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Un romance secreto e inesperado

Hace varias semanas que mi pedacito de tierra –que algunos califican generosamente de jardín y al que prefiero ver como un experimento en darwinismo botánico– no aparece en este espacio, y me...

Hace varias semanas que mi pedacito de tierra –que algunos califican generosamente de jardín y al que prefiero ver como un experimento en darwinismo botánico– no aparece en este espacio, y me lo han sabido reclamar. Así que ahí vamos.

La higuera, trasplantada la primavera pasada y cuyos frutos los pájaros despacharon con afán, de pronto empezó a marchitarse. No lo recordaba, pero es un árbol de hoja caduca. Me pegué un buen susto. Ya me había pasado algo por el estilo con un manzano. Eso fue medio siglo atrás. Uno tiene un estilo para los sustos, parece. El ciprés de los pantanos está, por su parte, de un color cobrizo precioso con el que amagó durante toda la sequía, pero ahora es parte de su ciclo natural. Dio, entre tanto, un fruto. Uno solo. Como es una cupresácea, se trata de un coquito pequeño que contiene unas semillas de forma y tamaño desigual. Las coníferas son los árboles más antiguos que existen, desde el punto de vista evolutivo, junto con algunos otros órdenes a los que pertenecen las cicas y las ginkgos.

El perejil, ya les digo, es un tipo independiente. Llené un frasco grande con las semillas de mi última cosecha, y sembré con prolijidad. Salieron unas plantitas raquíticas. Eso sí, alrededor de la huerta, donde la planta original había esparcido naturalmente esas mismas semillas, está creciendo como si no hubiera un mañana. Ocurre, casi seguro, que el suelo aquí es ácido, y eso al perejil le encanta.

Los alcauciles, que tanto trabajo me dieron al principio, cuando los sembré de las semillas que me regaló una queridísima amiga, decidieron poner primera y picar en punta cuando, perdido por perdido, los trasplanté a tierra. No hice nada más, salvo darles un poco de resguardo mecánico contra los perros. Veremos cómo atraviesan el frío, aunque ya superaron un par de heladas sin pestañear.

El acanto, que parecía haber desaparecido durante el verano, luego de una floración abundante, y cuando todo el mundo aquí lo daba por occiso, renació con la frondosidad habitual. Cada vez que lo veo recuerdo las palabras de la persona que me lo regaló, hace más de veinte años: “Si lo ponés en tierra, no lo sacás más.” No son muchas las plantas que toleran este suelo de relleno, una greda sólida como arcilla que encharca el agua, así que si el acanto sale adelante, bienvenido. Darwinismo, ya lo dije.

Las vides, por supuesto, han perdido sus hojas y estamos esperando a mediados de julio para hacerles su primera poda de formación. Sus frutos también fueron alimento para los pájaros, cosa que es motivo aquí de grieta. Mi argumento es que nosotros podemos comprar uvas en la verdulería y los pájaros, no. Hay que ser generoso en esta vida.

Los ceibos dieron flor, como siempre, y luego frutos, unas chauchas curvas que dejé madurar en la planta y de cuyas semillas nacieron otros ceibos, sin debate ni mayores exigencias. El maracuyá volvió a dar frutos, pero, como me anticipó alguien que sabe mucho de esto, no llegaron a madurar. No obstante, y como soy testarudo, planté otro ejemplar el lado del original, para ver si al haber polinización cruzada, como corresponde a esta enredadera, tenemos más suerte. Aunque todo parece indicar que el problema es la temperatura.

La solandra, por supuesto, floreció explosivamente, luego de sufrir mucho la sequía, y si uno la mira un rato tiene la impresión de estar en Pandora. Les aseguro que he visto plantas con voluntad de vivir, pero la solandra es de verdad preternatural. Oigan esto: hace un año, a alguien se le cayó una macetita con un cactus. Armó todo de nuevo como pudo y para sostener el conjunto usó un palito que encontró en el jardín. El palito era una rama medio seca de la solandra, que brotó con insolencia y ahora vive un romance de lo más inesperado con el cactus, una especie arisca y malhumorada oportunamente bautizada spinosissima. Eso es resiliencia y no pavadas.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/un-romance-secreto-e-inesperado-nid28062023/

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