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En Colorado halló amor, naturaleza y calidad de vida, pero pensar en Argentina le trae emociones encontradas: “¿Por qué me fui?”

Hace unos pocos años, cuando Federica Bal viajaba de Colorado a Buenos Aires, sentía que volvía a casa. Significaba regresar al hogar que la había cobijado por más de dos décadas, un espacio ...

Hace unos pocos años, cuando Federica Bal viajaba de Colorado a Buenos Aires, sentía que volvía a casa. Significaba regresar al hogar que la había cobijado por más de dos décadas, un espacio mágico que supo ser testigo de alegrías y tristezas de una familia unida a la que nunca dejó de extrañar.

Por aquellos días, en cada vuelo hacia la Argentina imaginaba con anticipada emoción cómo se sentiría el tan anhelado abrazo con sus padres, así como el reencuentro con su cama, sus fotos y tantos tesoros más, todo intacto, tal como si jamás se hubiera alejado. Recuerdos inevitables la invadían al bajar a dar un paseo para redescubrir su barrio: allí estaba, como siempre, el señor de la librería donde iba a hacer las fotocopias o comprar los mapas escolares en épocas de su infancia, así como los porteros de los edificios vecinos, y las medialunas de la panadería de la vuelta, todo rodeado por las fachadas inmutables, detenidas en tiempo y espacio.

Hoy, veintiún años después de su partida a Estados Unidos, sus padres ya no viven en el mismo vecindario. Su habitación, junto a la ilusión de lo permanente, se ha transformado. Hoy volver, es volver a casa ajena, es regresar de visita y tomar consciencia de los cambios: “Sin embargo, la conexión no se perdió. Ansío cada viaje, ver a los amigos, hermanos queridos, a la familia, tomar cafecitos en los tantos bares hermosos, reencontrarme con los kioscos y caminar por el pasaje Malasia, mi callecita porteña preferida”, se emociona Federica. “¿Por qué me fui? Siempre pienso que no fue una decisión. En mi caso, las circunstancias me fueron llevando”.

Hacia un nuevo hogar en Colorado, EEUU

Desde que tiene memoria, a Federica siempre le gustó viajar. Tal vez, sin aquella fascinación extrema los caminos de su vida se hubieran acotado a un pasar predecible de una joven con numerosos amigos y sueños cercanos. Pero no fue el caso, ya en su infancia jugaba a que era dueña de su propia agencia de viajes y de adolescente nunca dudó que estudiaría hotelería, una carrera que pronto le permitió emprender travesías a lugares tan variados como Ushuaia, un año en Brasil, siete meses en Cuba, y una estadía en Boston, siempre por trabajo:

"Creo que mis papás ya no sabían qué hacer conmigo", cuenta sonriente. "Siempre me la pasaba buscando nuevos destinos, pero tenía la buena excusa de que en cada ocasión era por una oportunidad laboral. Y, aún en Buenos Aires, entre los 18 y 20 años, me iba con mi amiga Sol a bares irlandeses para conocer extranjeros y practicar mi inglés, un idioma que, junto al portugués, me facilitaron mucho mi profesión".

Cuando la joven anunció que había obtenido una visa J-1 de trabajo para viajar a Colorado, Estados Unidos, a su familia no le sorprendió, pero por alguna extraña razón su padre intuyó que esta vez no volvería, "aunque sea lejos, siempre prefiero verte feliz", le dijo, tanto él como su madre ya la habían aceptado como la hija rebelde del medio.

Su padre no se había equivocado. Se fue empleada por un gran hotel en la base de la montaña del reconocido centro de esquí Beaver Creek, un lugar que la fascinó por sus paisajes y que, luego de diez meses, la acercó a su verdadero destino inesperado: el amor. Allí conoció a Nate, un oriundo de la zona, con quien se casó hace catorce años: "Como suelo repetir, no busqué vivir en Colorado, la vida se fue dando".

Otros hábitos y nuevas costumbres saludables

Federica llegó por el invierno largo y frío, y se quedó por su amor y por la belleza del verano. Desde el comienzo, le impactó la majestuosidad de las montañas, así como el aire puro, la prolijidad y limpieza de todos los pueblitos cercanos. La sorprendió que los desconocidos le sonrieran y la saludaran, un hábito alejado de una Buenos Aires querida, pero siempre acelerada.

Junto a Nate se instaló en Edwards, una comunidad de unos diez mil habitantes, compuesta por una atractiva calle principal de apenas seis cuadras, negocios independientes, un puñado de restaurantes y barcitos, un cine, varios gimnasios, cuatro escuelas primarias, dos secundarias, y un pequeño supermercado: "Es un pueblo chico, nos conocemos casi todos. Hay solo un semáforo y unas cuantas rotondas, que considero un sistema muy bueno de circulación, seguro para cruzar la calle, con islas y luces fluorescentes".

Federica pronto descubrió que el prolongado invierno podía ser crudo, pero que poco importaba al tener los mejores centros de esquí del mundo – Vail y Beaver Creek – en el jardín de su casa:

"Acá es increíble observar cómo la mayoría de la gente acostumbra a llevar una vida muy sana, siempre activos y haciendo deportes, que incluyen actividades extremas como escalar, Xterra, o competencias de mountainbike. ¡Hay tanto para hacer! Con los años me fui adaptando y hoy disfruto tanto el esquí como la caminata con raquetas, la bici o el trekking. Es habitual realizar cualquiera de estas actividades con amigos y en familia. En Argentina para un cumple se acostumbra salir a comer y nosotros salimos a escalar montañas", ríe. "Eso sí, la gente es muy competitiva también. Nadie sale a dar tan solo una vuelta, acá se trata de escalar los Colorado 14ers, que son los 54 picos de más de 4200 metros de altura".

Para Federica, los primeros años transcurrieron intensos, entre la adaptación y la llegada de sus hijos al mundo. A pesar de tratarse de un destino frecuentado por personas con un buen pasar económico, con el tiempo la argentina develó la diferencia entre ir de visita, al hecho de formar parte de una cotidianidad. "Por ejemplo, acá la ayuda doméstica es un lujo no acostumbrado. En casa lavo la ropa, plancho, limpio todo nuestro hogar junto a mi marido, que es el que cocina. Los chicos en esta parte de Estados Unidos aprenden a ayudar en las casas desde pequeños y las tareas domésticas terminan siendo actividades para hacer y compartir en familia".

Calidad de vida, calidad humana

Tal vez, Federica había dejado el abanico de oportunidades de una gran ciudad atrás. Bajo la mirada de muchos, su pequeño rincón en Colorado emergía limitado, sin variantes relacionadas a lo laboral; para ella, sin embargo, aquella zona de pueblos tranquilos se había presentado ideal desde el inicio de su aventura, como un paraíso para alguien que desde pequeña había fantaseado que formaba parte de un mundo colmado de viajeros y hospitalidad.

“Lo cierto es que en esta región la mayor parte de los trabajos están relacionados al turismo, sobre todo en la temporada de esquí, que va de mitad de noviembre a mitad de abril”, afirma. “Pero me dedico a lo que amo y me habitué a las cercanías. De mi casa a mi empleo tengo siete minutos en auto y unos veinte en bicicleta. Es totalmente seguro y, en el camino, no me canso de ver la fauna. Me cruzo con ciervos y también tuve la suerte de encontrarme con osos, cabras de montaña, alces y zorros”, continúa Federica, quien trabaja para una empresa que alquila casas y condominios vacacionales.

"A pesar de ser pequeño, al ser un destino reconocido los habitantes son internacionales y es muy común conocer gente de diferentes países, que enriquecen al pueblo con sus idiomas, culturas y costumbres. La calidad humana es muy buena, nuestro grupo de amigos es multinacional, incluye locales, brasileros, ingleses, sudafricanos, suecos, italianos, australianos, mexicanos y varios de Europa del Este. Al estar lejos de nuestros seres queridos, los amigos pasan a ser la familia misma y entre todos nos ayudamos en lo que se puede".

Educarse en la naturaleza

Federica se siente afortunada al poder educar a sus hijos al pie de las montañas. Para ellos, la vida saludable y activa es natural y forma parte de un ritual en familia. Acostumbrados a ir en bicicleta al colegio, esquiar, escalar montañas y convivir con diversos animales en su propio jardín, la madre argentina reconoce que sus niños están creciendo felices en un entorno maravilloso.

"Van a una escuela pública y bilingüe llamada Edwards Elementary School, cuyo slogan es `valorando nuestras diferencias´. Las clases están compuestas en un 50% por chicos de habla hispana como primera lengua y 50% de habla inglesa. Las clases son mitad en inglés y mitad en español. Mis hijos comenzaron kindergarten a los 5 años con la ventaja de hablar y entender su segunda lengua, pero han aprendido a leer y escribir de una manera maravillosa el español. Hace unos años me llamó la maestra de Luca, de segundo grado, para contarme que había escrito una composición en español y al final decía ‘así, todos los mineros rajaron a las montañas’. ¡Suerte que la maestra era de Argentina y le dio gracia el uso de la palabra ‘rajaron’!", cuenta divertida.

“Para nosotros es muy importante que nuestros chicos crezcan con diversidad. Cada año se hace un evento sobre las culturas, y las familias traen comida de su país para compartir. Por supuesto, nunca faltan las empanadas, el mate y la pasta frola”, continúa. “En nuestro condado la educación pública es excelente, asimismo, cuentan con una plataforma online muy establecida, lo cual fue una bendición en tiempos de pandemia”.

Las raíces argentinas heredadas

Luego de dieciocho años alejada de su tierra natal, Federica comprendió que el mundo sigue girando, que las cosas cambian. El hogar de la infancia y adolescencia en su Buenos Aires querida forma parte de otra vida, tan cercana a su corazón. En las calles argentinas, sin embargo, aún encuentra la atmósfera que la enamora y algún que otro tesoro: un fileteado porteño, un posavasos de La Boca, un mate en alguna feria artesanal. Mamá y papá la miman, como siempre, como hija; algunos amigos se distancian, todos con ocupaciones adultas, hijos, y los miles de kilómetros que los alejan de una cotidianidad.

"Amo llegar a Ezeiza y sentir el calor de la gente, y la humedad, que contrasta con el clima seco de Colorado. Me encanta pasar unas semanas en Buenos Aires, con ropa urbana, y luego volver a la tranquilidad del pueblo en atuendos deportivos", revela. "Sin embargo, una de las cosas que más disfruto es viajar con mis hijos, que sienten sus raíces fuertes en Argentina. Descubren cosas y situaciones que tal vez para mí siempre fueron normales, como los aplausos cuando el avión aterriza, tomar la gaseosa de la botellita, ir a la casa de amigos y abrir heladera y alacena como si estuvieses en tu propia casa, que el piloto de Aerolíneas Argentinas agarre a tu nene para mostrarle la cabina del avión. ¡Disfrutamos tanto la comida allá! Carne, milanesas, empanadas, esas tartas, provoleta ¡y todo con dulce de leche!"

"Luca sueña con poder viajar solo e ir a la universidad en Buenos Aires. El año pasado, en pleno enero, con un calor y humedad agobiantes, fuimos en subte hasta Florida y Lavalle a comprar ropa de fútbol. Luca daba vueltas mirando todo y finalmente dijo: ¡Esto es espectacular! Olivia quiere llevarse a todos los perros callejeros y darles un hogar. Se frustra un poco al ver caca de perro y basura en las veredas, pero es la primera que anuncia que su mamá es de argentina, cuando le preguntan por qué habla español".

Aprendizajes

Hay días en que Federica contempla las montañas y una sensación de nostalgia invade cada rincón de su alma. A veces, piensa que le hubiese gustado predecir, tantos años atrás, lo difícil que sería estar lejos de la familia cuando se tiene hijos que crecen apartados de los abuelos, los primos y los tíos. Asimismo, comprende que las almas curiosas abren caminos inesperados, inevitablemente.

“Mi experiencia de vida me enseñó lo duro que es el desarraigo, a pesar de contar con todo el apoyo y agradecer cada día el entorno en el que vivimos. Creo que no es casualidad que una de mis mejores amigas acá, en Colorado, sea argentina. Yo soy ‘tía Fede’ para sus hijos, que son como primos de los míos. Nos ayudamos como familia, y conectamos en muchos aspectos a otro nivel, al poder hablar en nuestra primera lengua. Nos acompañamos cuando llegan noticias duras de nuestro país y disfrutamos cuando los padres de cada una vienen de visita. Cuando está papá nunca falta la guitarra y su repertorio, que va desde Manuelita a Litto Nebbia, Diego Torres y canciones de River”, sonríe Federica.

“Primero y principal me siento argentina, siempre. Por una cuestión práctica tengo doble nacionalidad, y Luca y Olivia también la tienen. Fuimos los cuatro al consulado argentino en Houston a firmar las actas y ellos están orgullosos de ser un pedacito de Argentina”, dice conmovida. “Hace un tiempo mi mejor amiga en Buenos Aires me dijo: `has tomado buenas decisiones en esta vida, sabelo´. Sé que su comentario fue genuino y de corazón, partía de la incertidumbre por un país que queremos ver crecer, sin embargo, me trajo algunas emociones encontradas. Por un lado, disfruto mucho la calidad de vida que tengo y que mis hijos crezcan en este ambiente, pero, por otro, siento que no me fui impulsada por una decisión concreta, no tenía la necesidad. La vida me fue llevando…”

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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/vivir-colorado-en-argentina-cumple-se-come-nid2406472/

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