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El nuevo camuflaje de la vieja casta

Cuando hace un tiempo resonaba con insistencia el “que se vayan todos”, tuve la sensación de que el país volvía a 2001. Me pareció que entre aquella crisis y la actual había muchas corresp...

Cuando hace un tiempo resonaba con insistencia el “que se vayan todos”, tuve la sensación de que el país volvía a 2001. Me pareció que entre aquella crisis y la actual había muchas correspondencias. La principal, una sociedad exhausta y dañada, con necesidad de expresar una bronca y una frustración profundas nacidas de una insidiosa sensación de estafa. La diferencia es que entonces el grito de guerra nacía en las calles, venía de abajo hacia arriba, y ahora el sentido era el inverso: el rechazo a la clase política, adosado a la idea utópica de que se puede barrer con todo para empezar otra vez de cero, era fogoneado por un líder en campaña. Había algo en él que no era producto del marketing: su ira. Brotaba incontenible y violenta en cámara cuando algún periodista cuestionaba una de sus afirmaciones o lo incomodaba con una pregunta. Esa ira, que en un país sano hubiera sido motivo de descalificación, aquí era tomada por un rasgo freak que daba rating y constituía un capital político. Conectada con el sentimiento de buena parte de la sociedad, y dirigida como un misil hacia “la casta”, le dio al candidato los votos con los que se impuso en las PASO.

Hoy este presente, más que a 2001, me remite en cambio a 2019. Hace cuatro años los argentinos compramos un buzón con una liviandad pasmosa y hay grandes posibilidades de que ahora vayamos a hacer lo mismo. Estamos en riesgo de ir de una fantasía a otra.

Durante la campaña que llevó al peronismo al gobierno, la opinión pública jugó con la idea de un Alberto moderado y la sociedad terminó comprando. Doce años de kirchnerismo, marcados por el saqueo y el asedio a las instituciones, no fueron suficientes para que el electorado dedujera que el pacto entre Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa no tenía otro fin que lograr la impunidad de la expresidenta y aferrarse al poder. No hubo otro plan y el país sufrió las consecuencias. Así estamos. En la retirada, ni gobierno queda.

El gastronómico se lanzó a reclutar otros buenos muchachos del peronismo dispuestos a huir del invierno para perseguir el verano del poder allí donde esté

Era previsible: tras el cuarto gobierno K estamos sin moneda y la pobreza alcanza a cuatro de cada diez personas. Todos los indicadores sociales reflejan el deterioro consumado durante esta administración. Lo que no cambia, a juzgar por las encuestas, es la credulidad. Tal vez incluso haya crecido y acaso estemos entrando en una nueva fase del populismo. Porque mientras el kirchnerismo intentaba disfrazar o esconder sus pulsiones destructivas detrás de ciertas formas, Javier Milei parece no tener problema en exhibir públicamente su agresividad, su intolerancia y sus contradicciones. Y le va bien.

Hoy las huestes de Milei ya no repiten como antes el “que se vayan todos”. Al contrario. A la casta se le viene el agua y sus representantes arriman el bochín al libertario, que en lugar de repelerlos va reclutando a los más rancios. Entre ellos, a Luis Barrionuevo, desde hace 44 años al frente de su gremio, el mismo que en los 90 invitó, sin éxito, a dejar de robar por dos años. El gastronómico se lanzó a reclutar a su vez a otros buenos muchachos del peronismo dispuestos a huir del invierno para perseguir el verano allí donde esté. La migración empezó hace rato. Para ellos, populismo de izquierda o de derecha da igual, así ha sido siempre, y en esto hay que darles la razón: la fachada ideológica de uno y otro es solo una pantalla para garantizar el cambio sin que en verdad nada cambie. Hasta Massa, por las dudas, suma gente suya en las listas de La Libertad Avanza. Cuando los compañeros no encuentran el sol adentro, lo buscan afuera. Así, la revolución libertaria parece haberse convertido en el nuevo camuflaje de la casta peronista.

Si la casta tiene por fin medrar esquilmando al Estado, los Kirchner la han llevado a su máxima expresión mientras traficaban un proyecto autocrático de tinte fascista enmascarado en una falsa revolución progresista. Pero se les fue la mano. La aceitada maquinaria de corrupción que beneficiaba a las elites cómplices saltó por los aires. El país quedó hecho un páramo y los tribunales se llenaron de causas en los que la casta queda escrachada como nunca antes. Nada más elocuente que la causa de los cuadernos de las coimas.

Milei tiene razón en algo. La casta es lo que retiene al país en la pobreza material y moral. Pero no conviene olvidar que el sistema corporativo se gestó y se consolidó en nuestro país a través del peronismo, al que le aseguró una vigencia casi permanente en los más altos estratos del poder. Habrá que ver ahora si estos convites del libertario a ilustres representantes de la casta contra la cual él dice combatir provoca alguna mella en el universo de sus votantes.

Por de pronto, cuando le sacan a relucir el tema, Milei monta en ira. Jonatan Viale le preguntó anteayer si consideraba a Barrionuevo como parte de la casta. El candidato intentó tirar la pelota afuera sin éxito y entonces pasó sin transición del titubeo al contraataque furioso contra sus oponentes, en especial Patricia Bullrich. Otra vez la ira, para la cual parece no tener frenos inhibitorios. En verdad, el berrinche pareció dirigido contra la realidad, empecinada en conspirar contra la fantasía.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-nuevo-camuflaje-de-la-vieja-casta-nid16092023/

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