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Operario de día, sicario de noche. La increíble historia de un “soldado” de la banda del “Pablo Escobar de Empalme Graneros”

ROSARIO. Eric Enrique tiene 23 años y su último domicilio es en pleno centro de Rosario, en un departamento del tercer piso de un edificio de Sarmiento y Zevallos. Trabaja en relación de depende...

ROSARIO. Eric Enrique tiene 23 años y su último domicilio es en pleno centro de Rosario, en un departamento del tercer piso de un edificio de Sarmiento y Zevallos. Trabaja en relación de dependencia en una fábrica de plásticos, pero también hacía inquietantes “changas”: era sicario de la banda de Francisco Riquelme, un narco que se hizo conocido como “El Pablo Escobar de Empalme Graneros” y que, aunque está preso, desde su celda les ordenó al operario y a otros “soldaditos” de su banda balear escuelas, comisarías y una sede del Servicio Penitenciario para sembrar terror y como represalia por el desafío a su poder.

Enrique tenía como costumbre filmar con su celular Samsung A127 los blancos a los que les disparaban, como la escuela Rosa Ziperovich, que fue atacada dos veces, y la escuela José Mármol. También, las comisarías 20 y 26. En una audiencia encabezada por los fiscales Valeria Haurigot y Franco Carbone se expusieron las pruebas contra este grupo criminal liderado por Riquelme, una franquicia del jefe narco Esteban Alvarado, preso en Ezeiza, de donde se quiso fugar en marzo pasado en un helicóptero.

A Fran Riquelme la policía de Santa Fe lo apoda “el Pablo Escobar de Empalme”, una figura un poco exagerada para un narco que se dedica al narcomenudeo y que probablemente nunca salió de ese entorno atravesado por la marginalidad y la violencia. Riquelme está acusado de intentar matar a Mariana Ortigala, una testigo en el juicio contra Alvarado, que fue condenado el año pasado a prisión perpetua.

Este grupo se enfrenta desde el año pasado con otra franquicia de Los Monos, cuyo referente es Mauro Gerez, en los barrios Ludueña y Empalme Graneros, donde se focalizan gran parte de los homicidios en Rosario, que alcanzaron los 153 en lo que va de este año.

El plástico y el plomo

El perfil de Enrique parece poco usual en el mundo de la violencia. Tiene un trabajo formal en una fábrica y como “changa” se sube a una moto y dispara al blanco que le designa su jefe desde la cárcel. Pueden ser personas o lugares, como fue el caso de las escuelas y las comisarías, por los que fue imputado.

Kevin Leandro Sosa, de 20 años, compañero de Enrique en las balaceras, tiene otra perfil. No terminó la escuela primaria, pero sabe leer y escribir, a duras penas. Nunca trabajó y vive en Empalme Graneros, el barrio donde se entabla la guerra entre Los Monos y Alvarado.

¿Por qué empezaron a producirse atentados a balazos en Rosario contra escuelas? La respuesta es más simple de lo que parece: por una disputa entre estos dos grupos narcos por el control territorial de la zona oeste de Rosario. Y también, la segunda parte, por represalia de Riquelme, porque en la cárcel le habían secuestrado a su pareja un celular que estaba destinado a él. Por ese motivo le aplicaron un castigo dentro del pabellón de Piñero.

Los ataques a las escuelas estuvieron inscriptos en esta dinámica de la violencia para generar conmoción. Y lo consiguieron. Porque incluso el gremio de los docentes estatales, Amsafe, junto a otros sindicatos, realizó varias marchas y protestas en reclamo de seguridad.

El combo violento, según definieron los fiscales Carbone y Haurigot, incluyó los ataques a las escuelas José Mármol y Rosa Ziperovich, el 8 de abril. Este último colegio volvió a ser atacado el 23 de mayo. Era el establecimiento educativo al que asistía Máximo Jerez, el chico de 12 años de la comunidad Qom que fue asesinado el 5 de marzo por una disputa entre bandas en el barrio Los Pumitas.

Pero los atentados no terminaron allí: se llevaron adelante ataques a balazos contra el llamado Order, del Servicio Penitenciario, el 29 de mayo; y dos contra las comisarías 26 y 20, el 29 y el 30 de mayo, respectivamente.

Ataques con doble objetivo

En cada ataque, los soldaditos de Riquelme dejaban mensajes escritos contra el otro grupo. ¿Por qué elegían escuelas? Se dieron cuenta de que disparar contra los colegios atraía a los medios y generaba preocupación. Según detectó la investigación, los atentados eran filmados con teléfonos celulares.

Es la misma dinámica que apareció en otra audiencia que se hizo la semana pasada, en la que fue imputado Pablo Nicolás Caminos, de Los Monos. En ese caso, desde la cárcel de Rawson este sector de Los Monos irradió terror y provocó una fuerte conmoción con el ataque al supermercado del suegro de Lionel Messi y con la ejecución de cinco personas, entre ellas, Lorenzo Altamirano, un joven al que raptaron en la calle y cuyo cadáver fue usado como una especie de “envase” para pasar un mensaje al sector contrario de la barra de Newell’s, a los que la gente de Caminos le reclamaba una deuda de 60.000 dólares por un cargamento de drogas.

En los dos casos, y en otros que están siendo investigados, aparece un rasgo distinto, la idea de que con a violencia ya no solo se hace daño, se mata, sino que sirve para generar impacto y terror.

En el caso de los ataques a las escuelas se buscaba ese objetivo: provocar repercusión con la pretensión de perjudicar al grupo contrario. El 8 de abril pasado, los disparos de calibre 40, un arma poderosa, impactaron contra la escuela José Mármol, donde los atacantes de Riquelme dejaron un mensaje escrito contra Julián Aguirre, un soldado de la banda contraria que lidera Gerez, de Los Monos.

“Julián Aguirre dejá de entregar gente para que el fiscal Soca no te mande a los pabellones de alto perfil. Sapo parate de mano”, señalaba el cartel.

Después de disparar contra esa escuela, los “soldaditos” se subieron a sus motos y se dirigieron a 20 cuadras de allí para hacer otro atentado contra el colegio Rosa Ziperovich. Dejaron el mismo cartel.

Poco más de un mes después volvieron a atacar blancos similares, pero incluyeron dos comisarías y el Order del Servicio Penitenciario. La explicación a esta nueva ola de ataques, según se advirtió en la audiencia, fueron las medidas de seguridad que se aplicaron en la cárcel de Piñero contra Riquelme. La respuesta fue ordenar nuevos ataques.

A este narco le habían suspendido las visitas en la cárcel porque su novia había pretendido ingresar un celular y fue detenida. Por eso, los carteles que se dejaron en la segunda ola de ataques ya no iban dirigidos hacia la gente de Los Monos, sino contra el Servicio Penitenciario.

Una de las claves en la investigación fue la detención, el 9 de abril, de Kevin Sosa, cuando se trasladaba en una moto Honda CC 190 con pedido de secuestro por 27 de Febrero y Provincias Unidas. Con esa moto se llevaron adelante los ataques a las escuelas. En el celular de otro integrante de la banda, Eric Enrique, se encontraron los videos que registraban cuando disparaban contra los blancos apuntados por Riquelme desde la cárcel de Piñero.

En todas las causas de este tipo, donde la violencia se utiliza como parte medular del negocio narco, hay un común denominador: todo se gesta en las cárceles. Lo que se empieza a ver es que cada medida que se toma dentro de los establecimientos penitenciarios, donde empezaron a realizarse controles más minuciosos a las visitas, que deben pasar por un escáner, genera un impacto afuera, en forma de represalia. Y el blanco puede ser desde una comisaría a una escuela.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/seguridad/operario-de-dia-sicario-de-noche-la-increible-historia-de-un-soldado-de-la-banda-del-pablo-escobar-nid06072023/

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