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Hacia el balotaje. El dilema de voto republicano ante una elección crucial

¿De qué cambio se trataba?Por Santiago KovadloffPara muchos de nosotros, la disyuntiva electoral es falsa. Su apariencia no alcanza a enmascarar la realidad de fondo. A quienes así lo cre...

¿De qué cambio se trataba?

Por Santiago Kovadloff

Para muchos de nosotros, la disyuntiva electoral es falsa. Su apariencia no alcanza a enmascarar la realidad de fondo. A quienes así lo creemos, la oportunidad de votar el próximo 19 de noviembre no nos propone elegir entre república y autoritarismo sino entre dos configuraciones de un mismo pensamiento autoritario. Uno de ellos –es sabido– viene ejerciendo desde hace mucho su magisterio en materia de corrupción. El otro, con pocos años en la escena pública, promete liquidar el pasado y ofrendar a la nación un porvenir venturoso, barriendo de raíz el mal que nos convierte en un pueblo desventurado. En ambos, a mi entender, la República vuelve a estar perdida.

La vieja autocracia, hoy representada por Sergio Massa más allá de sus esfuerzos por disimularlo, ha probado una y mil veces su desapego a la Ley, su falta de escrúpulos para manipular los mandamientos constitucionales, su apatía agobiante ante la inseguridad cuando no su tergiversación, su siembra y su instrumentación de la pobreza. ¿A qué aspira ahora? A más de lo mismo para sus nuevos beneficiarios y sus dilectos de siempre; a ejercer, si es posible con mayor idoneidad aun que en las últimas dos décadas, la conversión del Estado en herramienta de un poder absoluto.

La autocracia juvenil, en cambio, promete no solo darle el tiro de gracia al desecho social y político en que se ha convertido esta democracia extenuada. También se compromete, con no menos fervor, a sepultar para siempre los principios fundacionales de esa república recuperada a medias, 40 años atrás, por Raúl Alfonsín. Su proyecto es terminal, por no decir apocalíptico: quemarlo todo para que de la ceniza brote la vida nueva, la vida liberada de impurezas, la palabra verdadera y la acción redentora. Trump y Bolsonaro aplauden enfervorizados. Y se le suman las manos de Vox.

La vieja autocracia, cínica y astuta, aspira a remozar su apariencia para seguir siendo lo que siempre ha sido. Massa expresa un ideario idéntico al de Lampedusa. La nueva autocracia, por su parte, no quiere sino infundirle aliento a la Idea platónica del Bien y lograr lo que el filósofo no pudo: un gobierno de sabios custodiado por una guardia pretoriana.

En este marco, que sería patético si no fuera trágico, no hay cauce posible para la alternativa republicana. Subordinarla al autoritarismo novel para huir del tradicional creyendo que, a la larga, se lo podrá domesticar, es una ilusión que no comparto, vale decir una posibilidad en la que no creo. No veo cómo lo que me importa, lo que defendí y defiendo, pueda fortalecerse recurriendo a quienes hasta ayer no hicieron otra cosa que denigrarlo, acusando a sus voceros de criminales e irresponsables. Nuevo o viejo, el autoritarismo es siempre el mismo: reduccionista en todo, expresión de una intolerancia visceral hacia el pluralismo, hacia el disenso, hacia la palabra como expresión de ideas y no de ideología, hacia la verdad como tarea incesante y no como dogma inamovible. ¿O es que el concepto de cambio, tal como Juntos lo pregonó, es sinónimo del que enarbola a gritos La Libertad Avanza? ¿Desde cuándo? ¿Desde el 22 de octubre? ¡Milagros semánticos que promueve la urgencia electoral!

Quienes subestiman el voto en blanco, calificándolo como estéril o neutral, no solo desconocen su sentido sino que ignoran, además, lo discutible que resulta, en las circunstancias actuales, la suficiencia lógica que atribuyen a su propio voto.

A buena parte de quienes el pasado 22 de octubre optamos por el PRO, la derrota que nos excluyó del balotaje, lejos de inducirnos a plegarnos a Javier Milei, nos persuadió de que ese apoyo equivalía, desde el punto de vista ético y conceptual, a reducir aun más nuestra representación social y a disolver sin remedio, en las consignas vociferadas por Milei, los valores que inspiraron nuestro apoyo a Patricia Bullrich. Ese acoplamiento compulsivo, decidido de la noche a la mañana por quienes resolvieron a solas qué debíamos hacer, no fue posible sin afectar en sus centros vitales la significación política del republicanismo. Por eso, la democracia no estará en riesgo si se votara en blanco. Todo lo contrario: se votará en blanco para advertir sobre el riesgo en el que estará la democracia, ya malherida, al quedar en manos de cualquiera de los dos candidatos que alcance la presidencia de la nación.

Muy poco de bueno se dice sobre Milei cuando se afirma que optar por su adversario sería mucho peor. ¿Quién dicta esa conclusión? ¿La integridad, la convicción o el miedo a abrir los ojos ante lo que sucede en el país?

El mío será un voto en blanco. Le digo no a cualquiera de las dos opciones ofertadas porque no las considero tales. No tengo razón: tengo razones. Como las que tienen quienes no coincidan conmigo. Dejemos que en nombre de la presunta verdad se pronuncien solamente los que nos prometen un mañana luminoso.

El voto en blanco no es un voto desesperanzado. Expresa valores que, a mi juicio, no se encuentran encarnados en los protagonistas del próximo torneo electoral. Esos valores son, para muchos, fuente de identidad cívica. De una identidad cívica que ni en la adversidad electoral ni respaldada por una mayoría, negocia su esencia. Ni con el delito ni con el oportunismo, ni con la intolerancia ideológica ni con las promesas mesiánicas. Son principios éticos que acaso la política nunca llegue a realizar en plenitud pero sin los cuales la vida política pierde toda dignidad.

El riesgo mayor es la continuidad del régimen kirchnerista

Por Ricardo López Murphy

El sistema institucional argentino, plasmado en nuestra Constitución Nacional, conlleva un régimen electoral de dos instancias reservado al Poder Ejecutivo Nacional, que en este contexto histórico nos exige un esfuerzo para cambiar el rumbo de nuestra nación.

En la primera vuelta se elige por preferencia, procurando que las ideas y las políticas afines a nuestra reflexión y valores prevalezcan en el voto popular. Para ello se lleva adelante, durante un tiempo muy prolongado que incluye las PASO, un esfuerzo de persuasión y convencimiento mediante exposiciones, paneles, foros y propaganda política. Si ese esfuerzo colectivo resulta exitoso, los candidatos propios asumen la responsabilidad de dirimir la conducción del Poder Ejecutivo Nacional en la segunda vuelta electoral.

En el caso de que la coalición política propia no alcanzara a entrar en los dos primeros lugares, la alternativa que se le abre al ciudadano votante o simpatizante de esta coalición es optar por una fuerza política distinta, y en ocasiones distante de sus valores, convicciones y liderazgo. En general, eso implica una decisión de carácter negativa, que resulta de identificar los rasgos menos antagónicos de las alternativas supervivientes respecto de la propuesta propia.

Esto, que normalmente es traumático por las disputas ocurridas durante la primera vuelta, está implícito en el sistema adoptado. En nuestro caso, debemos elegir entre la continuidad del régimen actual, liderado por Sergio Massa, y un cambio en dirección a las políticas y propuestas de Javier Milei.

En numerosas entrevistas públicas he manifestado mi absoluta y total oposición al régimen K y sus distintas variantes. En particular he señalado reiteradamente el riesgo sobre la división de poderes que implican los sucesivos ataques a la Justicia, ejemplificados en el juicio a la Corte Suprema, por sentencias que se ajustan a derecho, es decir, en las que no hubo prevaricato, y que lastiman las preferencias o intereses de la coalición gobernante, todo lo que afecta de un modo irreparable el sistema institucional.

En relación con el diseño de políticas públicas, en particular las de asignación de recursos fiscales y de regulaciones, Massa asegura la continuidad de los cepos, cupos y controles del capitalismo de amigos y del estatismo creciente y dominante, con consecuencias funestas para el desarrollo y la superación del atraso y la pobreza. Por otro lado, los numerosos episodios de corrupción acaecidos, la inseguridad creciente y la mala praxis acentúan aún más el rechazo a esta opción.

Respecto de la política exterior y de defensa, a la par de las innumerables contradicciones, con votos opuestos en los organismos internacionales sobre un mismo tema, se suma una narrativa confusa de nuestra política internacional (recordar la oferta a Putin días antes del ataque a Ucrania). El estado de indefensión al que se ha llevado al país, alcanzado por la descapitalización de nuestras Fuerzas Armadas, agrega una dimensión crítica y decisiva para afianzar la idea de oponerse a la continuidad del régimen kirchnerista por nuestra propia supervivencia como Nación.

Los riesgos que corremos en seguridad e inteligencia exceden cualquier manifestación de buena voluntad, como lo evidencia el descontrol del sistema penitenciario y el descuido en la lucha contra el crimen organizado.

En educación se ha perdido el rumbo, un hecho ligado a la desvalorización del mérito y del esfuerzo en la cultura transmitida por el liderazgo de la coalición oficialista. No podemos permitir que esto se acentúe en el futuro, con más populismo educativo por parte del gobierno kirchnerista.

Por todas estas razones, y algunas más que en honor a la brevedad omito, y en virtud de la naturaleza de nuestro régimen electoral, he manifestado mi decisión de respaldar a Javier Milei, más allá de todas aquellas diferencias que se evidenciaron en las campañas de la primera vuelta y las de las descalificaciones que se profirieran en su transcurso.

En mi opinión, el riesgo mayor que enfrentamos los argentinos es la continuidad de un régimen que durante veinte años nos hizo retroceder, degradando la calidad de nuestras instituciones y afectando, con el clientelismo más abyecto, la moral de la ciudadanía.

Esta reflexión procura transparentar, ante todos aquellos que vacilan en su decisión, las razones de mi postura pública y de las opiniones que he vertido, convencido de que es fundamental no callar en una hora tan crucial para nuestra Patria.

Economista; diputado nacional

El voto en blanco significa para mí lo menos malo

Por Rogelio Alaniz

El voto es el acto más íntimo de ese proceso tumultuoso, multitudinario, que se llama democracia. El instante cuando el ciudadano en soledad, en la penumbra oscilante del cuarto oscuro, elige. Y esa elección es el acta fundacional de la democracia. Es lo que los argentinos haremos el domingo 19 de noviembre. Las opciones son tres: Massa, Milei o votar en blanco. Las tres son legítimas. Conocemos los motivos por el cual un ciudadano vota por el candidato peronista o el candidato de la Libertad Avanza. El voto en blanco merece una consideración especial, porque es el voto que elige, pero esa elección carece de candidato. Esa ausencia, ese vacío ha dado lugar a que los votantes de una facción u otra le imputen indiferencia, complicidad con “el otro” o neutralidad en un momento en que ninguna neutralidad es posible o inocente.

Como soy una de las personas que posiblemente decida votar en blanco, me esfuerzo por explicar la legitimidad de mi decisión. Advierto, en primer lugar, que no pretendo convencer a nadie. No predico a favor del voto en blanco. Es más, lamento hacerlo, porque lo ideal sería que alguno de los candidatos satisfaga, aunque más no sea modestamente, mis exigencias políticas. Votar en blanco es por lo tanto un acto solitario. No existe el partido de “los votantes en blanco”, no hay prédica proselitista, nadie convoca a mítines u organiza recitales a favor de su causa.

Si el voto en blanco es una posibilidad legítima, porque el sistema ha contemplado la posibilidad de que los candidatos no satisfagan las expectativas del ciudadano, esa insatisfacción no es neutra.

Yo voto en blanco porque les atribuyo a los candidatos posiciones incompatibles con los valores que yo estimo resguardan un orden democrático. Es mi conciencia la que me dicta que hay una raya que no debo cruzar. Si, como se dice, el balotaje exige inclinarse por lo menos malo, el voto en blanco significa para mí lo menos malo. No es la comodidad o la indiferencia lo que me inclina a votar en blanco; son mis valores y mi conciencia cívica.

¿Decisión individual? No conozco otra manera de votar que no se exprese a través de una decisión individual. “Su voto en blanco perjudica a un candidato”. ¿Perdón? Es como si me reprocharan rechazar la amable oferta de un vendedor. ¿Lo perjudico? No lo sé, pero no es mi problema, salvo que me imputen no ser caritativo o me exijan votar por caridad.

Insisto en el carácter solitario del voto. Se trata de alguien a quien le hubiera resultado más cómodo sumarse a las mayorías de un lado o del otro. Se suele estar más cómodo, más protegido, menos a la intemperie. El votante que pone en la urna un sobre vacío dispone del coraje de quien se ha atrevido a decir que “no”. Votar en blanco incluye la sospecha de que algo anda mal. Es una señal, una advertencia. No es un voto en contra del actual orden político; por el contrario, pretende reforzarlo con valores; no es un llamado a la disidencia o un grito de rebeldía. Se parece al gesto discreto de quien en silencio ha decidido por un instante apartarse del rebaño.

“Conocí el amor; vivo solo, pero no renuncio al amor”, escribí alguna vez en esta columna. Votar en blanco significa decir: “Conocí tiempos mejores; hoy estoy solo, pero no renuncio a elegir en el futuro candidatos que anuncien tiempos mejores”. Supongo que quienes votan por Javier Milei o por Sergio Massa en algún momento también serán sorprendidos por ese aleteo fastidioso o indiscreto de la duda. Admito que esas vacilaciones también me dominan. El voto en blanco carece de la pretensión de la seguridad dogmática o entusiasta. Es más inseguro, pero si alguna certeza dispone es acerca de su contenido ético.

¿Voto ético? No me parece mal en los tiempos que corren, aunque imagino la respuesta: carece de eficacia, es inútil, solitario. Solitario. Esa es la palabra. La palabra o las palabras a las que recurre Albert Camus para responder imputaciones semejantes: “¡Solitarios!, dirá usted con desprecio. Tal vez, por el momento. Pero ¡qué solos estarían ustedes sin esos solitarios!”.

Periodista y escritor; miembro del Club Político Argentino

Milei es un peligro hipotético; Massa, el mal absoluto

Por Marcelo Gioffré

Si estuviéramos frente a un fraude ostensible y sistemático sería racional que no convalidáramos la estafa con nuestro voto decorativo, pero no lo hay. ¿Cómo se ha de construir la representación si los que deben ser representados abandonan la vida pública? Votar en blanco es ceder la decisión a los otros, es desentenderse del país con tal de dejar tranquila la propia conciencia. Una cobardía simbólica: “Yo, argentino”.

Nuestra verdadera templanza como ciudadanos se pone a prueba ante disyuntivas difíciles. El desafío es optar entre lo que no nos gusta. ¿Qué son nuestras ideas cuando, al mantenerlas impolutas y rígidas, no pueden adaptarse al escenario que permite llevarlas a cabo? Mera esterilidad.

Acusan a Javier Milei de negar el pacto de derechos humanos y de proponer prácticas plebiscitarias. Es verdad que Milei dijo que los militares cometieron “excesos”, expresión inadecuada que minimiza la represión ilegal, pero el espacio político de Sergio Massa no se limitó a lo discursivo: fundó la Triple A, dictó el decreto de “aniquilamiento”, entabló el pacto sindical-militar, indultó a los dictadores y, por fin, traficó y ensució la causa de los derechos humanos. ¿De qué hablamos? De un lado hay una mera declaración; del otro, una tradición de acciones horripilantes.

También es cierto que Milei sostuvo que si no le aprobaran las leyes en el Congreso apelaría a plebiscitos, pero eso no es más que una especulación. Milei tendría cero posibilidades de menoscabar la democracia. Del otro lado está el legajo del peronismo: el primer Perón reformó la Constitución para ser reelegido y diluir la oposición. Menem hizo lo mismo. Kirchner apeló a la tramposa alternancia matrimonial de “pingüinos” y vampirizó a opositores. ¿Por qué no haría Massa una construcción análoga? Es irrelevante preguntarnos si Massa es o no kirchnerista, justamente porque su anclaje autoritario está en un sistema de capas sucesivas y mutantes que va más allá de estas últimas dos décadas. Si ganara Massa habría una parodia de democracia.

Todos los peronismos despreciaron la división de poderes y manipularon la Corte Suprema, haciéndoles juicio político a los jueces o ampliando la cantidad de miembros con el fin de organizar mayorías complacientes. El actual gobierno implementó un vergonzoso juicio contra todos los integrantes del tribunal, que aún persiste, con la complicidad de Massa en la comisión parlamentaria.

La cosmovisión económica de Milei descansa en premisas exageradas. Hay temas como la educación, la salud o las transacciones financieras que no pueden quedar a la intemperie del mercado. Es esperable, sin embargo, que el acuerdo con Bullrich y Macri estilice esas ideas. En esa combustión puede haber una síntesis y una doble garantía: liberalismo y republicanismo. Hay que entender que fue el electorado, con su forma ortopédica de distribuir el voto opositor, el que forzó esta reconfiguración de la política. Los dirigentes solo homologaron ese mensaje que emitió la sociedad.

Si alguna duda quedara, del otro lado está el modelo massista: hace un año y medio que maneja la economía sin brújula, llevando la inflación y la pobreza a límites extravagantes. Basta ver el desquicio del comercio exterior con las opacas autorizaciones para importar y la acumulación de deuda por más de 40.000 millones de dólares con los proveedores extranjeros. Somos el hazmerreír del mundo. ¿Por qué Massa arreglaría en el futuro los desastres que él mismo está provocando, cuando ni siquiera ofrece sacar el cepo? Massa es el epígono del círculo rojo: su lote ideológico se limita al ensamble de empresarios amigos y mafia sindical con un Estado disoluto que arma licitaciones de diseño. Negocios para pocos, dádivas para muchos: un blend de Gildo Insfrán y Alfredo Stroessner.

Milei es un peligro hipotético pero también una esperanza; Massa, una orgía de disparates y la consolidación de una nueva hegemonía: el mal absoluto, el empecinamiento en el error. A la luz de esa asimetría prefiero el voto a Milei.

Escritor y abogado

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/hacia-el-balotaje-el-dilema-de-voto-republicano-ante-una-eleccion-crucial-nid11112023/

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