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El irremediable final de la pax cordobesa

El resplandor del rayo que puede partir a Juntos por el Cambio alumbró por un instante el contorno de la provincia de Córdoba. En apenas dos semanas, la vieja contracara del puerto elegirá a su ...

El resplandor del rayo que puede partir a Juntos por el Cambio alumbró por un instante el contorno de la provincia de Córdoba. En apenas dos semanas, la vieja contracara del puerto elegirá a su nuevo gobernador. Será el final de un ciclo de 24 años en el que solo dos hombres fueron ungidos por el voto para administrarla. Y fueron en total apenas cuatro los gobernadores desde 1983.

De pronto, sin aviso previo, Schiaretti apareció reivindicado por Rodríguez Larreta

Cruzada por el destructivo enredo de la alianza opositora, Córdoba apareció como el daño colateral de la decisión de Horacio Rodríguez Larreta y Gerardo Morales de intentar incorporar al gobernador Juan Schiaretti, justo cuando su fuerza en la provincia trata de ganarle al peronismo local.

Una confusión que tiende al desconcierto en el electorado beneficia como primer efecto a Schiaretti y a su candidato a sucederlo. De pronto, sin aviso previo, Schiaretti apareció reivindicado por Rodríguez Larreta, el precandidato al que había decidido tributar Luis Juez, el ocurrente candidato a gobernador de Juntos por el Cambio.

A Rodríguez Larreta le será difícil volver a Córdoba y rodearse con los mismos acompañantes que tenía antes de abrazarse a Schiaretti

Los dirigentes de la filial local de Juntos por el Cambio sienten, los más benévolos, que se los ha ninguneado. Los más enojados directamente hablan de traición. No se puede saber si todo el electorado propio se guiará por esos mismos sentimientos, pero algo ya sucedió: Patricia Bullrich es la presidenciable hacia la que han corrido propios y extraños de las versiones cordobesas del radicalismo, Pro y el juecismo. A Rodríguez Larreta le será difícil volver a Córdoba y rodearse con los mismos acompañantes que tenía antes de abrazarse a Schiaretti.

Falta poco para conocer el reflejo exacto que este escándalo tendrá en las urnas cordobesas. Sin embargo, ya se puede saber que algo mucho más significativo ocurrirá luego del resultado de las elecciones del 25 de junio.

Luego de tres mandatos intercalados de José Manuel de la Sota y Schiaretti, la pelea por el poder en el segundo distrito electoral del país tiene otros nombres y de ella surgirá un nuevo protagonista.

De la Sota murió en un accidente vial en 2018 cuando se encaminaba a un acuerdo con Cristina Kirchner al estilo del que luego obtuvieron Sergio Massa y Alberto Fernández en la llamada reunificación del peronismo, detrás de la actual vicepresidenta. A sus casi 74 (los cumplirá el 19 de este mes), Schiaretti no puede aspirar a un tercer mandato consecutivo y propuso para sucederlo al intendente de la ciudad de Córdoba, Martín Llaryora.

Reacio a cualquier proyección nacional mientras vivió De la Sota (el líder natural del peronismo cordobés), Schiaretti también prefirió refugiarse en su provincia en 2019, cuando el peronismo republicano fue a buscarlo como una tercera alternativa a Mauricio Macri y al regreso del kirchnerismo.

Entonces, Schiaretti encontró que el conurbano bonaerense le iba a resultar impenetrable y prefirió quedarse los últimos cuatro años en la comodidad de un tercer mandato sin opositores fuertes y con tribunales inofensivos. Solo complicaron la gestión la pandemia y los problemas que aparecen cuando los gobiernos acumulan años. La falta de reacción frente al brote de inseguridad, por ejemplo.

Schiaretti se irá de la gobernación cordobesa con un perfil fuertemente antikirchnerista, pero luego de haber acompañado al Gobierno en la aprobación de varias leyes importantes. Se marchará con una elevada aceptación social; una mayoría importante de comprovincianos lo considera un administrador eficaz y un constructor de obras de alto impacto, como las autovías y las redes de gasoductos.

El gobernador consolidó en sus últimos dos mandatos un alambrado político con la lógica de un partido provincial. Cómodo para estar y gobernar; inviable para proyectar su imagen fuera de Córdoba. Nunca quiso ni pudo atraer a electores ajenos a su provincia.

Las barreras que siempre encontró De la Sota para tener una posibilidad cierta de ser presidente se combinaron con la reticencia de Schiaretti a convertirse en algo más que en el gobernador más consultado por sus pares.

Es así como De la Sota, en contra de sus ilusiones, y Schiaretti, por resignación, habilitaron el desembarco siempre transitorio de candidatos presidenciales que expresaran lo que el grueso del electorado cordobés quiere votar desde 2003 en adelante: un visceral rechazo al kirchnerismo.

Conservadores por naturaleza, de origen peronista o radical, hay una amplia corriente de votantes cordobeses que hace dos décadas puso a su provincia como el territorio más hostil para el matrimonio Kirchner. En sucesión, hicieron ganar a Carlos Menem (30% contra 11% de Néstor Kirchner en 2003), Roberto Lavagna, Hermes Binner (que perdió con Cristina, pero hizo una mejor elección que en su propia provincia) y Mauricio Macri. Fue a Macri a quien con su abrumador apoyo del 70 por ciento en el ballottage de 2015 los cordobeses convirtieron en presidente.

El fundador de Pro cada vez que visita Córdoba dice: “Nosotros, los cordobeses”, ante la mirada irónica de sus comprovincianos adoptivos que están viendo cuál será el próximo candidato presidencial que votarán para estar en contra de Cristina Kirchner.

Cada visitante que aterriza en Córdoba deja caer elogios fundados en comparaciones con la crisis nacional y con el buen trato que en la provincia reciben los que producen. Los indicadores sociales, sin embargo, no son mejores que los del resto del país, con la salvedad de que entre los cordobeses hay menos empleados públicos y planes sociales que la media nacional.

La idea de que Córdoba es distinta y tiene un modelo político diferente no fue aprovechada por el dúo De la Sota-Schiaretti. Ese tiempo terminó. Llaryora, el candidato de Schiaretti, llegará con la intención de unir la imagen de la provincia a sus ambiciones de salir a recorrer el país. ¿Es muy prematura semejante ilusión? Se empieza por no ocultarla.

Llaryora lleva adelante una campaña con el confort de los recursos públicos. Suma a esto la novedad de la cacería de dirigentes opositores como plan deliberado de debilitar y fragmentar a la alianza que con enormes dificultades sostuvieron radicales, Pro y el juecismo.

Antes de esta campaña electoral, el peronismo cordobés había garantizado sus triunfos por medio de acuerdos con una decena de intendentes radicales de ciudades grandes. A ellos les garantizaba no oponerles candidatos fuertes; el peronismo recibía como contraprestación una oposición dividida. Ese esquema colapsó hace cuatro años, cuando la fractura de Juntos por el Cambio le permitió al peronismo ganar la intendencia de la ciudad de Córdoba, que quedó en manos de Llaryora, quien antes había sido intendente de la ciudad de San Francisco.

Ahora candidato, Llaryora encabeza la construcción de un esquema que postula la construcción de un “partido cordobés” como modelo de exportación en un principio encarnado por Schiaretti.

El triunfo de Llaryora sería un recambio del mando con la inocultable intención de una proyección nacional. El triunfo de Juez sería un batacazo. Pocos se atreven a asignarle posibilidades y desde el oficialismo local difunden sondeos presentados como concluyentes. ¿Operación o realidad?

Juez, en cambio, promete una sorpresa surgida de un electorado enojado y molesto que oculta sus intenciones. Convertido en un incansable entrevistado en los canales de Buenos Aires, con un estilo personalista a mitad de camino entre Elisa Carrió y Javier Milei, haría del gobierno de Córdoba un trampolín. Él y Llaryora coinciden en sus ambiciones.

Tantos años de pax cordobesa terminarán en dos semanas, una vez que sus votantes elijan entre una sucesión o un cambio.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/el-irremediable-final-de-la-pax-cordobesa-nid10062023/

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