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Los políticos llegaron a la meta; la gente espera su turno

El resultado del balotaje pone en el mismo andarivel dos aspectos aparentemente contradictorios. Si bien hubo una definición –y con ello una certeza– al conocerse el triunfo de Javier Milei, c...

El resultado del balotaje pone en el mismo andarivel dos aspectos aparentemente contradictorios. Si bien hubo una definición –y con ello una certeza– al conocerse el triunfo de Javier Milei, con el cierre del conteo provisional se ha abierto una gran incertidumbre.

Lo que concluyó ayer es el principio de otra parte de lo desconocido. Estamos entrando en la fase dos de la angustia que nos trajo hasta aquí sin saber qué iba a pasar. Se ha arribado a la meta, pero, en el mismo momento en que rompimos la cinta del puesto de llegada, sonó el disparo de inicio de una nueva carrera. Si como suele decir el médico español Mario Alonso Puig, la ansiedad es una forma de miedo, es probable que ese desasosiego por saber quién iba a ganar la presidencia se mantenga entre nosotros un largo tiempo más.

Ya no se trata de quién se calzará la banda, sino de cuánto de lo que ha dicho el ganador está dispuesto a ejecutar y de qué grado de cooperación tendrá de sus rivales, pero también de sus aliados. Venimos de cuatro años de una gestión olvidable, con un presidente que, hace apenas unos meses y en medio del profundo abismo al que ha llevado al país, pretendía convencernos de que nuestros males eran producto de una crisis de crecimiento y no de sus yerros al frente de un Estado al que decidió lotear como si fuera una vieja tienda por departamentos.

La única forma de acordar con Alberto Fernández en que vivimos una crisis de crecimiento es equipararla a la que padecen los bebés cuando se muestran irritables, fastidiosos, duermen menos y lloran. Eso mismo le ocurrió a la mayoría de argentinos que decidieron su voto en el cuarto oscuro impulsados por el hartazgo que les produjo una dirigencia pendenciera y atormentadora que creyó que, infundiendo una cuota mayor al miedo cotidiano de no saber cómo sobrevivir, iba a ganarse el apoyo para resolver las cosas que ella misma produjo. Otros expresaron su protesta invalidando el voto. Y estuvieron los que, a pesar de la obligatoriedad de ir a las urnas, prefirieron no hacerlo. Tendrán su sanción económica que, por cierto, será mínima. Difícilmente les preocupe la sanción moral en vista de la escasez o la eterna demora de sanciones morales, éticas y penales para quienes cometieron delitos aberrantes usando las arcas públicas en su propio beneficio privado.

A partir de hoy comenzarán a conocerse los nombres de ministros, secretarios, subsecretarios, directores y un sinfín de autoridades que –se supone y espera que con pericia y buenas intenciones– intentarán reconstruir el derrumbado edificio comunitario del país. Se harán actos y se lanzarán proclamas. Se llamará a la unidad –una vez más– y se prometerán soluciones a cambio de renovados sacrificios. Próximamente se redactarán nuevos proyectos de ley con vistas a la enésima emergencia, se dictarán decretos acaso necesarios y urgentes y se conformarán comisiones con nombres estrafalarios. Todo lo habitual para los acostumbrados a alimentar la ya obscena estructura burocrática que, con sus menos y sus más, ha movido hasta acá los engranajes de la democracia argentina. Cambiar esa cultura del dispendio es más que una promesa electoral. Es un desafío y una necesidad.

En esta cuenta regresiva hacia 2027, muchos dirigentes se estarán jugando una suerte inexorablemente atada a la de quienes desde hace ya demasiado tiempo se vienen jugando el pellejo: los ciudadanos de a pie.

Un conocido consultor internacional que cobra sabrosos dividendos a sus clientes políticos suele afirmar que si la Argentina ha llegado al estado en que se encuentra hoy y no termina de caer es porque vivimos en una sociedad corporativista, donde priman los intereses de políticos, sindicatos, organizaciones empresariales, sociales, educativas y religiosas. “Mientras el gobierno no los fastidie y les permita enriquecerse, la sociedad funciona”, dice, pero advierte sobre el riesgo de seguir explotando ese modelo porque está convencido de que hoy a la gente no le importan los políticos ni los empresarios ni los economistas ni las encuestas ni los jueces. La gente quiere resolver la economía de su metro cuadrado: poder comprarle el helado al hijo, el asado del fin de semana y la salida al cine; quiere escuelas que funcionen, sentirse segura, tener trabajo y dónde curarse. Esa es la verdadera meta. Lo de ayer fue solo la campana de largada.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/los-politicos-llegaron-a-la-meta-la-gente-espera-su-turno-nid20112023/

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