Las viejas novelas de aventuras son el remoto reflejo –aunque mucho más elaboradas– de muchas de las películas de acción de hoy. El enigma de las arenas, la única novela del inglés Robert Erskine Childers (1870-1922), publicada en 1903, no solo pertenece a ese género, sino que está considerada la primera de esa subespecie, el espionaje, que tendría después una larga trayectoria.

Es también una historia de mar. En ella, un empleado menor del Foreign Office, Carruthers, es invitado por un conocido, Davies, para pasar unas vacaciones en el mar Báltico, desde donde se dirigen a las islas Frisias, frente a las costas de Holanda. El Dulcibella resulta ser una embarcación mucho más precaria de lo que la propuesta dejaba entrever. En realidad, el dueño del bote tiene un objetivo: está seguro de haber descubierto de casualidad algo extraño en una de esas islas. La supuesta busca de un tesoro oculto que se revela mucho más compleja, y se vincula con una estrategia alemana para ocultar allí toda una flota.

Childers sabe cómo graduar el misterio e inyectar las dosis de adrenalina que serán las marcas del género. Hay un falso alemán, clave en la historia, y también la cuota amorosa femenina. Dado que El enigma de las arenas se adelantó a la Primera Guerra Mundial, se la considera profética. Como indica en el prólogo Arturo Pérez-Reverte –la edición es parte de una colección capitaneada por el escritor español– no solo importa la trama, sino los dos protagonistas, que reúnen todos los ingredientes del héroe clásico, en los que no falta “una deliciosa actitud de elegante altanería”.

El enigma de las arenas

Por Robert Erskine Childers

Edhasa. Trad.: B. Gómez Ibáñez

446 páginas, $11.500