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La orfandad de liderazgos y los modelos para imitar

Pocas veces, al menos desde el retorno de la democracia, la política exhibió una ausencia tan notoria de líderes capaces de marcar un rumbo, ordenar una propuesta y encender una esperanza. Serí...

Pocas veces, al menos desde el retorno de la democracia, la política exhibió una ausencia tan notoria de líderes capaces de marcar un rumbo, ordenar una propuesta y encender una esperanza. Sería injusto ceñir el problema a la política y a la Argentina: la crisis de liderazgos es un fenómeno global, que también afecta a muchos otros universos, desde el empresario hasta el científico, el educativo y el intelectual. La sociedad contemporánea se ha “horizontalizado”, con todo lo bueno y lo malo que eso acarrea, y ese fenómeno ha tendido a desdibujar los liderazgos, al menos en su configuración tradicional. La política nacional, sin embargo, parece cada vez más rezagada y vetusta frente a esa transformación cultural. ¿Dónde están los nuevos líderes? ¿Qué se ha roto en el tejido social para que esos referentes aparezcan tan diluidos y cuestionados?

La propia figura del conductor está puesta en tela de juicio. Suele asociarse con un verticalismo y una imposición que parecen desentonar con los rasgos de la época. Las redes sociales han impuesto un modelo de conversación pública mucho más horizontal. La tecnología, en general, ha tendido a serruchar el escalón natural que existía entre el profesor y el alumno, el médico y el paciente, el jefe y el aprendiz. La revolución tecnológica ha modificado los órdenes establecidos, al punto de que ya hay empresas que, con espíritu innovador, aplican la “mentoría inversa”: los más jóvenes son “mentores” de los mayores para inculcarles la cultura digital. En muchos aspectos esa revolución es para celebrar, mientras en otros tal vez merezca al menos una revisión y la búsqueda de un equilibrio. Así como hay muchas cosas que los jóvenes pueden enseñarles a los mayores en la era digital, no deben ser pocas las que –a la vieja usanza– los mayores podrán transmitirles a los más jóvenes. Asociar aquella “mentoría tradicional” con una idea de paternalismo puede ser tan peligroso como descalificar por “autoritaria” cualquier noción de autoridad.

La horizontalidad está muy bien, incluso puede ser un modelo deseable. Pero difícilmente se pueda prescindir del que dirime y dice la última palabra desde una legítima posición de mando. Ninguna sociedad puede darse el lujo de abolir las estructuras de conducción y liderazgo sin que eso implique un riesgoso experimento en el que la “democratización” puede derivar en anarquía.

Tal vez una clave del problema esté en la confusión entre verticalismo y jerarquía. El verticalismo remite a obediencia debida, a aceptación acrítica y a cierta exigencia de sumisión. La jerarquía bien entendida, en cambio, proviene de los méritos y capacidades que conforman una autoridad real, no derivada del cargo sino de la experiencia y el saber en un área determinada. El combate contra el nocivo verticalismo está cerca de llevarse puesta a la virtuosa jerarquía. La tecnología vuelve a meter la cola: hoy, con una consulta ligera en Google, cualquiera se siente en condiciones de discutir con el médico, el profesor o el jurista. Pero no es lo único: también ha incidido la degradación de las carreras y profesiones. Nos acostumbramos a que muchos lugares “de jerarquía” no sean ocupados sobre la base de cualidades y antecedentes, sino por afinidades políticas, cupos o parentescos u otro tipo de “acomodos”. Así, la palabra autorizada y confiable se devaluó casi tanto como la moneda.

Está claro que la cultura contemporánea exige nuevos liderazgos, más flexibles y más participativos, más atentos a los cambios y menos aferrados a manuales y esquemas rígidos y establecidos, con más “habilidades blandas” y hasta una sensibilidad distinta para lidiar con los códigos generacionales que se han moldeado en la era digital y también en la disrupción que provocó la pandemia. Un modelo virtuoso parece proponer el deporte. La selección argentina, con Scaloni y Messi, simbolizó los atributos de un nuevo liderazgo, más inclinado a la sobriedad que a la estridencia, forjado en el trabajo silencioso, en la fortaleza frente a la adversidad y en la humildad frente al triunfo. Practicó una verdadera cultura de equipo en la que se ensamblaron perfiles y talentos diferentes. Reivindicaron sin grandilocuencia los valores del esfuerzo, el mérito y la disciplina. El resultado está a la vista. Es un estilo que contrasta con la guerra de vanidades y la obediencia militante que caracterizan hoy a la política.

Los campeones no son, sin embargo, una excepción. Como destacó Pablo Sirvén en un texto agudo y original publicado hace pocos días, son seis los directores técnicos argentinos que hoy dirigen selecciones nacionales en el continente: Marcelo Bielsa (Uruguay), Eduardo Berizzo (Chile), Guillermo Barros Schelotto (Paraguay), Gustavo Costas (Bolivia), Néstor Lorenzo (Colombia) y Fernando Batista (Venezuela). Parece algo más que un mero dato estadístico: habla de un capital estratégico que tiene la Argentina y de modelos de liderazgo virtuoso que se convirtieron en un recurso de exportación. Pero lo mismo ocurre en otros deportes. Basta mencionar a Sergio “Cachito” Vigil, en hockey, o a Marcelo Méndez, en vóley.

Si miramos el mundo empresario, veremos que, aun en contextos desafiantes y dominados por la incertidumbre, emergen nuevos liderazgos que, con talento y flexibilidad, se adaptan a las transformaciones y demandas de esta época compleja. La industria del conocimiento ha ofrecido fórmulas de conducción y organización innovadoras que empresas de distintos rubros han tomado como referencia. El campo también ha exhibido una gran capacidad para asimilar los cambios y adaptarse a ellos, con liderazgos de vanguardia en instituciones donde también se valora la tradición.

La política, sin embargo, no solo se muestra rezagada, sino que exhibe enormes limitaciones para decodificar las exigencias de nuevos liderazgos. En pleno proceso preelectoral se descorre el velo sobre esas carencias: se ve a dirigentes encapsulados en sus propias ambiciones, con dificultades para dialogar entre ellos, sin transmitir nada que resulte novedoso, dispuestos a romper con indolencia su palabra y a mudar sus posiciones en beneficio de sus más mezquinos intereses. Dar el ejemplo parece, en esa cultura política, casi un pecado de ingenuidad. Apartarse de lo que dictan Twitter o las encuestas no se ve como un acto de coraje, sino como una actitud temeraria. ¿Se puede ser líder sin atreverse a nadar contra la corriente?

Los espacios que la política ha dejado vacantes fueron cubiertos por un liderazgo ciudadano que también ha dado muestras de creatividad e innovación. Un ejemplo de eso fue Padres Organizados, un movimiento cívico sin jefaturas visibles, pero bien articulado en pos de un objetivo, como fue la apertura de las escuelas. La falta de respuestas del Estado frente a flagelos como el de la inseguridad y el narcotráfico también está promoviendo movimientos de vecinos y de familias para intentar protegerse, o al menos para estar alertas.

Lo único con apariencia de nuevo que incubó la política argentina es un liderazgo que expresa la rabia y la frustración social, no una expectativa, mucho menos una esperanza. Está en sintonía con fenómenos que han brotado en otras democracias occidentales y que no proponen construir ni transformar, sino “aplastar” y romper. Pueden identificarse con uno u otro extremo del arco ideológico, pero representan corrientes antisistema que apuestan a explotar la indignación colectiva.

¿Será capaz la política de proponer nuevos liderazgos democráticos? La propia sociedad parece ofrecer modelos y espejos donde mirarse. Es cierto que se necesitan perfiles diferentes para desafíos diferentes, pero también es cierto que pueden ayudar las viejas fórmulas: actuar con humildad y vocación de diálogo; apegarse a las reglas de la ética; estudiar, escuchar y pensar nuevas ideas; proponerse objetivos claros, animarse a correr riesgos y dar el ejemplo. No se trata de encontrar mesías ni líderes carismáticos, sino hombres y mujeres que propongan la épica del trabajo y de la responsabilidad, y que ubiquen el interés general por encima de sus ambiciones personales. ¿Suena tan difícil? ¿Suena tan ingenuo? Quizá si la política dejara de mirar su propio ombligo vería que, no demasiado lejos, hay modelos para imitar.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-orfandad-de-liderazgos-y-los-modelos-para-imitar-nid14062023/

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