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“Me perdí en mi negocio”, después de 10 años decidió hacer un cambio a su marca sabiendo que perdería clientes pero no lo que ganaría

Alejandra Boland (38) es oriunda de Bahía Blanca y ...

Alejandra Boland (38) es oriunda de Bahía Blanca y al terminar el colegio se fue a Capital Federal para estudiar diseño de indumentaria. Su pasión por la carrera textil es de toda la vida, aún tiene guardados los dibujos que hacía de chiquita. Viene de una familia de emprendedores y no se le ocurría que su vida podía ser de otra forma. Así que cuando se recibió empezó junto a una amiga su propia marca de ropa. Pero lo que sí la sorprendió fue descubrir que, aún en el mundo de los negocios, a veces es válido apostar a lo que uno siente y no a lo redituable.

“Sentí que me había comido la parte comercial de un muy buen negocio”

Después de diez años la socia de Alejandra, por cuestiones personales, decidió dejar la marca que era un éxito y quedó ella sola en un momento complicado de nuestro país, “todo era lío y yo miraba mis colecciones y decía no me veo ahí, no soy yo. Sentí que me había comido la parte comercial de un muy buen negocio y que yo había quedado perdida en el medio, me sentía presa de esa situación romantizada que tiene la moda de que todos vivimos corriendo y es todo una locura”, abre su corazón Alejandra.

Se dio cuenta de que se había desconectado de lo que en un principio la llevó hasta ahí. Antes ella solo usaba su ropa, cuando se ponía algo de otra marca era porque ella no lo producía, como por ejemplo el jean, ella iba hasta al supermercado en lentejuelas, porque Alejandra siempre creyó en el producto hecho desde un lugar muy desde adentro.

No sabía bien por donde pero se planteó hacer un cambio. Cerró el local, mantuvo la venta online con menor cantidad de stock, la sociedad con su amiga ya la había disuelto.

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En los hilos de la vida que se van moviendo sin que uno ni siquiera lo perciba, surgió la posibilidad de ir a Mallorca tres meses sola. “Me lo tomé medio como un retiro, laburaba a la mañana, me iba a la playa y me acostaba a las 21hs. Necesitaba conectar conmigo y me volví mi persona favorita de nuevo. Dije es España, no soy yo, era más fácil poner todo afuera”, analiza Alejandra que de un día al otro vació su departamento, regaló los muebles y sacó pasaje para mudarse de país, sin saber bien cómo iba a manejar el negocio.

Pero cupido y el covid tenían otro plan pensado para ella.

“La facu no te prepara para emprender”

En el 2007 empezó su propia marca de ropa con una amiga de la universidad. “La facu te prepara para un montón de cosas pero no para emprender, eso te lo da la experiencia. Al principio hubo algo de golpe de suerte y ser osada porque hacíamos 200 vestidos y nos íbamos de viaje de producto a Nueva York como unas deliradas, pero ser tan inconscientes nos llevó a meternos en cosas que nos quedaban enormes pero nos salían bien”, admite Alejandra.

El negocio y su estilo de vida eran un éxito: viajaban a NY, las invitaban a la semana de la moda, iban y venían pero no tenían ni idea de hacer números. Un día decidieron abrir un showroom y Alejandra habló con su padre que hace cuarenta años que tiene su propia empresa: “Necesitamos plata que vamos a poner en un showroom y vamos a crecer. Y él me dijo, buenísimo, mostrame los números y yo te doy la plata, no me iba a hacer el favor por ser la hija”, explica Alejandra. Entonces su padre analizó y les dijo “se están por fundir y no se dieron cuenta”. Les propuso que les daba la plata pero si él se metía dentro del negocio y empezaban a hacer las cosas distintas.

“Fue un punto de inflexión total porque pasó de ser un juego a tener realmente una marca. Y eso nos llevó a profesionalizarnos muchísimo. Nosotras veníamos de esta historia del mundo creativo en el que vender es mala palabra, donde decís cosas como a mi me van a buscar porque mi ropa es linda, yo no salgo a vender. Cuando papá se suma como socio nos cambió todo”, relata Alejandra, agradecida de cómo se dieron las cosas.

El primer cambio fue poner orden a lo que iban a hacer cada día, de alguna forma azarosa su socia quedó en la parte de producto y Alejandra en la parte comercial, eso la llevó a tener que ir adaptando distintas estrategias y descubrió la venta mayorista. “Descubrí un mundo completamente diferente que tenía que ver con tener una capacidad productiva fuerte, poder vender todo de una, que me paguen por adelantado, me parecía milagroso”, cuenta Alejandra.

Entre los vaivenes de nuestro país les tocó una etapa donde se cerraron las exportaciones y muchas de las marcas que hacían vestidos de fiesta no podían ingresar su mercadería. Pero ellas hacían todo con talleres y bordadoras de acá, entonces se empezó a correr la voz de que las chicas de la marca Ceilonia vendían vestidos de fiesta, “empezamos a entrar a re buenos locales mayoristas, compartíamos perchero con María Cher, con Jazmín Chebar, con todas esas marcas y nosotras éramos dos piojos que no teníamos esa dinámica de movernos como una marca grande, así que tuvimos que adquirir ese ritmo”, explica Alejandra.

Se empezaron a profesionalizar y se convirtieron en un negocio cien por ciento mayorista. Llegaron a vender a más de cien locales, “pero el mayorista te empieza a exigir, te pide la camisa, el pantalón, y en pos de ganar perchero nos fuimos agrandando a un nivel en el que había muchísima ropa y producción, ¡era un desgaste! y en un punto nos fuimos desconectando de lo que era inicial, de esa chispa que teníamos cuando arrancamos la marca”, se sincera.

“Me di cuenta de que estar bien no tiene que ver con la geolocalización”

Hacía diez años que un amigo de su primo la invitaba a salir, pero la vorágine de la vida diaria hizo que nunca se concretara la salida. La volvió a invitar cuando Alejandra estaba en otra sintonía, con un pie en España, así que aceptó, al fin de cuentas un poco de distracción entre los preparativos le venía bien. “Me empezó a gustar y me enamoré. Cuando se iba acercando la fecha de irme no me quería ir, me di cuenta de que estar bien no tiene que ver con la geolocalización. Empezamos a salir y postergué un poco mi viaje con la excusa de que hacía mucho frío en España y después me agarró la pandemia. Así que me mudé a su casa, fue todo una locura, en dos meses estaba en el vínculo más importante de mi vida”, cuenta enamorada.

Su nuevo vinculo afectivo y el haber conectado con lo más simple la llevó a preguntarse qué era el lujo para ella. “Yo no quiero hacer mil prendas, quiero hacer joyitas pero no para el otro. ¿Qué es para mi el lujo? Quería darle el real significado porque yo tenía un negocio que se podía considerar de lujo pero mi vida no lo era”, analiza Alejandra. Se dio cuenta de que ella quería poder hacer un producto sin medir si comercialmente le iba bien, poder mostrarse sin esconderse en lo que comercialmente funcionaba.

“Fue el proceso creativo más importante que hice en mi vida porque fue desde las vísceras, al fin me estoy mostrando desde el lugar que yo considero lujo, esa textura que te acaricia. Para ser coherente me tengo que mover en sintonía y no puedo vender un producto con una forrería que no es de calidad”, asegura Alejandra del momento en el que dejó de hacer lo que venía haciendo para empezar una nueva línea de productos de alta calidad, bordados y muchos detalles.

De Argentina a vender en Estados Unidos y Europa

El año pasado Alejandra decidió internacionalizar su marca. Para eso recordó que ocho años atrás, en un viaje por Estados Unidos, se había metido en una feria de venta mayorista que le voló la cabeza: 900 stands tomando notas de pedido para locales multimarcas conocidos, y no tanto, pero por todos los rincones de Estados Unidos.

Se arriesgó y mandó un mail. Para su sorpresa la respuesta no tardó en llegar: a los organizadores les gustó su catálogo y estaban dispuestos a darle un stand en el evento.

“Era 5 de noviembre, ellos querían que yo fuera en febrero y encima en un mes me casaba, era todo una locura pero tenía que hacerlo y acepté”, cuenta Alejandra aún sin poder creer la experiencia que vivió meses atrás. En diciembre se casó y a los cinco días se fue a la India, “estuve un mes en India armando todas las muestras, una por una, con el hilo, la lentejuela, instalada en la fábrica todo el día. Fue una experiencia increíble estar ahí y que te muestren las cosas. Lo que crecí en ese viaje fue impresionante. Te nutre esto de que realmente le ponen tanto amor a las cosas que por eso le salen así. Yo que venía de trabajar con telas de Nueva York y París estaba en la cuna de donde sacaban esas telas, todo es divino”, cuenta Alejandra.

Luego se fue a París a ultimar detalles con Julia, su amiga de toda la vida que vive allí y desde hace un tiempo es su socia en el plan comercial de internacionalización de Ceilonia en Europa.

En febrero empezó la feria, Alejandra llevó muestras de todos sus productos y fue un éxito, cerró contrato con grandes empresas del país norteamericano. “Salí y no lo podía creer, pensaba como nos cuesta salirnos de nuestra diaria y mirar todas las posibilidades que tenemos, porque tenemos lo más importante que es talento y somos muy profesionales. Uno tiende a pensar que estamos en el final del mundo y eso nos pone un techo, y te peleas con el taller y en eso que no entra al país, te enfocas en lo que sale mal pero hay todo un mundo que podemos explorar y no es tanto más diferente de lo que hacemos acá todos los días, simplemente tiene otro código postal. Muchas veces los emprendedores no son conscientes de lo que hacen todos los días, de todos los puestos de trabajo que dan, somos un montón y que yo haya sido la única argentina en 900 marcas me parece una locura”, expresa Alejandra.

Desde hace algunos años que, en paralelo, tiene con su papá una consultora de negocios. Al principio se enfocaba en marcas del mundo de la moda, pero hace rato que trabaja en otros rubros lo que le permite explorar territorios ajenos a su trabajo diario y que le gustan. Se empezó a especializar en negocios internacionales, “en buscar todas las aristas en las cuales tenés que estar listo si querés salir al mundo. Ya aprendí el truco, esos detalles que llevan a que el proceso sea más amable”, cuenta Alejandra desde su experiencia.

“Soy una enamorada del sistema mayorista, me parece que es lo mejor cuando te querés posicionar. Yo hago ropa para vender, no para que me feliciten, me gusta el negocio en sí mismo, no quiero tener el local con mi nombre. Antes era todo atrás de mi marca, mi identidad residía ahí. Ahora mi marca es un reflejo de quien soy yo”, concluye con orgullo Alejandra.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/me-perdi-en-mi-negocio-despues-de-10-anos-decidio-hacer-un-cambio-a-su-marca-sabiendo-que-perderia-nid12062023/

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