escuchar acusaciones que casi la convertían a Silvina Luna en culpable de su destino. La acusaban de haber sido manipulada. Lo que le falta a ese “análisis” es que miremos de frente nuestra propia hipocresía y que examinemos realmente nuestras propias creencias. Y después que cada cual haga lo que quiera con su cuerpo. Acá no demonizamos nada, ni a nadie, pero sí saber que hay en el fondo del drama de Silvina Luna.

Si se mira el mundo de los políticos hay pocos que tenga como parejas a “mujeres reales”. A mujeres normales. La mayoría -o los más visibles- tienen al lado mujeres que son verdaderos modelos de belleza -y modelos aspiracionales, también- o a mujeres 20 o 30 años menores que ellos. Con los empresarios sucede exactamente lo mismo.

Estos son los aspiracionales que luego baja a la sociedad. De hecho, por eso el boom de los padres mayores de 60, que tienen hijos con mujeres 20 o 30 años menores que ellos.

No acusamos a nadie, solo describimos una realidad, que es obvia y visible. Hablamos de una sociedad edadista, que expulsa a los mayores, que los hace sentirse invisibles y hasta afuera de la vida. Las mujeres lo sufren especialmente, pero también afecta a los hombres.

La vejez, ser vieja. La amenaza de verse fuera del mundo del espectáculo o de la televisión por “parecer” mayor (no tanto por serlo) está en el trasfondo de la gravedad del cuadro que atraviesa Silvina Luna.

Quién expuso el edadismo en blanco sobre negro, tal vez sin quererlo, fue Elisa Carrió. Y luego pidió disculpas. Hablaba de Luis Brandoni, de 83 años, su adversario para el Parlasur.

Parece que Brandoni, por el solo hecho de haber pasado los 80 años y aunque esté en un perfecto estado cognitivo como parece estarlo, está inhabilitado para competir por su edad.

No es una rareza argentina. La vejez no “garpa” en Occidente. En Hollywood, y aquí en la Argentina, hay un debate muy profundo sobre el hecho de que las actrices mayores no encuentran trabajo. Meryl Streep es probablemente la excepción.

Creencias sociales, profundamente arraigadas, que llevan a hombres y mujeres a hacer cualquier cosa, incluso a poner en riesgo sus propias vidas, para no envejecer. Para no ser expulsados del paraíso.

El problema no es Silvina Luna sino nuestras ideas acerca de la vejez, los cuerpos, la sexualidad, la fama y el paso del tiempo. Si nos dieran el suero de la verdad, lo veríamos con toda claridad.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lnmas/laura-di-marco-las-caras-de-la-hipocresia-nid01072023/

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