Generales Escuchar artículo

Una Argentina atravesada por los milagros

Los argentinos se levantan a diario con la angustia de los alemanes de 1923, año de la primera gran crisis ulterior a la Primera Guerra Mundial: ¿cuál será la noticia catastrófica del día?...

Los argentinos se levantan a diario con la angustia de los alemanes de 1923, año de la primera gran crisis ulterior a la Primera Guerra Mundial: ¿cuál será la noticia catastrófica del día?

Saben que el actual estado de cosas no puede continuar así indefinidamente. No se preguntan, sin embargo, como los alemanes de aquella época, cuán próximo es un alzamiento callejero, el estallido de un golpe militar, o el intento de una secesión territorial. No tienen hasta la fecha presagios conminatorios para preguntarlo, pero viven en situación de milagro institucional.

Hay un contraste palmario entre la gravedad de las causas de degradación generalizada de la política y la economía, con las consiguientes consecuencias de miseria sobre la población e involución del país, y los efectos a la vista todavía sobre el curso de las instituciones que conforman el Estado. Es un fenómeno tan extraordinario que debería celebrárselo por el valor de la sedimentación de cuarenta años continuos de democracia.

En 2001 y 2002, a mitad de camino en esta era histórica, se sintió por debajo de las estructuras políticas un sismo de magnitud considerable, y la plasticidad institucional resistió la crisis al precio de dejar al presidente Fernando de la Rúa, y a varios sucesores inmediatos, por el camino. ¿Cuántos fenómenos parecidos podrá tolerar el sistema sin acuerdos sustanciales y perdurables que prevengan y amortigüen el escalonamiento de infortunios que desquician a la sociedad por entero?

Aquel ejemplo elocuente confirma que las edificaciones se consolidan por el transcurso de los años. Más golpes no podrían haberse asestado sobre las instituciones que fundamentan la democracia. Soportan lo indecible, con una pobreza gigantesca, ahora del 40,1 por ciento de la población, y la corrupción de las mafias que se reparten con descaro los dineros públicos de una sociedad por largo tiempo inconsciente, o renuente a tomar conciencia de que la vejan los que más dicen protegerla.

“Viva la Pepa”, habrá brindado Martín Insaurralde, aún entonces jefe de ministros del gobernador Axel Kicillof por imposición de la familia Kirchner, cuando descorchó el buen champán, en aguas del Mediterráneo tan cercanas a Marbella, con la modelo que lo escoltaba. El influyente periódico uruguayo Observador ranqueó a la dama en la novedosa categoría de “modelo erótica”.

El de Insaurralde fue un gesto de temeridad atroz y el imaginario brindis de “Viva la Pepa” estuvo en las antípodas de la exaltación cívica de los españoles que lo echaron a correr hacia la fama en 1812 en manifestación de alegría por la constitución liberal lograda un 19 de marzo, día de “los Pepes”. Era el enésimo gesto temerario en su insólita carrera de caudillo bonaerense, pero el último, también, al cabo del hartazgo ciudadano con “la casta política” que certificaron las urnas de las elecciones primarias y abiertas del 13 de agosto. Insaurralde había actuado, por fuerza de una inercia compulsiva, con la infatuación de las conductas habituadas a que todo sea posible. A que no haya límites morales y políticos de ninguna índole.

En el próximo turno, el de la primera vuelta del 22 de octubre, habrá elementos más definitorios para interpretar si la abstención del 31 por ciento de agosto fue efectivamente una expresión de castigo a “la casta”. O, si fue algo más profundo todavía: el prenuncio de una ira colectiva en aumento contra el sistema, sus estructuras y resultados, y no solo contra la dirigencia política que ha envejecido en cargos públicos.

Ver a las instituciones democráticas de pie entre tantas heridas gravísimas que se le han inferido sin que el país pasara un solo día de estos cuarenta años por una guerra, es, verdaderamente, un milagro. Pero no es el único fenómeno de carácter pasmoso que llama nuestra atención.

Milagro es que a diez días de la primera ronda de las elecciones presidenciales Javier Milei se mantenga al tope de los pronósticos electorales. Lo dicen los encuestadores, que tanto yerran, pero tiende a confirmarlo la presteza adulona, y olfato experimentado, de los empresarios que apresuraron anteayer el almuerzo marplatense de IDEA con Patricia Bullrich para correrse a un encuentro con el mismísimo candidato que los había desairado al dejar su sitio vacío en el encuentro organizado con la anticipación debida. Entre ellos, había algunos de los que en su momento descubrieron, después de haberlo escuchado al ministro del Interior, Eduardo de Pedro, en sus breves horas de candidato presidencial del kirchnerismo, que estábamos poco menos que ante una nueva figura estelar de la política nacional.

Milagro es que se haya abierto la posibilidad de que pueda acceder a la Presidencia de la Nación el político de menor contención emocional de que haya memoria desde la Primera Junta de Mayo, de 1810. Los ha habido perversos, inútiles o intrascendentes, pero sin encarnar ninguna de las propiedades tan ajustadas a los requerimientos de la nueva cultura global que se cultiva por las redes sociales. Que mintió, como se miente desenfadadamente por las redes, en el primer debate presidencial sobre el perdón que habría manifestado al Papa por las ofensas gravísimas vertidas contra éste años atrás. Que mintió sin importarle la letra fresca de los renovados ataques que le ha hecho, bien que algo morigerados en relación con anteriores apreciaciones, al señalar su connivencia con “dictaduras sangrientas” de la izquierda latinoamericana.

Milagro es que el Instituto Sanmartiniano u otras instituciones nacionales consagradas a la defensa de las tradiciones y culto de los padres de la nacionalidad hayan mantenido silencio ante las expresiones del economista a quien Milei ha presentado como el que aplicará la piqueta demoledora sobre el Banco Central si llega a la Casa Rosada. Sería, desde luego, un milagro que nadie pague un precio social de algún tipo como derivación mediata de habérsele atribuido a Mitre ser el artista cincelador de una figura fantasiosa, y no el primer historiador científico de la Argentina, que concibió a San Martín como un genio militar de la emancipación sudamericana.

Ahora resulta que desde el clan de Milei se replantea la historia documentada por Mitre y se antepone el nombre de Carlos de Alvear al de San Martín en consonancia con una vieja versión de la familia de aquel otro. Se ignora el estudio concienzudo hecho por Mitre del archivo personal de San Martín que Balcarce puso en manos del primer presidente de la Argentina organizada definitivamente sobre las bases constitucionales de 1853/60 y las entrevistas que este hizo con jefes que habían combatido al lado del Libertador.

Inesperada coincidencia. Desde el mileísmo se funda un nuevo panteón histórico. Otro tanto realizó el kirchnerismo, que construyó el propio, dejando afuera a Mitre, a Sarmiento y a Roca.

Milagro es la performance inverosímil del político de papel duplicado, y a tono con su personalidad versátil, de candidato y ministro, mago y trapecista, haciendo desde lo alto del circo criollo viejos y arriesgados trucos sin precipitarse aún al vacío. Milagro es que llegue al domingo 22 con la chance que se le atribuye de obtener la segunda posición y el derecho de ir al ballottage en medio de la tormenta económica y social que truena cada vez más fuerte en su gestión.

Milagro será que Patricia Bullrich remonte en los últimos días una campaña electoral que pudo haber comenzado como favorita y debió haberla llevado sin sobresaltos por lo menos a la primera vuelta. Ha debido afrontar situaciones de desconcierto originadas por la crispación de los enfrentamientos en Juntos por el Cambio hasta el logro de la candidatura.

Las asperezas de una contienda electoral interna en última instancia se entienden por excesivas que hayan sido. ¿Pero cómo explicar el desafinamiento del expresidente Mauricio Macri cuando ha hablado de un tiempo a esta parte en el papel ajeno al que sería más natural en su caso, el de oficioso pater familiae?

Milagro será, a esta altura, que Macri se llame a un prudente silencio y deje de comportarse como el eterno play boy que salta de una mesa de bridge en Europa a la dudosa compañía de los prohombres que regentean el sucio fútbol mundial, y de allí a un aula de gran prestigio académico. En principio, son esas cuestiones personales; el problema es que en los intersticios de tiempo libre Macri se atreve a formular grandes definiciones políticas sin el pulso debido de lo que más conviene o no a la suerte en juego de los candidatos de su partido, el Pro, y de la coalición que integra.

Milagro sería saber a ciencia cierta si Macri comprende la magnitud de las torpezas que lleva cometidas desde que su larga indefinición sobre las funciones que asumiría en el proceso electoral de 2023 llevó a un apresurado, enconado y dañino enfrentamiento para todos en Juntos por el Cambio, y en particular entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich. Saber, en fin, si haber caído en reiteradas necedades ha sido por las frecuentes distancias que Macri ha tomado de la política práctica, que exige presencia activa y focalización, y anula cualquier margen de distracciones. O, bien, si estamos ante una estrategia personal deliberada que explicaría el ninguneo que afectó, primero, el eventual encumbramiento de Rodríguez Larreta, y el posterior y demorado apoyo a Bullrich en manera tan singular que, si esta llegara a triunfar, podrá decir que lo ha hecho sin deudas con otra jefatura fuera de la que ella misma encarna.

Milagro cumplido ha sido que Patricia Bullrich se resolviera, a espaldas de una ineficaz orientación de su campaña, a entablar al final un duelo de ideas y estrategias con Javier Milei. Eso ha significado amenguar la obsesión por apuntar machaconamente contra el kirchnerismo. De lo que resta de este ya se ocupan las redes de una cruel realidad y, de forma más solapada, la personalidad elástica del candidato presidencial y ministro de Economía, el tercero en discordia y quien asegura, con los otros dos candidatos, que al menos por el camino de las urnas no asoma una revolución chavista en la Argentina.

Entre estas observaciones al filo del segundo y último debate presidencial no puede pasarse por alto que la sociedad juzgó con poca benevolencia la actuación de los cinco candidatos presidenciales. Ha habido dos olvidos, por más que lo álgido de la situación expolie la severidad de los juicios.

Uno, concierne a que en tiempos de la política como espectáculo los actores deben contar de modo imperativo con una filiación profesional en las artes escénicas y la oratoria. Ya es imposible aspirar a los más altos estadios de la política prescindiendo de la gestualidad, del dominio corporal y la voz entrenadas en tediosas sesiones de capacitación con especialistas.

La segunda refiere a una conclusión de la primera regla. Los candidatos fueron juzgados precisamente como si fueran actores. Myriam Bregman, del Frente de Izquierda, se lució por su performance escénica, soltura y dominio del histrionismo. ¿Pero qué quiso decir cuando se proclamó socialista, como podrían haberlo hecho Juan B. Justo, Alfredo Palacios o Américo Ghioldi? ¿No es trotskista, acaso, de acuerdo con su actuación de años, y lo que afloró al confesar que nacionalizaría el comercio exterior de la Nación, que dicho sea de paso Perón nacionalizó con el IAPI, dejando un saldo desastroso para la economía nacional? ¿Socialista en la acepción histórica en la Argentina o socialista que se derrite ante el retrato de León Trotski, jefe del Ejército Rojo en la revolución bolchevique, y defensora de la tiranía cubana y de las atrocidades de Chávez y sus herederos, en Venezuela, y de Daniel Ortega, en Nicaragua?

Fue un mero ejemplo para tomar nota de la tendencia que prevaleció en la evaluación del primer debate presidencial. Esa mensura de los valores expuestos ante las pantallas se pareció a la suma de juicios emitidos por críticos teatrales sobre la actuación de cinco actores, más que de cinco personas, hombres y mujeres, subidas a un escenario en calidad de candidatos presidenciales.

Fue como si al cabo de la representación de El Rey Lear se hubiera opinado mucho más sobre cómo estuvo caracterizado el rey de Bretaña, el duque de Borgoña, el conde de Kent, o Gonerila y Cordelia, dos de las hijas de Lear, y no se hubiera sopesado lo que habían trasuntado las palabras, el espíritu, el grado de convicciones y de fiabilidad de tres hombres y dos mujeres en cuanto a sus propias personalidades, intransferibles e inconfundibles con aquellos que hubieran debido representar profesionalmente a personajes históricos. Otros papeles, otro tipo de juicios.

Desde esa perspectiva, la tropezosa fluidez retórica de Patricia Bullrich habría pasado a tener una entidad menor en la consideración de los críticos que el punto de si había transmitido o no un temperamento más ordenado y de mayor templanza que el de Milei. O, o si sus argumentos habían resonado como más creíbles o no que los de Massa.

Fue la candidata en la escenas televisadas y seguidas por unos cinco millones de argentinos (casi 45 puntos de rating), que dejó pasar de largo algunas oportunidades valiosas, pero que pintó de cuerpo entero a Milei cuando le preguntó si iba a cambiar al país de la mano de Barrionuevo; que descolocó a Massa, diciéndole que se había duplicado en su gestión el valor del dólar y la inflación, y que con los antecedentes de “peor ministro de la historia” cómo podía atreverse a decir que sería un buen presidente. O que si Massa procurara una nueva ley penal para apresar a los evasores, como anunció, allí tenía para comenzar la tarea al infausto Insaurralde.

Con poco para ganar, poco para perder, el excesivo cordobesismo de Schiareti no incomodó por lo correcto de su presentación de punta a punta en un programa en el que el pasado volvió a ponerse al servicio del presente. Milei se equivocó gravemente cuando dijo que en la represión del terrorismo subversivo de los años setenta hubo “excesos”. No. Hubo un plan sistemático del Estado militarizado de exterminar a los terroristas tal como lo habían propuesto Juan Perón y su tercera mujer, y sucesora, Isabel Martínez. Así fueron juzgados los jefes incriminados.

Hubo otro error, pero no de Milei, sino de quienes salieron a cuestionarlo. Dijo que en la Argentina de los setenta había habido una guerra. La hubo y fue con injerencias de países y organizaciones extranjeras: Cuba, la Unión Soviética, Al- Fatah -la milicia política y militar palestina de Yasser Arafat-. El frente bélico abierto en Tucumán fue para conquistar una zona que obtuviera por reconocimiento internacional su propio status.

Fue una guerra, no convencional desde luego, y las organizaciones subversivas hicieron lo imposible por la internacionalización de la lucha. Hay en la Argentina de estos días quienes pretender obtener del Vaticano copia de la carta que el comandante en jefe del ejército montonero, Mario Firmenich, habría elevado a Paulo VI con el pedido de reconocimiento de un vicariato u obispado para Jorge Adur.

Este sacerdote asuncionista había sido designado capellán por esa organización, que apelaba a uniformes, grados militares y normas de aplicación sumarísima que contemplaban la pena de muerte. Se ha documentado su aplicación a efectivos de las propias filas.

Adur habría recibido formación militar en Siria. Fue secuestrado en la frontera con Brasil en 1980, en circunstancias en que viajaba con la pretensión de entrevistarse con Juan Pablo II, de visita en ese país, y años después de un exilio que le había facilitado la Iglesia.

Pasó a ser otro desaparecido más en una historia que todavía se discute en debates presidenciales como si un hombre no fuera todos los hombres, según decía de Borges, y una vida sola no valiera por miles y miles de vidas, y 30.000 u 8.000 muertes significaran algo distinto.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/una-argentina-atravesada-por-los-milagros-nid06102023/

Comentarios
Volver arriba