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A orillas del Río Colorado: compraron una chacra en la Patagonia para hacer un negocio sin saber que eso cambiaría todos sus planes

Ezequiel Naumiec, más conocido por sus amigos como Kelo, entró en el mundo de los vinos hace más de veinte años y desde entonces no dejó de perseguir un sueño. Licenciado en comercio exterior...

Ezequiel Naumiec, más conocido por sus amigos como Kelo, entró en el mundo de los vinos hace más de veinte años y desde entonces no dejó de perseguir un sueño. Licenciado en comercio exterior, porteño, comenzó trabajando en una bodega, desarrollando las estrategias de exportación de los vinos argentinos a otros mercados internacionales.

En San Rafael, Mendoza, trabajó para una bodega en el área de exportación y el contacto con la producción fue un paso natural. Al recorrer los viñedos descubrió que entre las plantas sentía una sensación muy auténtica de felicidad. “Esa provincia me atrajo por sus vinos y, años después, la Patagonia me atrapó por sus viñedos.”, cuenta.

Kelo ahora vive junto con Paula, su compañera de la vida, y su hija de 6 años, en una chacra patagónica, en la provincia de Río Negro. Situada a la vera del Río Colorado, la propiedad de seis hectáreas que compraron en el 2014, es también su espacio de trabajo: la bodega y viñedo Trina, un emprendimiento que fusiona la tradición vitivinícola con la innovación en hospitalidad. Su hijo mayor, Mateo, de 23 años, que vive en Mendoza, donde cursa el último año de la carrera de enología también colabora en la empresa familiar, un proyecto innovador, de largo aliento.

Todo comenzó como suelen comenzar los grandes cambios: en un instante mágico. “Por esas causalidades del universo, vinimos con mi familia a Río Colorado a festejar un fin de año en el 2010. Y en ese festejo, después de comer uno de esos asados que te dejan con ganas de ir a dormir una siesta, el dueño de casa me hace una propuesta que creo que nunca voy a olvidar: ‘Kelo, ¿vamos a visitar bodegas abandonadas, te lo digo a vos que te gusta tanto el vino y que tampoco dormís siesta?’. Es que en esa zona hubo una época en que había muchos viñedos, que no prosperaron. Y desde ese momento, sin ni siquiera saberlo, ya empezaba a gestarse un gran proyecto como el que hoy estamos llevando adelante.”, revela.

Esa recorrida le hizo conocer que Río Colorado había sido un polo vitivinícola de excelente calidad, que no había sido explotado en todo su potencial, pero todavía albergaba grandes oportunidades para la industria del vino. “Los rindes de la producción en términos de volumen no eran los buscados en esa época. Sumado a cuestiones políticas y combinadas con otras malas jugadas. Y a mí ese descubrimiento me voló la cabeza: ¡toda una industria y una historia borrada del mapa vitivinícolo argentino! En ese instante pensé ¡Qué bueno que esto me está pasando a mí porque puedo asumir el desafío de volver y ayudar a promover una ruta del vino en esta zona.”, recuerda.

En ese momento, la idea surgió como una oportunidad de negocio. El único cambio que supondría el emprendimiento, tal vez, sería que en lugar de viajar a Mendoza iba a tener que viajar a la Patagonia. La apuesta iba por el lado netamente empresarial. El primer paso era encontrar el lugar. “Estuve tres años buscando entre bodegas abandonadas y chacras de viejos parrales. Sabía que la chacra tendría que ser en la costa del río porque allí se obtenían las mejores cepas y así emprendí una extensa y muy divertida búsqueda, que me hizo conocer más la historia de la región y me llevó a imaginar la calidad de vides que se lograba en el pasado, la cantidad de hectáreas plantadas con exquisitas variedades, cómo se respetaba el terroir y miles de anécdotas que hoy todavía muchos de los que conocieron aquella época dorada todavía recuerdan”, relata Kelo.

Cuando, con Paula, que lo acompañaba en muchas de esas visitas, llegaron a la chacra que hoy es Trina, supieron que iba a ser ahí. Había sido la primera chacra que Kelo había visitado al iniciar la búsqueda y otra vez, por azar volvían y la veían con otros ojos, capaces de visualizar el futuro. “Las vueltas de la vida me pusieron nuevamente ahí, en el mejor lugar: una chacra en la costa del río, frente a las bardas, rodeada de antiguos viñedos y una bodeguita de barro casi derrumbada con olor a vino y a humedad, nos hicieron vibrar, nos llenaron de ganas de hacer.”, cuenta.

Antes de instalarse en el sur la forma de vida consistía en pasar muchas horas subido a un medio de transporte: ya fuera el auto para ir desde su oficina en pleno Caballito a su casa en San Fernando, lo que le tomaba unas tres horas por día, o bien arriba de un avión hacia San Rafael, Mendoza, donde también trabajaba. “Vivía siempre de viaje, siempre moviéndome de acá para allá.”, resalta. Ahora lleva un ritmo de vida mucho más calmo y relajado. Cada día cuando se detiene unos segundos con la atención plena observando a su alrededor encuentra la respuesta: “agradezco que no dejo de sorprenderme por trabajar en un lugar tan hermoso rodeado de los mejores paisajes.”.

La vida se encarga de ordenar las prioridades

Y llegó el 2020, con la pandemia, el aislamiento y sus efectos en toda la sociedad. A Kelo y Mateo los encontró trabajando en la chacra, mientras Paula y Juana estaban en Buenos Aires.

Paula es neuropsicóloga infantil e instructora de mindfullness. Algo del entusiasmo por esa disciplina, que consiste en la práctica de meditación y otras técnicas cognitivas para aprender a vivir en un estado de conciencia presente, en el aquí y ahora, venía contagiándole a Ezequiel, una persona que vivía en modo acelerado. Por eso, cuando nació Juana, cuando el matrimonio ya llevaba diez años de una relación como “de novios”, se propusieron disfrutar a pleno de la crianza. “Juana fue muy buscada y me propuse disfrutar mucho de verla crecer, que no me pasara lo mismo que con Mateo, que nació cuando yo era muy joven y porque estaba más enfocado en trabajar me perdí de estar en muchos momentos importantes.”, confiesa Kelo. Así fue que, planificando los años venideros el matrimonio encaró en conjunto el emprendimiento, con la idea de tener una empresa propia enfocada en el desarrollo de un producto como el vino.

El cambio de rumbo en el proyecto llegó después, en forma totalmente inesperada. Como esas cosas que hay que vivirlas para tener la respuesta a esa pregunta que uno no se había siquiera atrevido a preguntar. Por ejemplo: ¿podríamos dejar la comodidad de la ciudad para irnos a vivir en medio de la naturaleza?

Tenían que calentar los ambientes con una salamandra

“La pandemia nos hizo cambiar la cabeza, nos dimos cuenta que por más que uno planee cosas, la vida se encarga de poner orden a esas prioridades.”, reconoce Ezequiel. “Cuando comenzaron las medidas de aislamiento estábamos en plena elaboración de la cosecha 2020 y recién habíamos inaugurado la bodega. El aislamiento que al principio iba a ser unos días, fue semanas y meses. Entonces fui a buscar a Paula y a Juana para que se unan a nosotros y pasáramos la pandemia en la chacra. Y nos terminamos quedando”, revela.

Alquilaron su casa de Buenos Aires, todos los muebles los trasladaron a la chacra y empezaron una nueva vida, con mucho por aprender: lo lindo de vivir rodeado de la naturaleza y lo difícil que era adoptar nuevos hábitos. “Tuvimos que adaptarnos a vivir de una manera totalmente diferente a la que estábamos acostumbrados. Sin gas, calentar los ambientes con una salamandra, cuidar la leña o levantarnos a las 4 de la madrugada para que no se apague el fuego, ser más responsables con el uso del agua o estar sujetos a la inestabilidad de la energía eléctrica. Muchas comodidades que en la ciudad damos por sentadas acá valen oro.”, observa.

Otro cambio fue el vínculo con la gente. En los lugares chicos todos se conocen, por eso es muy importante tratarse amablemente, saludar y decir “por favor”, como regla básica. En ese sentido también cuenta que a veces extraña un poco el anonimato que da la vida en la ciudad.

Lo que es un poco ambivalente, ya que, por otro lado, el proyecto Trina salió adelante gracias al apoyo y el acompañamiento de mucha gente. “Tuvimos un apoyo genuino del pueblo y en cada visita sentimos esa complicidad en la historia particular de cada uno con esa época dorada de enólogos, uvas finas por todas partes, ostentosas bodegas y también para aquellos que hacer vino era parte de una juntada familiar.”, señala Kelo y recuerda que en unos días se cumplen catorce años del momento en que conoció la historia de los viñedos patagónicos en esa comarca llena de pájaros a la vera del río y hoy Trina Rio Colorado, es una de las tres bodegas certificadas con el rótulo de “enoturismo” que integran el camino del vino en Rio Negro.

“Gracias al gran apoyo familiar que contamos desde sus inicios, fue posible dar inicio a este sueño. Me siento un privilegiado en tener a muchos que siempre están a la orden para alentarme y acompañar en este camino. Con mi mujer Pau, hacemos una super sociedad, aprendo mucho de su compañerismo, mis hijos Mateo y Juana, Mi familia toda, mi mamá Ali, mis hermanos siempre incondicionales, Ivana, Juan y Belén, mis suegros de lujo, Julio e Inés, mi hermano del alma Juan Martin y una banda de amigos que siempre estuvieron al lado con buenos consejos.”, enumera Kelo.

Los pájaros ayudan a mejorar las frutas

En Trina, todo tiene que ver con el vino, pero también con la hospitalidad, la fuerza de la naturaleza, los encantos de la Patagonia que atraen a los viajeros del otro lado del mundo y con una forma más plena de disfrutar el vino.

El nombre fue elegido en homenaje a la esencia del lugar: el trinar de los pájaros y la comunión entre ellos y los viñedos. Ante su estímulo, las plantas se esfuerzan por dar su mejor fruta para llamar la atención de las aves y que luego de comer su fruto éstas depositen sus semillas lejos donde brotarán nuevas vides, dando por realizado su compromiso con la continuación de su especie. “Siendo protagonistas, intervenimos, sin alterar ese ecosistema en equilibrio para hacer el mejor vino posible.”, explica Kelo.

Hoy Trina es una experiencia completa que se inscribe en el turismo de cercanía, como se puede ver en los encuentros en el 9 piso del CCK, donde el ciclo Cocina Abierta, que forma parte del programa GustAR, muestra a protagonistas como Triana. (En esta ocasión del 8 al 10 se puede conocer que hacen de 14 a 20, con entrada libre y gratuita productores de provincias como Chubut, La Pampa, Neuquén, Río Negro, Santa Cruz y Tierra del Fuego).

Con la incorporación a la bodega de restaurante y luego de la hostería boutique Trina ofrece a sus huéspedes que puedan sentirse protagonistas de cada una de las escenas que constituyen el ciclo completo del vino. Desde los viñedos, a la bodega, a la degustación de los vinos en sus diferentes etapas de evolución. El restaurante y las suites de alojamiento, representan nidos de horneros, anclados sobre la costa del Río y rodeados por imponentes viñedos, que les brindan un magnífico entorno. “Hoy estamos en pleno crecimiento y si en primera instancia queríamos hacer vinos de alta gama, hoy queremos mostrar a los turistas cómo lo hacemos y hacer un negocio de eso. Lo que nos proponemos es lograr que cada huésped pueda sentirse parte del engranaje natural de la elaboración de vinos.”, señala enfatizando que el miedo al cambio fue un miedo superado con éxito.

“Aprendí que si uno le pone garra y pasión el resultado siempre es bueno, y que los miedos al cambio son solo una señal de atención, nada más que eso, con confianza en lo que uno quiere siempre se logra el objetivo.”, reflexiona Kelo al pensar en su cambio de vida. “Recomiendo a todos los que quieran hacer un cambio de vida que lo hagan porque siempre hay tiempo para volver o ajustar el cambio, pero quedarse con el uhh si lo hubiese hecho… no es una opción.”, concluye.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/a-orillas-del-rio-colorado-compraron-una-chacra-en-la-patagonia-para-hacer-un-negocio-sin-saber-que-nid08092023/

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