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La “ruta del vino”, un camino hacia el futuro

Podría sonar como un planteo casi lúdico, pero si siguiéramos “la ruta del vino” quizá llegaríamos a un futuro mejor. Las bodegas de Mendoza, que miles de argentinos visitan en vacaciones ...

Podría sonar como un planteo casi lúdico, pero si siguiéramos “la ruta del vino” quizá llegaríamos a un futuro mejor. Las bodegas de Mendoza, que miles de argentinos visitan en vacaciones de invierno, nos ofrecen algo más que un hermoso paisaje de viñedos y montañas. Nos permiten observar un modelo de la Argentina virtuosa, forjado con inversión y con esfuerzo, pero también con la reivindicación de valores que hoy parecen estigmatizados: la búsqueda de la excelencia, la apuesta al largo plazo y la cultura del trabajo.

Vale la pena mirar las fincas mendocinas y sanjuaninas como algo más que una atracción turística. Son enclaves del primer mundo en un país que en otras áreas luce cada vez más rezagado. En términos de infraestructura, estándares de producción, innovación tecnológica y recursos humanos, son unidades altamente competitivas a nivel internacional. No es, por supuesto, el único sector en el que se observan estos rasgos de calidad y pujanza. Algo parecido se ve en las industrias del conocimiento y del agro. Pero el caso de las bodegas ofrece algunas singularidades que vale la pena mirar con atención: combinan la labranza artesanal con procesos industriales ultratecnificados. Ensamblan el cultivo con una producción diversificada, compiten en el mercado global, desarrollan actividades paralelas, como el enoturismo, la hotelería y la gastronomía gourmet, todo con estándares internacionales de máxima calidad. En contraste con muchas deformaciones que han degradado a la Argentina, no reniegan de la excelencia, sino que la cultivan y la reivindican. No buscan subsidios, sino competitividad. Se someten a exigentes rankings internacionales, donde solo se evalúa la calidad, la eficiencia y la capacidad de innovación.

Las bodegas de la región cuyana expresan, por un lado, una Argentina dinámica y luminosa, donde la vieja combinación del trabajo y el esfuerzo rinde sus mejores frutos, pero a la vez muestran una fórmula que va mucho más allá de lo económico. Es un modelo cultural que se apalanca en las tradiciones y la historia para asumir el desafío de la innovación y la vanguardia. Como también ocurre en la agroindustria (y hoy se puede ver en la Rural), se valoran las raíces y hasta los métodos ancestrales, pero articulados con una constante evolución y un espíritu transformador que se conecta todo el tiempo con la modernidad. Ofrecen, en ese sentido, un modelo para muchas actividades que enfrentan el desafío de adaptarse a revoluciones como la de la inteligencia artificial sin descuidar el capital que representa su propio bagaje histórico.

Los drones, la robótica y los modelos informáticos para regular el riego o ajustar los pronósticos meteorológicos conviven en las bodegas con la tradición secular de la vendimia y la selección manual de las mejores uvas. En esa articulación hay también un modelo en el que no solo se ensamblan saberes diferentes, sino distintas idiosincrasias y lenguajes. En esas fincas trabajan, en forma mancomunada, peones rurales, expertos en marketing, gerentes de hotelería internacional, artesanos de la madera, enólogos, ingenieros químicos, industriales y forestales, arquitectos y diseñadores, por mencionar solo algunos de los oficios y profesiones que forman una trama compleja de trabajo interdisciplinario. El resultado es un nivel de excelencia que, en este rubro, ubica a la Argentina en un altísimo nivel internacional, casi equivalente al que el país ha alcanzado con la selección nacional de fútbol, que también ha ofrecido, precisamente, un modelo virtuoso a través del profesionalismo de elite y del trabajo en equipo.

Cuando se toma perspectiva, se ve que la Argentina tiene muchos nichos de excelencia. Los tiene en el deporte, en el arte, en varias de sus empresas e industrias emblemáticas, en el campo, en algunos ámbitos académicos, en desarrollos vinculados a la tecnología y en actividades productivas como la vitivinícola. Sin embargo, todas parecen piezas inconexas de un rompecabezas desarmado, como si algo impidiera integrar y articular esas islas de calidad. También parecen actores secundarios de una realidad que no está dominada por esos rasgos de competitividad, sino por un clima de anomia, estancamiento e incertidumbre que tiñe nuestra “vida real”. ¿Por qué esta es una Argentina a la que vamos de visita y no la que vivimos todos los días? ¿Por qué la mejor Argentina parece “arrinconada” o encapsulada en nichos minoritarios? Son preguntas que reclaman un lugar en un debate electoral que luce empobrecido por la tentación de la chicana y alejado del espesor de las cuestiones de fondo.

Muchos sectores han podido desarrollarse a pesar de un cúmulo de obstáculos que, más que propiciar el crecimiento, parece desalentarlo. Hoy mismo, la industria vitivinícola está golpeada por una telaraña de cepos y distorsiones que condiciona, por supuesto, al resto de la economía. Así es como ha visto caer, en el primer semestre de este año, más de un 30% su volumen de exportaciones. Pero si en una Argentina declinante, asfixiada por la voracidad impositiva y por un afán hiperregulatorio, han podido florecer estos nichos de excelencia y competitividad, ¿a dónde podrían llegar si encontraran buenos estímulos y un marco de mayor estabilidad? La pregunta alimenta el optimismo y nos reconcilia con la idea de un futuro posible.

Miles de familias han viajado en estos días a una Argentina pujante, emprendedora y de excelencia. Han visto “otro país” en muchas zonas de Mendoza, de Córdoba o de la Patagonia; también en el interior bonaerense, en el norte y en la Santa Fe que se resiste a ser devorada por el narco. No son el paraíso, por supuesto: conocen las limitaciones y los flagelos de un país empobrecido y degradado. Pero son enclaves donde rige una cultura que, desde hace años, es combatida desde la cima del poder: la cultura heredada de generaciones de inmigrantes que creían en el sacrificio y el esfuerzo, en la formación y en el trabajo, en la inversión y en el ahorro. En la “ruta del vino”, como en otros circuitos de ese país virtuoso, estos valores no se declaman, se practican. Lo hacen emprendedores, productores y empresarios que se sienten tributarios de un legado cultural, pero que al mismo tiempo cultivan la pasión por el futuro. ¿Cómo hacer para que esa no sea una Argentina lejana, sino la que marque el rumbo y el tono general?

Decodificar esos modelos es, seguramente, un imperativo político de magnitud, pero también un desafío ciudadano. Hay una Argentina de la producción, de las ideas y del trabajo que ha logrado sobrevivir a pesar de todo y que, contra viento y marea, pudo desarrollarse y crecer. Pongamos los reflectores sobre ella. Rescatemos los valores y la cultura que laten detrás de ese país de la calidad y del esfuerzo. Hay un camino invisible que une a la selección de Messi y Scaloni con sectores de la agroindustria, con los unicornios argentinos, con el Malba y con las bodegas mendocinas, por mencionar solo algunos de sus mojones. Una mezcla de burocracia, ideologismo y demagogia ha llevado a apartarnos de ese camino y ha despreciado sus valores y sus normas. Fue así como se extravió el rumbo y el país empezó a circular por la banquina. Retomar esa senda, y convertirla en una “ruta al futuro”, puede ser la gran oportunidad de la Argentina.

El tránsito exigirá sacrificios y paciencia. También eso nos enseñan los viñedos: desde que se cosecha la uva hasta que la botella llega a la góndola, pueden pasar varios años. En el medio habrá que lidiar con obstáculos y dificultades, desde la sequía hasta el granizo. Pero aquellos inmigrantes lo sabían: lo fundamental no es el tiempo, sino la dirección correcta. Si miramos a la Argentina productiva, innovadora y de excelencia, sabremos cuál es el rumbo.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-ruta-del-vino-un-camino-hacia-el-futuro-nid26072023/

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