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En Saavedra. La fachada retro que enamora a los vecinos

Saavedra esconde un pasaje de apenas una cuadra con una fachada viva, en constante transformación, tapizada de tecnología obsoleta. Los walkmans que marcaron una generación, los VHS que rindiero...

Saavedra esconde un pasaje de apenas una cuadra con una fachada viva, en constante transformación, tapizada de tecnología obsoleta. Los walkmans que marcaron una generación, los VHS que rindieron ante el recambio tecnológico. Esos DVD que forman parte de la memoria emotiva de miles. Pero también disquetes, casetes, máquinas de escribir, teléfonos a disco, videocaseteras, controles remoto, calculadoras y registradoras. ¿Basura tecnológica? ¿Homenaje vintage? Las dos respuestas son correctas.

Los dispositivos amurados en la puerta y las paredes de la casa del artista Lucas Stoessel invitan a viajar en el tiempo, a reconocer artefactos que forman parte de la memoria emotiva. Pero también, llaman a reflexionar sobre la vida útil de los aparatos, la llamada obsolescencia programada. A pura botonera con piezas faltantes, o carcasas desactualizadas, la fachada funciona como el retrato del desgaste: un museo cuyas piezas ya pasaron, por lejos, la fecha de vencimiento.

Obopop, así se llama la instalación, no tiene horarios ni se suspenden por lluvia sus visitas espontáneas. Funciona los 365 días del año, no requiere inscripción previa y el circuito ya es un secreto a voces que circula por Saavedra. La sigla Obopop corresponde a “Objetos de botonera obsoleta con perillas o palancas”, una atracción singular que tiene entre sus fans a niños de menos de 5 años. Todos los días a la salida del jardín de infantes corren por el pasaje hasta sus dispositivos preferidos: “Abren y cierran las caseteras, aprietan los botones, accionan las palancas, discan los teléfonos. Están fascinados con los ruiditos”, dice Lucas. En la otra punta del arco hay público + 80 que se acerca para donar joyitas en desuso. “Más del 50% de lo que está amurado llegó de donaciones o lo encontré en la calle. Cada tanto me ofrecen plata, quieren comprar la colección. Pero no se vende nada”, advierte.

Entre las historias que más lo conmueven está la de Nehuén, un nene del barrio que le donó una camarita que había usado su abuela: “La expresión artística tiene sentido en sí misma porque alberga una emoción sincera, y eso ya le da valor. Nehuén estaba triste por la muerte de su abuela y me pidió que la integrara a la pared así se acuerda de ella cada vez que pasa por la puerta”, recuerda Lucas.

Todo empezó cuando decidió desprenderse de uno de los fetiches de su adolescencia: un discman azul “que me hizo muy feliz”, aclara. Como no se decidía a tirarlo, lo pegó junto al portero eléctrico de su casa. Fue el punto de partida. Lucas destrabó su propio nivel de acumulador de artefactos inservibles, pero con historias propias. “Me quería sacar cosas de encima y se me dio vuelta la tortilla”, se ríe. Y los vecinos se sumaron al juego: cada mañana encuentra en la puerta del pasaje Cisne al 4000 monitores de TV, teclados, repuestos insólitos. La colección que lleva más de 100 objetos está en plena mutación: “La pared es mi límite, cuando se termine… quién sabe cómo seguirá la historia”, dice el artista.

Detrás de las paredes de esta acción singular el pintor de 50 años trabaja en su estudio, que también es su casa, desde hace más de 15 años. Allí dispone paisajes y retratos a los que ubica entre la frontera de la fotografía y la pintura. “Son obras realistas, figurativas, que realizo con una técnica única”, define.

Atornillada a la pared, una vieja calculadora de almacén se impone como el aparato más antiguo del repertorio. Un auténtico enjambre de alambres y fierros que ya sin carcasa permite adentrarse en el corazón de la máquina. El clima también contribuye a la transformación del santuario vintage; cuando pega el sol o llueve los dispositivos cambian de piel, de color y de aspecto. “Ninguno anda”, sentencia Stoessel, aunque duda de los casetes. Miles Davis y Black Sabbath, entre otros, están pegados en la puerta de entrada, junto a parlantes, lentes, antenas, relojes y grabadoras.

Mientras prepara un taller para replicar el proyecto en un centro de jubilados de Caballito, Lucas participa de las jornadas de Tejiendo en redes, el circuito de talleres abiertos de artistas y artesanos de Coghlan y Saavedra. “Feliz de participar con mis tesoros lindos e inservibles en esta dinámica”, señala este arqueólogo de objetos analógicos. Al rescate de lo que alguna vez fuera tecnología de punta, Lucas Stoessel reconoce que el límite es su pared: “Aunque sueño con tapizar el pasaje entero voy a parar recién cuando se me termine la pared”, avisa el curador de su propio museo. Y revela que las claves de su guion estético no obedece a una clasificación cronológica ni cromática: “Los objetos tienen que ser lindos además de ser Obopop, no amuro placas que no digan nada o que no tengan una historia detrás”, concluye.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/sabado/en-saavedra-la-fachada-retro-que-enamora-a-los-vecinos-nid01112023/

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