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El último zumbido

En un galpón abandonado de Silicon Valley hay una caja. Adentro hay una computadora. Y en la profundidad de su memoria yace el último zumbido del MSN y con él infinitas noches de conversaciones....

En un galpón abandonado de Silicon Valley hay una caja. Adentro hay una computadora. Y en la profundidad de su memoria yace el último zumbido del MSN y con él infinitas noches de conversaciones.

En aquella edad de piedra que fueron los meses previos a la llegada del nuevo milenio, donde las revistas de tecnología vaticinaban un apocalipsis ocasionado por el efecto Y2K, las empresas de telefonía luchaban por quedarse con el negocio de Internet. No tenían mucha idea sobre el negocio y todavía quedaban los rezagados que no le habían agregado el 4 al número de teléfono fijo. Sin embargo, las compañías sabían que Internet y los celulares iban a ser muy importantes, aunque no sabían muy bien cómo venderlos.

Así pasó con Internet, que por esos tiempos llegaba a las casas en una caja, en la cual la empresa de telefonía enviaba un manual y varios CDs que debían instalarse. Luego, si el Dios del Dial-up lo permitía, uno estaba conectado a Internet. Hubo casos de tribus hogareñas que tuvieron que hacer la danza del modem y otras que decidieron seguir a chamanes como Alternativa Gratis, De Arriba y Fullzero con sus culturas libres de ofrendas.

Una vez en Internet, nadie entendía muy bien a dónde se había conectado o para qué. Era una nebulosa regida por dos mandamientos: había que avisar que uno se iba a conectar a Internet para evitar que alguien levantara el teléfono fijo e interrumpiera la conexión; y había que conectarse y desconectarse velozmente porque era caro. Los más aventureros hablaban el idioma y con el tiempo dieron paso a los nativos. Así, se usaba la palabra “navegar” para referirse a la acción de entrar a Internet, y el término “portal” para hablar de los lugares a los que uno ingresaba. Las pinturas rupestres son confusas, pero aparentemente un portal era una especie de navaja suiza de Internet: agrupaba desde noticias hasta chistes, desde servicios de e-mail hasta postales animadas. Y si alguien se perdía debía recurrir al buscador que funcionaba como pitonisa: Altavista.

Desolados por la confusión, aquellos primeros pobladores de Internet encontraron refugio en las salas de chat, donde reinaban los comentarios subidos de tono y la pornografía. Sin embargo, todo cambió con el primer dios pagano, el ICQ, que trajo el fin del politeísmo de chats gracias a un diseño humilde pero efectivo.

Así pasaron los años hasta que un nuevo amanecer trajo consigo el Renacimiento, es decir, el MSN. Tenía un diseño más amigable y emoticones que se escribían con atajos como (H), (L) y (K). Permitía que el usuario pusiera su propia foto en el chat -pero como eran los primeros años del 2000 nadie tenía su propia foto digitalizada- y dejaba que cada uno escribiera su nombre con firuletes extraños. Para los enamorados sin valor, había un subtítulo debajo del nickname, que se usaba para lanzar indirectas. Y no se quedaba ahí: el MSN dejaba enviar un zumbido. De acuerdo con las escrituras, cuando del otro lado no respondían se podía apretar “Enviar zumbido” para provocar que al destinatario se le sacudiera la pantalla. Era un “pss, pss” a través de la computadora.

Sin embargo, los avances culturales y tecnológicos trajeron consigo nuevas religiones. El monoteísmo del chat, tal y como se lo conoció, comenzó a ser atacado por el BlackBerry Messenger. Luego, llegó la embestida de Facebook, que también condenó a muerte al Fotolog. El MSN resistió tanto como pudo, pero cada vez menos personas tenían computadora de escritorio. Los registros históricos indican que, antes de que se bajara la palanca final y se le entregara el reinado a WhatsApp, un usuario impaciente envió en un ciber de San Bernardo el último zumbido. Fue la última vez que un ser humano estuvo conectado a la sala de chat más famosa del mundo. Hoy, ese universo duerme oxidado en un galpón de Silicon Valley junto a los beepers y a las fundas de cuero para llevar el celular colgado de la cintura, esperando a que un arqueólogo lo descubra.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-ultimo-zumbido-nid10072023/

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