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Eduardo Costa, el artista amigo de Marta Minujín que escribió canciones para el grupo Virus

Eduardo Costa es profesor en Letras, editor, proto-conceptualista, creador de géneros, poeta sonoro, ficcionador de moda, periodista, ensayista, pintor volumétrico… algunos de los títulos con ...

Eduardo Costa es profesor en Letras, editor, proto-conceptualista, creador de géneros, poeta sonoro, ficcionador de moda, periodista, ensayista, pintor volumétrico… algunos de los títulos con los que se lo ha definido a lo largo de su carrera, desarrollada en tres ciudades costeras, Buenos Aires, Río de Janeiro y Nueva York, desde 1966 hasta la actualidad. En su biografía entran Andy Warhol, Helio Oiticica, Richard Avedon, Serena Williams, Elsa Schiaparelli y el grupo Virus. Él se sigue pensando como un eterno estudiante de pintura.

Hoy es un caballero de pelo blanco, que se viste con camisas elegantes y las combina con desenfado y crocs, además de sus anteojos característicos. En una pared de su estudio se ve el mapa mental de sus días en Río, donde estaba rubio y lozano con la crème de la crème carioca: Oiticica, Anna Maria Maiolino, Sonia Braga... “La modelo Mercedes Robirosa en los 80 me animó a ir a Brasil. Cuando murió Helio, todo quedó sin vida. Él era el centro del grupo y llamaba todos los días para invitarnos a ir a las cosas interesantes. Siempre había algo. Desde Río descubrí Bahía, y toda una religión y sabiduría antigua de la humanidad. Me hice muy amigo del sacerdote y artista Mestre Didi da Bahía, y de su mujer, una antropóloga argentina que facilitó mucho la comunicación”, recuerda.

Su retrato de la artista Lygia Pape está en la colección del MoMA de Nueva York. Hay otro en proceso en su mesa de trabajo, que tiene sin terminar hace tiempo. “Es una sister-piece, una pieza hermana, hecha sobre el molde original de la cara de ella. Es todo pintura. Si la cortás al medio, encontrás el cerebro. Es una performance que suelo hacer”, explica. El ramo de flores parece real, pero es otra de sus obras de pintura volumétrica: capa sobre capa de acrílico, convierte a la pintura en escultura. Para él, sigue siendo un ejercicio pictórico. “Están pintadas prácticamente en el aire. Lo único que tienen es un alambre en el tallo. Capas de acrílico a veces batidas o tratadas con un endurecedor”, señala.

Hoy es un caballero de pelo blanco, que se viste con camisas elegantes y las combina con desenfado y crocs, además de sus anteojos característicos. En una pared de su estudio se ve el mapa mental de sus días en Río, donde estaba rubio y lozano con la crème de la crème carioca: Oiticica, Anna Maria Maiolino, Sonia Braga...

Todo esto se puede ver en la galería de María Calcaterra (MCMC, José́ León Pagano 2649), en su muestra individual Realismos sonoros y ficciones visuales. Eduardo Costa: 1966-hoy. Se ven las flores, y está el video de la vez que abrió al medio el retrato volumétrico del crítico y poeta norteamericano Carter Ratcliff. “Por dos años no le mostré la obra porque pensaba que no le iba a gustar ver que le abrí el cráneo para ponerle el cerebro. Nunca sabés cómo puede reaccionar la gente. A él le encantó”, recuerda Costa. “Incansable es su búsqueda de nuevos caminos en el arte –escribe Joaquín Rodríguez, curador de la exposición–. Este admirador de Duchamp tiene la habilidad de encontrar sus materialidades artísticas en lo impensado: unos diálogos robados en la calle para crear la primera literatura oral, un happening ficticio para un arte de los medios de comunicación masivos, un fingido e inalcanzable accesorio de oro para infiltrarse en los mass media de la moda, el propio semen como acrílico orgánico y el acrílico como arcilla escultórica para expandir las posibilidades de la pintura”. Necesitamos pensamiento original, se lee en la pared de su taller. “¡De todo el mundo, no solo de los artistas!”, reclama entre risas.

“Cada tanto, tengo un éxito”, se ríe cuando se enumeran los varios hits de su vida. Uno es la obra más emblemática de su producción, Fashion Fiction I, una oreja de oro que es escultura o aro maximizado, con el que revolucionó tanto el arte como la moda de su tiempo. Otros son las dos canciones que escribió para Virus, “Luna de Miel en la Mano” y “Encuentro en el río musical” (en Youtube está el film de Sergio Cucho Costantino, Imágenes Paganas, donde Costa comparte recuerdos).

–Dos himnos.

–No puedo creer lo que son los mensajes de distintos lugares de Latinoamérica. Aparece un nuevo medio, como Spotify, y son treinta millones de reproducciones. Yo cobro de Sadaic cada cuatrimestre una suma considerable, ¡desde hace treinta y cinco años! Es mi principal fuente de ingresos, mucho más que el arte. Cada vez más gente se da cuenta de lo valiosa que es la música. En diferentes partes del mundo hacen esos videos que muestran la reacción ante un tema y así se vuelven populares de nuevo las canciones. Hay una frase que me gusta mucho: cuando tirás una piedra al estanque nunca se sabe adónde va a parar la gota final. No fue premeditado. Me la sugirió Federico Moura, y yo la desarrollé, inspirado en una frase del Ulises de Joyce, para mí el libro más importante de la literatura, con un probable empate con Las mil y una noches, obra colectiva y anónima. “Luna de miel” sugiere cosas psicológicamente prohibidas en ese momento, que llegan a un público que no puede soportar más la represión. Produce un alivio muy grande a toda una generación, y a las venideras, que ahora lo mantienen en alto. La otra canción creo que es más importante aun, que está siendo revalorada. “Encuentro en el río” se refiere al hecho de que Federico se va a morir... de eso se van dando cuenta ahora. Si yo hubiera podido elegir una carrera, habría sido escritor de letras para canciones.

–Estudiaste Letras.

–Sí, y tuve a Borges de profesor. ¡Genial! Personal y creativo, el preciado don es ese. Detestaba a Gardel, no sé por qué. Y una vez en clase contó que un hombre lo había parado en la calle para decirle que él y Gardel eran lo más grande. Lo dijo riéndose de la ocurrencia. Pero yo lo compararía de lo más bien, habiendo sido discípulo y conociendo muy bien su obra. Un genio extraordinario.

–¿Seguiste escribiendo letras o poesía?

–Muy poco. Antes de su muerte, Helio Oiticica me había pedido que escribiera algo de su obra cuando llegara a Estados Unidos. Charlábamos mucho sobre su trabajo. Pero me costaba escribir en inglés, sentía que no lo manejaba totalmente. El crítico Lawrence Alloway me dijo que era porque no tenía mi propio way with words, mi propia manera de llevar las palabras. Me di cuenta de que él pensaba que yo sí lo podía hacer... y empecé a escribir un poco. Y así, trabajé diez años para Art in America, con la gran editora Elizabeth Baker, la más icónica persona dentro del mundo de las publicaciones de arte. Estuve con ella hace muy poco, nos seguimos viendo. Viví veinte años en el Village de Nueva York. Mi nombre todavía está en el buzón de 147 Bleecker St. Hace veinte años que me repatrié. Me invitaron recientemente de la Universidad de California en Berkeley, desde el departamento de New Media, para hablar de mi pintura volumétrica.

–¿Qué recuerdos tenés de Nueva York? ¿De tus días con Andy Warhol?

–Era terrible. Todos se mataban drogándose a su alrededor y él no tocaba la droga, pero era indiferente a todo lo que pasaba. Todo el tiempo pensando en su obra y en expandir su lugar en el mundo. Pero nadie vive solo. Él se aisló mucho. Tenía una generosidad que consistía en ir una vez por semana a un comedor para pobres, donde servía platos o cortaba verduras. No se conoce mucho esta faceta, pero era lo que lo mantenía en un escaso equilibrio. Y sin embargo, era un exitista brutal, de esos exitistas tan adictos al éxito... que es una banalidad difícil de perdonar. Hay una adicción, y como todas es muy mala, y puede matar prematuramente, como pasó con él y con muchos otros, sobre todo si pensás en la música. Si pensás en la gente más genial del siglo pasado, vas a encontrar muertes entre los 25 y los 32 años. No tiene por qué ocurrir. Tuvieron tanto éxito, que no pudieron, no supieron, vivir.

–Llegar a los 80 es una excepción.

–Los latinoamericanos no hemos tenido esa locura. Lo más agudo ha estado en Brasil y México, dos países maravillosos que pagan un precio altísimo por el consumo de drogas. Mentes raptadas por el demonio... el demonio de la droga. Varios del Di Tella seguimos vivos. Con Marta Minujín estamos bastante bien de la cabeza y nos felicitamos cuando nos encontramos.

***

“La cosa más exciting que he visto en los últimos años”, proclamó Alexander Liberman, editor de arte de la revista Vogue norteamericana entre 1941 y 1962, luego de su reunión con Costa gracias a la intermediación del galerista Leo Castelli. El 1° de febrero de 1968 se publicó en sus páginas un extraño accesorio. El oro calcaba la forma de una oreja perfecta de una modelo con raro peinado nuevo, una especie de bufanda con su propio pelo. Estaba fotografiado y comentado por el gran Richard Avedon y modelado por Marisa Berenson, nieta del icono de la moda surrealista Elsa Schiaparelli y del reconocido crítico de arte Bernard Berenson. El molde había sido tomado de la modelo argentina María Larreta en 1966, y la pieza formaba parte de Fashion Fiction I (Moda Ficción 1), junto a otras joyas en forma de falanges y pelos.

Lo explica Rodríguez en su texto curatorial: “Costa buscaba ampliar su audiencia, extendiéndose hacia los mass media de la moda con una estrategia que incluyó ficcionar un producto de lujo como así también valerse de los lenguajes visuales y escritos característicos de estas publicaciones. En los meses posteriores a su aparición impresa, el objeto se transformaría en varias joyas verdaderas a pedido de un grupo de lectores de la revista. Es una botella lanzada al mar de los medios de comunicación que ha sido y continúa siendo referente y fuente de inspiración. Dentro del propio campo de la moda es convocado en 2019 por Gucci y su director creativo Alessandro Michele, quienes producen una versión prêt-à-porter y que nuevamente sería destacada en la revista Harper’s Bazaar, esta vez cubriendo la oreja de Serena Williams fotografiada por Alexi Lubomirski. También en el campo del arte varios artistas la han citado, como es el caso de la obra Sin título, 2021, fotografía de La Chola Poblete, donde la artista adopta la misma posición y encuadre de la foto de Berenson y reemplaza la materialidad del oro por la del pan”.

–Con la oreja de oro diste la vuelta al mundo. Se ha dicho que fue un caballo de Troya que metió el arte en la moda.

–Mitad en la moda, mitad en el arte... Ha tenido una trascendencia fantástica. Es una obra que empieza en 1966 y continúa hasta ahora. Una pieza abierta. Debe ser la obra más grande del mundo. La primera vez que se publica en la revista Vogue fueron millones de ejemplares. Es de oro 24 quilates, puro, tal cual se encuentra en la naturaleza. Un color incomparable, fantástico. Si lo mirás mucho, te posee. Es el más blando de los metales, y por eso lo elegí, porque la oreja tiene pliegues diminutos. No estaba resuelta como joya cuando la llevé a la revista, no tenía clip, así que la pegaba con cinta de doble faz. Y tenía que ser a medida de quien la fuera usar, para que encajara en la oreja. Son todas muy diferentes. Después de la publicación, decidí convertirlas en joyas. Fue algo premeditado: yo vi en las revistas de moda que entonces no estaban usando oro. Con ese pensamiento original, hice una carrera afuera fácil desde el principio. Desde que llegué se fueron abriendo las puertas. Son períodos que se cierran bien, además.

–En el Happening para un jabalí difunto no hay obra, en cambio... solo la noticia de una obra que no existió. Con Raúl Escari y Roberto Jacoby fueron la vanguardia de las fake news en 1966.

–Exacto. La pieza era eso: comunicar sin que hubiera nada que comunicar, para demostrar cómo se puede construir una realidad a través de lo medios, aunque nada haya existido. Quisimos relatar un happening en vez de hacerlo, sin que hubiera existido. Era un género nuevo, que venía de Estados Unidos, y quisimos ir un paso más allá. El escritor Dalmiro Sáenz fue uno de los “invitados”, junto con la vedette del momento Egle Martin y el escritor Manuel Mujica Lainez. Tomó las fotos Rubén Santantonín, y las hicimos en cualquier lado, donde fuera más cómodo para ellos. Fue un éxito entre los lectores. ¡Hubo gente ofendida porque no los invitamos! La gente piensa que todo lo que se publica es verdad, cuando es ficción, por darle un nombre amable. Al mes publicamos en el mismo diario, El Mundo, la desmentida de la noticia, escrita por Eliseo Verón. En el libro de Alexander Alberro, el más importante que se ha escrito sobre conceptualismo, este happening está en la página 4 o 5. El arte conceptual, hablamos alguna vez con María José Herrera, es un envoltorio que se le da a algo que estuvo siempre para presentarlo como una corriente actual. El paso de las pinturas planas a la perspectiva es un invento del Renacimiento. Y es una idea.

–La lección de Anatomía no es un homenaje a Rembrandt, sino un happening en el que cortaste huevos duros hechos con pintura volumétrica para mostrar que adentro tenían yema.

–Una señora había comprado los huevos, y el marido le discutía que no había nada adentro. Entonces ella me llama y me dice si no puedo hacer una performance y cortar un huevo delante del marido y de otros invitados. Me encantó la idea. En 2004 lo hice en el Museo Nacional de Bellas Artes, con un huevo de avestruz con pintura líquida en su interior. Descubrí que cuando hacés una pegada en la pintura tiene que encajar con el momento histórico de la sociedad en la que lo estás mostrando. Para que haya éxito, tienen que darse esas dos cosas juntas. Hay obras que no funcionan, pero luego encuentran su momento y son redescubiertas.

–¿En qué estás trabajando ahora?

–Estoy concentrado en las flores. Parto de modelos vivos, aunque no las copio exactamente. Los resultados son delicados. Yo continúo la tradición de los pintores de flores, haciéndolas todas de pintura. Prácticamente, hay un momento en que estás pintando en el aire. El resultado es una mezcla de lo que funciona visualmente y lo que funciona en sentido práctico, porque tienen que ser duraderas, mantener el color y otra exigencias técnicas. Y al mismo tiempo, tienen que remitir a las flores reales: lirios, iris, nardos, rosas... y hay también muchos zapallos, con los que hice performances muchas veces. Una vez, en la galería Ruth Benzacar, Rogelio Polesello me ayudó a cortarlos porque estaba muy dura la pintura.

–¿Próximas muestras?

–Tengo 83 años y sigo trabajando como siempre. No tengo memoria, nomás. La tengo copada con cosas importantes y me interesan. Ahora tengo varios proyectos en Estados Unidos. Como dicen ellos, tengo varias planchas en el fuego.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/eduardo-costa-el-artista-amigo-de-marta-minujin-que-escribio-canciones-para-el-grupo-virus-nid03122023/

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