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El árbol de la sangre y las lecciones

Tengo en casa tres ceibos. No es una afición especial por este árbol, sino más bien una consecuencia del ambiente en el que vivo y el suelo que me tocó, una greda que encharca con facilidad y q...

Tengo en casa tres ceibos. No es una afición especial por este árbol, sino más bien una consecuencia del ambiente en el que vivo y el suelo que me tocó, una greda que encharca con facilidad y que es inadecuada para casi todas las especies vegetales. Aunque parezca una contradicción, las plantas necesitan agua, pero, salvo excepciones, detestan que se acumule.

El nombre científico de los ceibos es Erythrina crista-galli, un dato que sería ocioso, si no fuera porque el género (Erythrina) deriva de la palabra griega para decir rojo (de ahí viene también la palabra eritrocito; o sea, glóbulo rojo) y la especie (crista-galli) hace referencia a la cresta de los gallos. Imagino que, como nos pasa a los habitantes de esta parte del mundo, los que lo bautizaron habrán quedado fascinados con el espectáculo de los ceibos en flor, y esa fascinación se terminó infiltrando en este enfático tecnicismo. Quiero decir, hay entre nosotros muchos árboles de floración notable (el jacarandá, el árbol de las orquídeas, el lapacho), pero el ceibo es de una insolencia deliciosa.

A los ceibos les gusta el agua, por eso se los ve mucho en las riberas, y en casa les está yendo muy bien. El primero que tuve ya está en esa etapa en la que dejan de parecer arbustos y se atreven al porte arbóreo. Ha dado incluso frutos, y de sus semillas nació el más joven de mis ceibos, que todavía vive en una macetita. Pero al primero, al original, las cosas no le resultaron fáciles.

Me lo regaló una amiga. Venía en una lata humilde y no tenía ni media docena de hojas. Llegó en un momento complicado, mientras me mudaba y construía mi nueva casa. No le presté la atención suficiente y una vez lo encontré todo seco, por falta de riego. Puse la maceta directamente en una pileta con agua y a la semana estaba lleno de brotes otra vez. Respiré aliviando, pero fue un verano seco. Demasiado seco. Llegó el otoño, luego el invierno, y de nuevo una primavera fría y otro verano anómalo. Había trasplantado el ceibo a una maceta más grande y ahora tenía varias ramas. Pero cuando se avecinaba el siguiente otoño se lo comieron las hormigas. No dejaron nada, y sin embargo volvió a brotar. Pasó todavía otro invierno y otra primavera, durante la cual una tormenta furiosa arrastró varias macetas y el ceibo quedó desterrado y con las raíces al aire, en el piso de la galería. Con cuidado, y pese a que no parecía haber esperanza, lo volví a plantar y lo podé un poco para que no evaporara en exceso. Una vez más, rebrotó, quise creer que con más ímpetu, y en algún momento, al final de ese verano, dejó de ser una plantita con ambiciones para alcanzar ese punto en el que uno sabe que el árbol podrá defenderse solo y decide liberarlo. Eso ocurrió al final del siguiente invierno. Cuando llegó la primavera lo vi llenarse de flores y más tarde fructificar.

En un raro momento de tranquilidad, hace unos días, volví a observarlo. Ya pasó la primera floración y está dando frutos. Recordé todos sus accidentes e infortunios y pensé en el paralelismo con nuestras propias vidas. Ahora es un arbolito pequeño, pero pujante que regala vida a manos llenas. Pero lo castigó la sequía, se lo comieron las hormigas, el viento lo tiró por el aire y quedó varias horas con sus raíces sedientas expuestas al aire seco. No sé cómo sobrevivió.

Ese ceibo es una lección o un mensaje o ambas cosas. Dejo de lado cualquier interpretación esotérica y doy fe de esto: la mujer que me lo regaló es una de las personas más sufridas que conocí, y también la que más veces fue capaz de levantarse de situaciones catastróficas con una extraordinaria combinación de esfuerzo, dignidad y sacrificio. Esa persona se hizo un minuto para regalarme una plantita que hoy es un árbol que florece en mi jardín y siempre me hará pensar en ella y en que la única respuesta correcta frente a la adversidad es apretar los dientes, levantarse y volver a empezar. Gracias por eso, Nely.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/el-arbol-de-la-sangre-y-las-lecciones-nid29112023/

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