Generales Escuchar artículo

El candidato ajeno

En la Antigua Roma, cuando los candidatos se postulaban a un puesto público, lucían togas blancas. Parece ser que se exhibían con las togas abiertas para que se pudieran ver sus cicatrices de gu...

En la Antigua Roma, cuando los candidatos se postulaban a un puesto público, lucían togas blancas. Parece ser que se exhibían con las togas abiertas para que se pudieran ver sus cicatrices de guerra, una especie de curriculum vitae expresado en unidades de coraje. La palabra candidus, blanco brillante, remitía a pureza inmaculada, una referencia a las cualidades morales requeridas para ocupar un cargo importante.

Es posible imaginar a Sergio Massa con la toga abierta, orgulloso de sus heridas en distintas guerras y en distintos bandos, pero se hace un poco más complicado hallarle una ubicación en su ficha al concepto de inmaculado, ni qué decir a la palabra candidez, también emparentada etimológicamente con candidato.

Cruje en su ficha sobre todo el detalle de que él ya tiene un cargo importante y, sin dejarlo, quiere conseguir otro. ¡Si eso fuera todo! Lo más estrafalario es que a caballo de esa doble misión prometerá en campaña la solución futura a los mismos problemas que en el presente no doblega. Ni doblegará antes de las elecciones. Podrá recibir una transfusión de emergencia del FMI, pero la segunda inflación más alta del mundo, la mitad del país en la pobreza y una economía al borde del precipicio no son cosas que un gobierno en retirada, suponiendo que fuera el mejor gobierno, tiene chance de arreglar.

Perón, como se sabe, no era un republicano exquisito. Aun así, pidió licencia en 1951, la única vez que le tocó hacer campaña y ejercer un cargo público a la vez, dualidad que antes de chocar con la ética se estrella con días de sólo 24 horas. Eso si se trata de una persona más o menos normal. Pero ni Massa es alguien normal ni mucho menos lo es la Argentina actual, hábitat de este ministro de Economía de éxito indemostrable que considera que ser candidato único de un oficialismo perdidoso es mucho mejor que ganarse la grande o que clasificar para la Copa del Mundo.

Nada es normal en Kirchnerlandia, excepto la naturalización de lo que debería hacer ruido. Por ejemplo, que después del fin de semana en el que resultó súbitamente nominado como candidato presidencial, Massa, quien se recibió de abogado en 2013 mientras hacía campaña, siga siendo el superministro de Economía, la figura principal de un gobierno desfigurado. Y lo más curioso: nadie reclama con demasiado énfasis que deje el puesto oficial debido a su condición de candidato, pese a que es el funcionario con mayor poder de decisión sobre la distribución de dineros públicos. ¿Miedo al precipicio?

El sucesor de Alberto Fernández en la honorable candidatura presidencial del peronismo convenció a todos de que él es el único que puede sostener la endeble estantería completa del país sin que se venga abajo. Doctrina Malena, aunque ella sólo enunció ese teorema que rige los pasos del marido, el verdadero autor: “Massa se queda hasta el final porque el final es cuando se vaya Massa”. Los pasos son los que vino dando en Washington, Shanghái, Pekín, en la Casa Rosada, en la presidencia del Senado, en los cenáculos empresarios, en las tertulias sindicales. Sin mí, repite con sobreentendidos, gestos, insinuaciones, incluso palabras, explota todo.

Al imperialismo yanqui, como dirían los pibes para la liberación, se ve que reporta con más astucia que su antiguo compañero de la Ucedé Amado Boudou, quien según los WikiLeaks cuando era ministro de Economía se mostraba en la embajada como pronorteamericano aclarándoles a sus interlocutores que, compréndanlo, debía minimizar ese sentimiento en público. Los dólares que estaría a punto de soltarle el FMI a Massa no son por haber susurrado como Boudou que le encantaba ir a esquiar a Aspen, Colorado, sino por haberse vendido eficazmente como el garante de la paz en el cono sur.

Gran hacedor, eximio gestor, también encantador de serpientes más cercano a Fidel Pintos y a Zelig que a Tacho Somoza, Massa, claro, no es un dictador sino un eficaz intendente de Tigre que supo cómo asomar del montón un buen día como jefe de Gabinete. Cuatro años después le ganaba una elección nacional a quien lo había inventado como político de las primeras ligas.

Su principal virtud es el aprovechamiento de oportunidades. Su especialidad, ofrendarse en cada ocasión como la única salida. Consiguió así el cariño piadoso de Washington tanto como la resignación, el último fin de semana, de Cristina Kirchner.

Vendría a ser una versión mejorada del clásico “yo o el caos”, tan magistralmente enunciado por el vicepresidente Perón en aquel discurso del 25 de agosto de 1944, cuando les dijo a los empresarios en la Bolsa de Comercio que, si él no organizaba a los obreros, si no los controlaba (usó esta palabra), y si ellos no les largaban el treinta por ciento, vendría el comunismo y se los llevaría puestos a ellos.

Si a Massa le sueltan la mano, repitió Massa en los momentos justos y los lugares apropiados, la Argentina tiene asegurada la remake de 2001. Lo ayuda un poco la novedad de que el gobierno al que pertenece se volvió boquiflojo. Ya no tiene drama en admitir que todo se puede ir en cualquier momento al demonio, empezando por el peronismo el mismo día de las elecciones.

Hace dos meses, en una estudiada exposición televisiva realizada bajo el formato profanado de entrevista periodística, la vicepresidenta se convirtió en la primera líder del peronismo que antes de una elección habla del riesgo de que el peronismo acabe hecho papilla. Nadie tiene muy claro bajo qué estrategia Cristina Kirchner desertó de la tradición exitista del Movimiento que hasta cuando pierde dice que gana.

¿Sucedió algo que antes no había sucedido? Sí. Ella jura que quedó fuera de concurso debido a una condena judicial por corrupción. Condena que no está confirmada. Y gracias a ese detalle no va presa. Sin embargo, Cristina Kirchner dice que la falta de confirmación es apenas “un tecnicismo” (lo repitió el lunes), porque “la verdad de la milanesa” es que está proscripta. Una proscripción más acabada, en todo caso, fue la que hizo en los cincuenta Perón con Balbín: siendo candidato lo metió preso durante un año.

Pero a la proscripción holográfica Cristina Kirchner la necesita para explicarse, para explicarle a su gente que no es que ella se corra para no perder, sino que la tienen prohibida porque es revolucionaria y además Macri la mandó a matar con Los Copitos.

La realidad es que además de que no tiene posibilidad de ganar las elecciones, tras dominar la escena durante veinte años, dieciséis de los cuales fue gobierno, no consiguió perpetuarse, como era su idea, ni prolongarse mediante un delfín. ¿El delfín era el diezmado Eduardo de Pedro? Ella terminó aprobando un candidato que no le responde en ningún sentido, ni dinástico ni funcional ni ideológico. Después de fracasar en el intento de obsequiarle la candidatura al inexperto ministro del Interior (quien iba a vivir la aventura de hacer la primera campaña de su vida) tuvo que adoptar por presión de los gobernadores al político menos confiable que hay en plaza. Confiable dentro de lo que son las lealtades peronistas.

Es cierto, los líderes de época siempre tuvieron dificultades para esculpir herederos, llámense Roca, Yrigoyen, Perón o Menem. A los legados de dos presidentes hoy reputados virtuosos también se les escurrió el porvenir: ni Frondizi logró dejar un partido desarrollista (el MID apenas sirvió para dramatizar la extinción del frondicismo) ni quedó nada muy tangible del alfonsinismo.

Pero que el kirchnerismo se convierta en Massa en un segundo casting de última hora habla de un final algo drástico. Eso sin contar lo que vino inmediatamente después, la narrativa de que la candidatura de Massa, el candidato de la unidad, tuvo un parto rico en traiciones y prolífico, como se podrá seguir apreciando, en rencores eternos.

Vaya comienzo de campaña, la hora de los entretelones. Ahora “la verdad” (también lo explicó la vicepresidenta el lunes) se volvió virtuosa. Fue en un acto convocado para recibir solemnemente de Estados Unidos un avión utilizado por la dictadura para arrojar personas vivas al Río de la Plata, quintaesencia del drama argentino, un momento, se suponía, reservado al dolor, al homenaje, al recogimiento.

Antes de que la vicepresidenta hiciera sus malabares para explicar cómo lo nominó a Massa con cuya suerte no tendrá nada que ver, Massa aprovechó la ocasión para hablarles a los seguidores de quien estaba sentada a su izquierda y contarles todo lo que él hizo personalmente para que ese avión, el de la Memoria, pudiera ser adquirido aun a un precio excesivo por el Estado argentino, porque la causa lo exigía. Obviamente del otro avión que adquirió a la par, también a un precio excesivo, nada dijo.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-candidato-ajeno-nid28062023/

Comentarios
Volver arriba