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El límite de un presidente motosierra

Por razones cada vez más pertinentes, una buena parte de la Argentina empezó a preguntarse cómo administrará las disidencias del país su próximo presidente. El destino y la calidad de la demo...

Por razones cada vez más pertinentes, una buena parte de la Argentina empezó a preguntarse cómo administrará las disidencias del país su próximo presidente. El destino y la calidad de la democracia se pondrán en juego, otra vez, a partir de esa duda como una tenebrosa paradoja justo en medio de la celebración de 40 años de elecciones libres ininterrumpidas.

Dicho en términos concretos: inquieta saber si los berrinches, insultos y gritoneos que hicieron de Javier Milei, el candidato preferido de millones de votantes se transformarán en un ejercicio de poder autoritario en caso de cumplirse los presagios instalados luego de las elecciones primarias. Y, peor, si alcanzarán el extremo de destruir un sistema de convivencia que con tantas dificultades costó mantener durante las dos décadas de kirchnerismo que se están apagando.

Milei enciende la motosierra y promete que en un día corta a la casta en pedacitos. Como si fuese tan sencillo

Ya se ha visto, muy al estilo de otros casos similares en la política global, que la violenta incorrección verbal no es para Milei un problema sino una fortaleza. Su caudal de apoyo aumenta mientras más grita y descalifica en forma personal a quienes no coinciden con él.

Una tribuna harta de desgracias conocidas celebra sus agravios. Nada mejor y más fácil que encontrar un culpable aun frente a problemas y esquemas de poder complejos. Milei encontró en “la casta” el chivo expiatorio de todos los males. Y sus fieles redimen el pecado de haber votado la creación de esa dirigencia encargando su destrucción a quien dice poder dinamitarla.

Milei enciende la motosierra y promete que en un día corta a la casta en pedacitos. Como si fuese tan sencillo.

Otro día acusa de diablo al Papa y lo agravia como nunca antes ningún dirigente se había atrevido. Extraña manera de relacionarse con el máximo referente religioso del mundo por parte de un hombre que dice haber encontrado en la fe judía un espacio para su contención mental.

Milei apareció justo cuando Juntos por el Cambio sentía que le había llegado el turno de reemplazar al peronismo kirchnerista en el poder, al final de otro gobierno fallido

Entre lo sagrado y lo mundano, mañana maldice a Hipólito Yrigoyen, un dirigente que gobernó hace un siglo. Algo así como si Julio Argentino Roca hubiese culpado del comienzo de las desgracias nacionales al Primer Triunvirato. Mauricio Macri tuvo un relato similar, poco tiempo atrás.

Nunca pudo verse con más claridad que ahora la corta distancia que existe entre la realidad y la posibilidad que tienen los votantes para transformarla. A los argentinos les bastará con una coincidencia masiva en el cuarto oscuro para detonar el sistema político tal como fue conocido hasta ahora, un juego de dos fracciones que viven enfrentadas y buscan derrotar a la otra.

Milei apareció justo cuando Juntos por el Cambio sentía que le había llegado el turno de reemplazar al peronismo kirchnerista en el poder, al final de otro gobierno fallido.

No sería más que un nuevo cambio entre muchos si quien se propone protagonizar esa mutación no se autopromocionara como una versión salvaje y fanática de todo lo establecido.

Una porción tal vez mayoritaria de votantes está dispuesta a darle poder a quien se propone destruir lo existente. Ese apoyo no expresa a un sector social específico, aunque entre los jóvenes y los hombres predomina su principal caudal.

¿Será Milei un actor político de tanta dimensión capaz de mudar su furibunda verbal por la tenacidad que las desgracias argentinas requieren?

El candidato presidencial libertario avanza montado en el deseo de una modificación virulenta de sus electores más que por la enunciación de su fanatismo ideológico. Es el estilo de Milei el que lo hace popular. Empezó llamando la atención por su premeditada carencia de peine y atrapó a sus seguidores por sus arrebatos emocionales, con los que evita contestar preguntas concretas y en el que se escuda para descalificar por supuestos ignorantes a quienes lo contradicen.

Hasta aquí el candidato que quiere llegar y cuyos votantes han acercado aceleradamente al poder, al extremo de que se discuta si ganará en primera vuelta o contra quién competirá con grandes posibilidades en un ballotage. La pregunta sin respuesta es qué hará un hombre como Milei cuando salga de las redes sociales y de los sets de televisión y deje de pasearse con una motosierra. ¿Qué hará Milei como presidente con su iracundia cuando deba hacer, no decir?

La nula tolerancia a la frustración que el candidato presenta hoy como un atributo para mostrar su vehemencia para hacer lo que promete sufriría una prueba quizás insalvable cuando en la Casa Rosada encuentre que sus ideas no obran la magia deseada ni los problemas a resolver se disipan una vez que se apague el ruido de la topadora que quiere pasarle el Banco Central.

¿Será Milei un actor político de tanta dimensión capaz de mudar su furibunda verbal por la tenacidad que las desgracias argentinas requieren? Aun los más interesados en acercarse a formar parte de su aluvional universo de nuevos y viejos conocidos del poder dudan de que el líder de La Libertad Avanza tenga matices distintos de los que lo llevaron tan cerca de la presidencia.

Sin más que una minoría recién llegada al Congreso como primer soporte legislativo, lo primero a lo que estaría obligado es a romper su factor de éxito y buscar un acercamiento con al menos una parte significativa de lo que llama casta.

No sería el primer presidente que violente sus promesas electorales, pero la historia indica que en tales circunstancias, entre el propósito inicial y el modelo terminado de una idea, suele mediar una transformación tan grande como para borrar vestigios del origen.

Otro camino es que Milei, empujado por el fanatismo, pretenda romper las formas pacíficas de convivencia política que, entre grietas y ensayos hegemónicos, el país logró mantener. Es, al fin, un intento argentino de imitar el sistema liberal sobre el que existen las democracias modernas. Milei está más allá de ese liberalismo. En los extremos habita siempre la negación del otro.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/el-limite-de-un-presidente-motosierra-nid30092023/

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