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El laberinto de las contraseñas

Hubo una época en que las contraseñas eran cuestión de películas de espías. Hace tiempo que ya no. Hoy, en su versión virtual, resultan omnipresentes para la mayoría de los mortales. Convien...

Hubo una época en que las contraseñas eran cuestión de películas de espías. Hace tiempo que ya no. Hoy, en su versión virtual, resultan omnipresentes para la mayoría de los mortales. Conviene usar una distinta para cada caso, lo que las vuelve legión. Además, deben ser difíciles de predecir. El resultado es un desbarajuste de números, mayúsculas y minúsculas. Los que confían en su memoria lidian con el entuerto de confundir las de uso poco frecuente. O, peor, olvidarlas. Los que, homenajeando a aquellas películas, las anotan de manera encriptada –mi caso cuando sospecho de la memoria– corren un segundo riesgo: no acordarse de cómo había que descifrarlas.

La saga de Harry Potter, con sus magos y aprendices, funciona como un catálogo de tipos de contraseñas posibles

Empecé a hojear Una historia de las contra45eñas (Godot) en busca de soluciones y para compensar el vértigo que produce la actual “religión de la seguridad”, como la llama su autor, Martin Paul Eve. No encontré una fórmula para construir contraseñas inexpugnables, fáciles de recordar. La conclusión es otra: que los santos y señas digitales son apenas el primer puntapié –con sus ecos militares– de un proceso tan complejo de resguardo y verificación que apenas se los puede seguir considerando como tales.

El asalto de Teseo al laberinto de Creta, con su hilo simétrico –el modelo mitológico de las contraseñas– ya no tiene el sentido de las versiones informáticas de hoy, dice el escritor inglés, aunque los argumentos de libros, y sobre todo las series y largometrajes, persistan erróneamente en seguir su modelo cuando muestran a personajes tratando de penetrar un sistema. El ardid del protohacker Teseo para dar muerte al Minotauro sigue teniendo, sin embargo, el encanto de lo humano y artesanal. Importaba entrar al laberinto, pero sobre todo importaba saber salir.

Evan no nombra el caballo de Troya, que metafóricamente recuerda (como el virus que alude a él) las intenciones ladinas de los ciberatacantes de hoy. Aquel presente griego suena a la versión remota del phishing, la manera más fácil y habitual de birlar información: ese instante en que el propio humano entrega con inocencia su clave, difícil o no, a la mirada ajena.

Sí se detiene, en cambio, en otras contraseñas de la literatura, para mejor ilustrar hasta qué punto difieren de las unidireccionales del mundo digital. Una clásica –que podía darse en la vida real como método de reconocimiento– figura en el comienzo de Hamlet, cuando los guardias nocturnos de Elsinore le piden a Bernando en la oscuridad que se identifique. Es todavía una consigna nada críptica, casi irrisoria: “¡Viva el Rey!”.

El “Ábrete sésamo” de “Alí Babá y los cuarenta ladrones”, que permite ingresar a la famosa cueva es de otro orden. La de Shakespeare es un elemental mot de passe de soldados. El de Las mil y una noches es, por el contrario, mágico. Se trata de una fuerza sobrenatural, previa a los personajes, que seguirá activa cuando estos ya no estén.

El mayor festival literario sobre el tema es, sin embargo, contemporáneo: Harry Potter. La saga de J. K. Rowling, con sus magos y aprendices, funciona como un catálogo de tipos de contraseñas posibles. Hay espacios a los que se accede por la simple emisión de una palabra y otros donde la consigna depende de un conocimiento específico: por ejemplo, cuando se debe decir algo en “pársel”, la lengua de las serpientes, que solo pueden hablar unos pocos elegidos sin necesidad de aprenderla. En otro nivel importa la identidad: para lograr entrar hay que ser alguien en concreto o poseer un objeto (una varita). Contraseñas utópicas, las llama Evan, “el estado al que aspira toda contraseña”: no ser ya intermediarias sino representar la pura individualidad.

No es una solución, pero es al menos un consuelo: la literatura reciente, con sus piruetas imaginarias, todavía se anima a contradecir las contraseñas burocráticas y sin encanto que nos persiguen todos los días.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/el-laberinto-de-las-contrasenas-nid29062023/

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