Generales Escuchar artículo

La ajenidad de la política y el hartazgo ciudadano

Una de las varias acepciones de la palabra “ajeno” es “quien no tiene conocimiento de algo o no está prevenido de lo que ha de suceder”. En términos políticos, podría decirse que buena ...

Una de las varias acepciones de la palabra “ajeno” es “quien no tiene conocimiento de algo o no está prevenido de lo que ha de suceder”. En términos políticos, podría decirse que buena parte de nuestra dirigencia hoy desconoce –o no prioriza como debería– los temas que más preocupan a los ciudadanos de a pie. Se percibe en eso un divorcio abrumador. La sociedad, inexplicablemente, pareciera resultarles indiferente a muchos de quienes le reclaman su voto. La gente está asustada, cansada y ya no acepta promesas, porque advierte –quizá como nunca antes– que jamás se concretan.

Se habla, entonces, de “la ajenidad de la política para con la sociedad”. En opinión del politólogo Andrés Malamud, esa ajenidad es hoy “absoluta”. Y, para explicar la contundencia de su apreciación, comparó el poder de convocatoria del kirchnerismo con los millones y millones de personas que salieron a las calles a celebrar el triunfo argentino en el último Mundial de Fútbol. “En aquella marcha de los cinco millones celebrando el triunfo, la gente creyó entender que no necesita de la política. Se juntó sin muertos y sin asistencia del Estado. El Estado fracasó de una manera crasa y evidente y la sociedad se hizo cargo: la seguridad estuvo a cargo de los ciudadanos”.

No dudó Malamud en advertir que esa lejanía entre la sociedad y la dirigencia política no deja de ser “un problema”, porque, “sin política, no nos podemos organizar para salir adelante. Podemos organizarnos para sobrevivir en una marcha, pero no para que la Argentina baje la inflación”.

Sin dudas, lo ocurrido en las últimas elecciones en Tierra del Fuego, donde el voto en blanco superó el 20 por ciento, es un indicador delicado de ese hartazgo ciudadano: si bien es un voto válido para la ley, es la expresión más clara del disvalor de la representación política a los ojos del elector. No vota por nadie porque siente que nadie lo representa.

En una interesante columna de opinión publicada en el diario Clarín, la también politóloga y socióloga Liliana de Riz recordaba una frase del expresidente Carlos Pellegrini, quien advertía sobre los males que acarreaba un país “mal unido”, en el que no se pueden disipar del horizonte las sombras de la anarquía.

“Lo cierto es que ninguno de los gobiernos, sea de signo peronista o no peronista, pudo evitar la crisis económica recurrente y sus secuelas sociales y políticas a lo largo de las últimas cuatro décadas. Arrastramos más de una década sin crecimiento y con cifras de pobreza que hoy se aproximan a la mitad de la población. La creencia de que solo el peronismo puede asegurar la gobernabilidad en la Argentina, sucumbió”, relataba De Riz para concluir que “parece claro hoy que la gobernabilidad ya no depende de quién gobierne, sino de cómo somos gobernados para que haya un punto de inflexión en la historia cíclica de la ilusión al desencanto”.

Los conceptos de “ajenidad absoluta” de Malamud y de “país mal unido” que De Riz rescata de Pellegrini resultan interesantes más por lo que comparten que por lo que aparentemente podría diferenciarlos. Para que haya una ajenidad debe haber al menos dos protagonistas interactuando –a veces bien, a veces mal–, y solo puede padecer una desunión lo que alguna vez estuvo unido o podría estarlo.

Es cierto que la exacerbada puja política interna de las principales coaliciones que se disputan el poder con vistas a los próximos comicios poco ayuda a aclarar el panorama y a apaciguar los ánimos. Sin embargo, el principal inconveniente no radica en esas luchas intestinas que, en todo caso, vienen a mostrar las formas que cada frente elige para resolver su internismo más cerril. El mayor problema radica, precisamente, en que la forma está desplazando el fondo. Los discursos son vacuos, llenos de frases grandilocuentes y sin explicaciones respecto de cómo se lograrán los magnánimos objetivos que se sueltan grácilmente durante las campañas electorales. Cuando un candidato dice estar dispuesto a dar todo en pos de una Argentina mejor, ¿por qué no precisa su plan de gobierno así nos enteramos de cómo lo va a lograr?, ¿acaso alguien podría esperar que sostenga lo contrario: que va a darlo todo en pos de un país peor? No se hacen tortillas con cáscaras de huevo, sino con el relleno del producto de la gallina.

No debemos soslayar que si hay una dirigencia indiferente respecto de los problemas de la gente es porque subsisten sectores de esa sociedad que la consienten, a veces involuntariamente, y otras porque se valen de esa anomia para negociar en su propio beneficio llegado el caso.

Un consultor político lo decía recientemente en términos que podrían pecar de simplificadores, pero que guardan una gran dosis de verdad: nuestro país no termina de caer –opinaba– porque vivimos en una sociedad corporativista, no democrática en el amplio sentido de la palabra. Existen en nuestro país corporaciones, sindicatos y organizaciones empresariales que son parte de ese corporativismo y todos funcionan con una lógica propia: mientras el Gobierno no los fastidie y les permita enriquecerse y la sociedad acepte que ello ocurra, la cosa funciona. Mal, pero funciona. Emprender el doloroso camino de hallar una salida para los problemas es romper ese statu quo y ya se sabe lo que ocurre cuando los privilegiados avizoran que pueden perder sus privilegios.

Durante una reciente entrevista con LA NACION, el escritor y periodista Jaime Bayly fue duro en su diagnótico: “Desde Alfonsín, con breves interludios, la Argentina ha sido siempre un país en crisis, en decadencia. De eso tienen la culpa los gobiernos peronistas y los no peronistas. Todos han fracasado. Es un país enfermo que no se muere nunca, que siempre puede estar peor. Es una cosa terrible, porque los países, a diferencia de las personas, no se mueren, agonizan eternamente”.

Sería una enorme oportunidad perdida si, en agosto y en octubre próximos –y quizá en un posterior ballottage–, no volvemos a intentar una nueva salida del profundo pozo en el que nos encontramos sumidos. Un pozo del que se sale en grupo, expresando, atendiendo y tratando de resolver con seriedad y empatía los problemas e intereses del conjunto. Que el hartazgo no nos impida tener esperanzas. Es necesario comprometerse desde el lugar que cada uno ocupa. Nadie se salva solo.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/editoriales/la-ajenidad-de-la-politica-y-el-hartazgo-ciudadano-nid11062023/

Comentarios
Volver arriba