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Otra historia del fin del mundo

Recuerdo –y no debo ser la única– cuando en la escuela leía “derrumbe del Imperio Romano” y mi comprensión de la frase era absolutamente literal. Final rotundo de algo, demolición, hoja...

Recuerdo –y no debo ser la única– cuando en la escuela leía “derrumbe del Imperio Romano” y mi comprensión de la frase era absolutamente literal. Final rotundo de algo, demolición, hoja que más que darse vuelta se hace trizas. La caída de Constantinopla (en mi imaginación, unas murallas que se venían abajo, pulverizadas) extendida a todo: imperio de Occidente, de Oriente, siglo V, siglo XV, misma imagen. Final. Catástrofe. Fundido a negro. Y alguien (¿la Historia?) que baraja y da de nuevo.

Pero claro, se sabe, no fue así. Las semillas de lo que luego llamaríamos Edad Media estuvieron durante siglos, latentes o activas, entreveradas en un mundo que, efectivamente, declinaba. La lenta erosión de la organización política romana, la progresiva autonomía de enclaves económicos que luego darían forma a los feudos, la agonía de algunas creencias, la pujanza de otras: todo ocurrió de manera lenta, lentísima, e imagino que buena parte de quienes vivieron esa mutación ni siquiera se percataba de lo que estaba ocurriendo.

El matsutake solo crece entre las ruinas de antiguos bosques, alguna vez reemplazados por los “bosques muertos” de la forestación y luego ni siquiera por eso

Por eso me pregunto si hoy por hoy no seremos habitantes de un mundo que, más que derrumbarse, asiste a un final que probablemente transcurra a lo largo de generaciones y redunde en algo distinto, otra cosa, que –también muy probablemente– nos incluya a nosotros y al resto de los seres del planeta.

Me sumerjo, fascinada, en Los hongos del fin del mundo (Caja Negra), de la antropóloga estadounidense Anna Lowenhaupt Tsing, y contra todo pronóstico, descubro que se puede pensar en todo esto sin necesidad de angustiarse.

El “fin del mundo” del que habla la autora es tanto este extraño momento del capitalismo global como el paisaje de los bosques arrasados donde crece el hongo protagonista de su libro: el matsutake, una especie que se convirtió en delicatessen codiciada sobre todo en ámbitos gastronómicos de Japón, y que –éste es el dato– solo crece entre las ruinas de antiguos bosques, alguna vez reemplazados por los “bosques muertos” de la forestación y luego ni siquiera por eso.

El matsutake vive asociado al pino rojo japonés, una especie que no puede competir con los árboles de hoja ancha, y por eso se encuentra increíblemente a gusto en territorios alguna vez deforestados.

Lowenhaut Tsing emprende una maravillosa pesquisa a lo largo del recorrido del matsutake por el mundo. Porque, convertido en consumo de lujo, el hongo hoy se recolecta en bosques “perturbados” de distintas partes del planeta, por comunidades tan hijas de la inestabilidad y los finales de época como los mismos bosques que precedieron a los pinos rojos. Los hongos no se cultivan, se recolectan. En Oregon –primera parada de una investigación que se extenderá a Finlandia y al sudeste asiático– quienes lo hacen son en su mayoría extranjeros, sobrevivientes de guerras y masacres de diverso tipo, que no se terminan de incorporar a la sociedad estadounidense y encuentran en la economía poco estructurada del matsutake un espacio donde vivir. Tras la recolección –primaria, a mano, incierta, irregular– el hongo pasará por diversas instancias hasta insertarse en los circuitos más estandarizados del comercio internacional, y terminar en el refinado packaging del obsequio de lujo.

“La misma diversidad que nos permite entablar colaboraciones surge de historias de exterminio, imperialismo y demás. La contaminación crea diversidad”, escribe Lowenhaupt Tsing, y en su conclusión no hay ni rastros de consuelo new age, sino curiosidad, rigor académico, pulso poético y una mirada abierta al mundo tal como es.

“El gran poema de este siglo solo podrá ser escrito con materiales de desecho”, apuntó Antonio Muñoz Molina en Un andar solitario entre la gente. Lowenhaupt Tsing nos dice que transitamos entre ruinas, pero que el hilo de la vida, imperfecto, incontrolable y tenaz, siempre está buscando algo que tramar.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/otra-historia-del-fin-del-mundo-nid26092023/

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