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Las raves, sinónimo de una libertad masacrada

“Quiero estar viva y animada en la pista. Un nodo en el campo ondulante de mónadas carnales que se embriagan en el aire palpitante. Esto es lo que promete una buena rave: te permite absorber una...

“Quiero estar viva y animada en la pista. Un nodo en el campo ondulante de mónadas carnales que se embriagan en el aire palpitante. Esto es lo que promete una buena rave: te permite absorber una buena situación. Sumarle algo. Introducir tus variaciones. Actualizarla, reeditarla. Añadirle un acento, un movimiento, una sincronización en el tiempo. Cada momento dará paso al siguiente, no importa lo que hagas. Las máquinas de ritmo nos exceden. Son implacables. Desplazaron lo que antaño llamábamos historia. Pero aún hay espacio entre los beats, espacio en devenir”. McKenzie Wark (Newcastle, Australia, 1961) escribe esto en Raving (Caja Negra, 2023) un libro que llegó a mi buzón de correo en la primera semana de octubre, la que culminó con la masacre perpetrada por Hamas en el sur de Israel. Teórica trans, McKenzie Wark escribe sobre su regreso a la escena de las raves en New York y Brooklyn en un texto que va sin transiciones de la pista y los estados alterados a una biblioteca especializada en teoría queer, reelaboraciones del concepto de biopolítica y conexiones entre filosofía y cultura dance para entender el devenir de un cuerpo maquínico atravesado por las múltiples ramificaciones del techno.

Una, entre tantas, es el psy-trance cuyo nombre compuesto indica una genealogía con la psicodelia de los años 60 y principios de los 70 y el sonido producido por máquinas (sintetizadores y cajas de ritmo, en el principio) que se caracteriza por llevar las pulsaciones al límite (140 beats por minuto) en busca de un estado hipnótico. Como tal, el trance no apareció hasta inicios de los 90 en Alemania, Bélgica y los Países Bajos pero su raíz ya aparecía en “I Feel love” (1977) el joint venture entre la diva disco Donna Summer y el productor alemán Giorgio Moroder, quien había empezado a trabajar con estas ideas en Múnich para el tiempo de los Juegos Olímpicos de 1972 cuando once atletas israelíes fueron secuestrados y asesinados por Septiembre Negro, una facción de la OLP de Yasser Arafat.

Llamada “Supernova” la rave era la edición israelí de Universo Paralello, una fiesta que se hace desde hace 17 años en Pratigi, una playa del estado de Bahía, Brasil

El trance tendría su legitimación mainstream cuando Madonna adoptó (y adaptó) su estilo para el álbum Ray of Light (1998) donde se la veía fotografiada como una Venus de Botticelli por Mario Testino. En ese mismo álbum, la megaestrella dejaba caer las influencias espirituales que el trance había tenido tras su paso por Goa, India, donde el carácter underground de las raves originales en Detroit, Berlin o Manchester (ocupando los vacíos que iba dejando la transición de la economía industrial a la de servicios) devino ritual. Goa Gil, un DJ de San Francisco que había participado de la utopía hippie, fue el impulsor de la corriente psy donde la psicodelia se reconvirtió del soporte eléctrico al digital y el sincretismo oriental se fundió con las drogas de diseño. Dos sellos israelíes se cuentan entre los pocos que editan sus mezclas en el mundo.

Es innecesario volver sobre las imágenes de jóvenes escapando de la matanza en Israel cuando las sirenas se confundían todavía con los sintetizadores espiralados, el beat cardíaco y las instrucciones que huelen a espíritu new age. La palabra “rave” volvió a ocupar el foco de las noticias como hacía tiempo no sucedía pero, en este caso, se trataba de una cuya organización era en absoluto clandestina y cuya locación tan cerca de la franja de Gaza en el Kibbutz Re’ em se decidió dos días antes del viernes 6, en coincidencia con la celebración del Sukkot. Llamada “Supernova” la rave era la edición israelí de Universo Paralello, una fiesta que se hace desde hace 17 años en Pratigi, una playa del estado de Bahía, Brasil. El manifiesto de esta rave (una “utopía” por 500 dólares) publicado en su sitio web explica: “Este espacio se crea para permitir el florecimiento de un gran organismo colectivo que, durante ocho días, irradiará la energía de la libertad, el deleite, el encuentro y la celebración por todo el planeta. Y en estos ocho días de celebración, seamos todos cómplices… en la construcción de una atmósfera de libertad y tolerancia”. Más o menos todo lo que promete una buena rave, como había escrito McKenzie Wark. Pero no. Nada bueno salió de esta.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/las-raves-sinonimo-de-una-libertad-masacrada-nid14102023/

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