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Diarios, archivos y una licencia para nadar

En el principio, pareciera ser, estuvo la imprenta. Mediados del siglo XV, un tal Gutenberg, los tipos móviles y un artefacto capaz de reproducir textos con la misma belleza y precisión con que l...

En el principio, pareciera ser, estuvo la imprenta. Mediados del siglo XV, un tal Gutenberg, los tipos móviles y un artefacto capaz de reproducir textos con la misma belleza y precisión con que lo hacían los copistas, pero con mayor velocidad e impacto.

Un pequeño movimiento que muy pronto se reveló enorme y que sentaría las bases de lo que conocemos como la modernidad. La matriz que nos forjó: cultura letrada, abandono de la circularidad del mundo oral e ingreso –para bien y para mal– en un universo básicamente visual, lineal, llamado a establecer un vínculo diferente con el tiempo y el saber .

En cada uno de los tipos móviles que Gutenberg habrá forjado tan tranquilo, seguro de que estaba construyendo una herramienta y nada más, estaba la semilla de la razón iluminista con sus sueños y sus monstruos, el cultivo de la personalidad a través de los diarios íntimos, el detalle analítico, el método, el archivo. No eran simples herramientas; cobijaban una subjetividad radicalmente diferente.

Me ocurre pensar que nos andamos despidiendo de los fundamentos de ese mundo. Recuerdo a aquellos que, ya en los años 60, pronosticaban que ciertas tecnologías nos volverían cada vez menos letrados, propensos a una oralidad de nuevo cuño, quizás sofisticada, sin dudas tecnológica. Me digo que es probable que esa nueva subjetividad ya esté aquí, entre nosotros, asomando por entre los destellos de la vida digital.

Y como las obsesiones nos gobiernan más de lo que imaginamos, me sumergí en un reciente libro del crítico Manuel Quaranta capturada, en principio, por el título: Diario del archivo (Mansalva).

Desde ya, el libro no trata de la imprenta ni su impacto civilizatorio; mucho menos de aquellos a los que nos cuesta soltar ciertas matrices.

El diario en cuestión es el registro de las visitas que el autor realizó el año pasado, durante cinco meses, al archivo de la galería Ruth Benzacar. Hay allí una voluntad de experimentar –las visitas se hicieron sin plan previo–, de dejar que el formato “diario” hiciera lo suyo, tanto como la alquimia entre los documentos archivados y el método, curiosidad, mirada y reflexiones (sobre sí mismo, el arte, la escritura, la irrupción casual del absurdo) del investigador.

“Supone un estado anímico especial llevar un diario –escribe– Toda la realidad parece servirle a uno”. E insiste: “Es tan atractivo creer que todo el mundo actúa para mí. No para mí, sino para el diario: mi diario soy yo”.

Quaranta abre cajas. Cada una corresponde a un artista. Fabio Kacero, Sebastián Gordín, Marcelo Pombo, Miguel Harte, Roberto Aizenberg, Adrián Villar Rojas, Marina De Caro, Flavia Da Rin. Textos, catálogos, recortes de prensa. En su diario, el autor apunta algún que otro hallazgo, pero también las marcas de lo cotidiano, la impronta de la rutina. Alguien que lo saluda, las personas con las que se cruza en la galería: el ritual y sus variantes, el discurrir indiferente de lo real y la escritura que busca darle sentido. En esas cajas, escribe, “está el peso de la historia del arte argentino de los últimos veinte años y el peso de mi propia historia”.

Piensa a las cajas como muestras en miniatura. El contenido no sería la obra sino los intentos por rescatarla de la maquinaria del tiempo, darle un registro. Descubre que en el archivo late algo muy parecido a la intimidad; es el corazón de la galería, el pulso de algo que espera ser visto sólo por quien tenga intenciones de descubrirlo “y darle nueva vida”.

Diario del archivo no busca atarse a recorridos ni dejar grabada en piedra ninguna conclusión. Entre sus múltiples huellas elijo, con la arbitrariedad que a veces ejercemos los lectores, una reflexión absolutamente lateral. Quaranta refiere, muy al pasar, que en una época se “ahogaba en la incertidumbre”, pero que ahora nada.

Nadar: sumergirse en lo inestable, no renunciar a lo propio y a la vez dejarse llevar. Buen oráculo para tiempos inciertos.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/diarios-archivos-y-una-licencia-para-nadar-nid03092023/

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