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Julian Barnes y el pasado argentino

Un libro inglés de 300 páginas con sorpresas para los argentinos. Estamos en la Francia de la Belle Époque, período dorado del decadentismo estético. Lujo, sexo, drogas, música de Gabriel Fau...

Un libro inglés de 300 páginas con sorpresas para los argentinos. Estamos en la Francia de la Belle Époque, período dorado del decadentismo estético. Lujo, sexo, drogas, música de Gabriel Fauré, artistas famosos, millonarios, aristócratas, asesinatos, y belleza. Esos ríos de atracción confluyen en la nueva obra del escritor británico Julian Barnes, El hombre de la bata roja (Anagrama). Es el retrato de un personaje real de esos años, magnético, frívolo y trágico: el ginecólogo francés Samuel Jean Pozzi, cubierto de mujeres en su consultorio y en su garconnière, celebridad científica y mundana. Su imagen alcanzó mucha difusión por el formidable retrato Samuel Jean Pozzi en su casa, del norteamericano John Singer Sargent. Ese cuadro (1881), de mucho efecto, provocó un escándalo por la apostura heroica y la pose seductora del modelo; por sus bellas y famosas manos: la derecha, apoyada sobre la bata de rojo insoslayable, a la altura del corazón; la izquierda, sobre la ingle. Este artículo no reseña el libro de Barnes; se ocupa de las “sorpresas” mencionadas. Basta citar unos párrafos.

En 1910, Pozzi viajó durante dos meses por la Argentina y Brasil como representante del gobierno francés. Inspeccionó hospitales y policlínicos. Quedó muy impresionado. En un informe a la Academia de Medicina de su patria, reiteró su principio “el chauvinismo es una de las formas de la ignorancia” y señaló: “Los hospitales más modernos de Buenos Aires están provistos de equipos de origen francés, alemán, suizo y norteamericano. Este eclecticismo es sorprendente y plenamente característico del inteligente patriotismo de este país joven. En su ambición de alcanzar la primera línea, toman lo mejor de donde lo hay y no permiten que un nacionalismo de miras estrechas les impida ver lo mejor del extranjero”.

Barnes no menciona –excede su propósito– la deriva de esa institución. Open Door hoy lleva el nombre de su creador, Cabred, pero se la conoce popularmente por su antigua denominación escocesa o como Colonia Montes de Oca. Su metamorfosis de sede terapéutica modelo en sede del infierno se dio a la par de la metamorfosis monstruosa de la Argentina

Continúa Barnes: “En la Argentina, el médico visitó el centro psiquiátrico de Open Door –basado en el proyecto original escocés del mismo nombre—y vio que una combinación de cuidados livianos y un duro trabajo volvía lo más dóciles y satisfechos posible a la mayoría de los pacientes internos. No había restricciones ni camisas de fuerza Entre las ocupaciones figuraban la agricultura, la albañilería, la carpintería y la fundición; los internos hacían pan, escobas y calzado.”

Pozzi apuntó con admiración lo que le dijo el director, el Dr. Domingo Cabred: “El loco de atar debería estar en la escena o en una novela. Lo que los enloquece es la violencia perpetrada contra ellos.” El francés terminaba así su informe: “Queridos amigos, si alguna vez me vuelvo loco, llévenme directamente al centro de Open Door de mi gran amigo Cabred”.

La piedra fundamental de Open Door había sido colocada el 21 de mayo de 1899 en un campo de Luján de 600 hectáreas. En la ceremonia, habían estado presentes su fundador y director, el doctor correntino Domingo Felipe Cabred (1859-1929), y el presidente Julio A. Roca.

Barnes no menciona –excede su propósito-- la deriva de esa institución. Open Door hoy lleva el nombre de su creador, Cabred, pero se la conoce popularmente por su antigua denominación escocesa o como Colonia Montes de Oca. Su metamorfosis de sede terapéutica modelo en sede del infierno se dio a la par de la metamorfosis monstruosa de la Argentina.

El punto culminante del horror llegó en el invierno de 1985, cuando desapareció la doctora Cecilia Giubileo, que trabajaba en la Colonia. Hasta hoy, no se encontraron rastros de su cuerpo. Las investigaciones que se hicieron revelaron que, en esa institución, había habido tráfico de órganos, prostitución, violaciones, y torturas.

Sin saber y sin querer, Pozzi y Barnes le brindaron un servicio invalorable a la memoria del país.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/julian-barnes-y-el-pasado-argentino-nid19092023/

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