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El cambio de narrativa en el camino a la Argentina normal

John Mynard Keynes y Frank Knight eran prominentes economistas en sus respectivos ámbitos de influencia, pero sus personalidades no podían ser más contrastantes. Keynes era un liberal que perten...

John Mynard Keynes y Frank Knight eran prominentes economistas en sus respectivos ámbitos de influencia, pero sus personalidades no podían ser más contrastantes. Keynes era un liberal que pertenecía a la clase media alta inglesa y que compartía la cosmovisión del intelectualismo agnóstico de Cambridge, junto a la bohemia literaria de Bloomsbury. Knigth se había graduado en un pequeño College cristiano del Estado de Tennessee y luego completó un Ph.D en Cornell. De cosmovisión conservadora, se trasladó a la Universidad de Chicago en 1927 y es considerado un mentor de la Chicago School of Economics, caracterizada por su foco en la racionalidad del individuo en sus decisiones económicas y en la ponderación del libre mercado. Sin embargo, estos dos personajes, con concepciones diferentes y casi en los extremos opuestos de lo que más tarde se concilió como “consenso ortodoxo de la profesión”, tuvieron una coincidencia fundamental sobre el significado que presenta la incertidumbre futura.

Ambos negaron que la teoría de la probabilidad pudiera ser aplicada fuera del ámbito de lo conocido o conocible a través de frecuencias que permiten la repetición del fenómeno en condiciones semejantes como las que se dan en los juegos de azar (la probabilidad de que salga cara o seca en el lanzamiento de una moneda es de 0,50, por la frecuencia que establece el número de caso favorables sobre los casos posibles en sucesivas repeticiones); o fuera de aquellos fenómenos físico-naturales estacionarios donde es posible establecer un patrón secuencial acompañado de una crónica de ocurrencias repetitivas a través del tiempo (tasa de mortalidad, peso medio, altura media, sexo del próximo nacimiento, hidraulicidad alta o baja de un río).

Para Knight, una incertidumbre mensurable era un “riesgo”, lo inmensurable constituía una “incertidumbre radical”. Para Keynes, al riesgo se le podía asignar una probabilidad objetiva asociada a una frecuencia. Advertía que en los fenómenos sociales, políticos y económicos era imposible repetir la ocurrencia en las mismas condiciones para obtener una distribución de frecuencias. Las ideas de Keynes y Knight, sin embargo, no predominaron, y economistas y cientistas sociales empezaron a hacer uso y abuso en la asignación de probabilidades subjetivas a la ocurrencia de fenómenos de la realidad social. Más: se empezó a utilizar un cronómetro o dial bayesiano (basado en la teoría del matemático Thomas Bayes) para asignar probabilidades subjetivas a eventos dependientes (dado “A” cuál es la probabilidad de ocurrencia de “B”) todo bajo la hipótesis de que se maximizaba la utilidad de comportamientos que respondían a una racionalidad axiomática.

John Kay y Marvyn King en su esclarecedor libro Radical Uncertainty: Decision-making for an unknowable future plantean que el colmo de esta visión dogmática de asignar probabilidades a fenómenos que responden a una incertidumbre total se dio cuando un reputado político y estadístico americano calculó ex post la probabilidad de ocurrencia del ataque a las Torres Gemelas. Estimó que era de 1 en 12.500 basado en que había habido dos accidentes de colisión de aviones en torres de Manhattan en la historia aérea, uno en 1945 y otro en 1946. Habían transcurrido 25.000 días desde aquellos accidentes hasta el 11/09/2001. Por lo que, sin tener en cuenta las circunstancias irrepetibles de aquellas ocurrencias, dividió 25000 por 2 y así arribó a su estimación de probabilidad de un choque aéreo (que en realidad fue un atentados terrorista) contra las torres.

Todo este paradigma de racionalidad y cálculo probabilístico para explicar y despejar incertidumbre entra a ser cuestionado y atacado tras la crisis de las hipotecas de 2008. Allí la economía conductual y sus experimentos controlados, empiezan a resaltar el problema de los “sesgos” en la racionalidad axiomática, y a plantear otra forma de racionalidad más intuitiva (Daniel Kahneman, Pensar rápido, pensar despacio) que a menudo parece colisionar con la de los modelos maximizadores y las probabilidades subjetivas.

El economista Herbert Simon destacó que, en condición de incertidumbre radical, había que asumir una “racionalidad acotada al contexto”, pero los autores del libro prefieren rescatar el concepto de una “racionalidad evolutiva” que desarrollan las sociedades en su historia y que orienta decisiones individuales y colectivas en condiciones de incertidumbre radical; decisiones muchas veces subóptimas, pero no por ello “irracionales”. Es que la racionalidad evolutiva siempre se guía por una “narrativa referencial” que, con el paso del tiempo, se torna paradigmática y condiciona esa toma de decisiones sobre eventos futuros. La política y la economía, aconsejan los autores, deberían prestar mucha más atención y ocuparse de las narrativas referenciales predominantes en la sociedad.

Cuando leía la tesis de Kay y King, pensé en la racionalidad evolutiva de los argentinos y en la narrativa referencial que, desde hace varias décadas, el populismo ha transformado en paradigmática. Es esa narrativa la que alienta decisiones políticas de captura del Estado, reelecciones ilimitadas, perpetuación en el poder, nepotismo, y sus instrumentos conducentes: ley de lemas, colectoras, listas sábanas, reelecciones ilimitadas, empleo público, “planes platita”, planes sociales, organizaciones paraestatales, adoctrinamiento escolar, captura de los poderes del estado y prensa militante. ¿Es irracional bajo la guía de esa narrativa de referencia aspirar a un empleo público o sumar planes sociales en su reemplazo cuando fuera del acomodo y la dádiva sólo hay exclusión, marginalidad y miseria?; ¿es racional un voto opositor en feudos antirrepublicanos donde la dádiva y el empleo público generalizado aseguran mínimas condiciones de vida frente a la incertidumbre radical que puede significar un cambio?

Muchos extranjeros orientados por otras narrativas referenciales no entienden cómo los argentinos pueden guardar dólares que no ofrecen ningún interés y que se deprecian por inflación en sus cajas de seguridad o bajo el colchón. ¿Es irracional hacerlo en un país que ha destruido su moneda doméstica e institucionalizado la inflación con salarios degradados que traducen una caída sistemática de la productividad sistémica? Quien está en blanco y paga impuestos se queja de que la institución recaudadora “caza en el zoológico” promoviendo la informalidad. ¿Pero acaso nuestra racionalidad evolutiva no nos ha acostumbrado de tiempo en tiempo a sendas moratorias que licuarán las deudas impositivas con la ayuda de la inflación? ¿Y qué decir de las moratorias previsionales, de la patria subsidiada, y, como nos recuerda un amigo, de las cíclicas “coaliciones transversales por el dólar barato”?

La “viveza criolla” y el atajo cortoplacista a las soluciones de fondo tienen como contracara una narrativa que se nutre en los disvalores del cambalache y en los dogmas institucionales, políticos y económicos arraigados en el populismo. Son demasiados años de tomar decisiones en condiciones de incertidumbre bajo la narrativa referencial del populismo. Si John Kay y Mervin King tienen razón y la importancia de una narrativa referencial es clave en el comportamiento individual y colectivo de las sociedades y en la toma de decisiones bajo incertidumbre, el eje del cambio cultural que nos debemos, camino a la Argentina normal, es el reemplazo de una narrativa referencial populista y decadente por otra republicana y de progreso con desarrollo inclusivo.

Doctor en Economía y en Derecho

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-cambio-de-narrativa-en-el-camino-a-la-argentina-normal-nid10072023/

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