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Dejó Argentina a los 58, no entendía bien para qué, hasta que una mujer de 91 años se lo reveló: “Me descubro sonriendo”

El 28 de marzo de 2023 la vida de Graciela Elvira Gómez dio un giro drástico. A sus 58 años decidió que era tiempo de respirar hondo, tomar coraje y emigrar, algo que parecía imposible a su ed...

El 28 de marzo de 2023 la vida de Graciela Elvira Gómez dio un giro drástico. A sus 58 años decidió que era tiempo de respirar hondo, tomar coraje y emigrar, algo que parecía imposible a su edad, pero, sobre todo, parecía improbable por ser portadora de un espíritu que tantas veces habían intentado quebrar.

A lo largo de su existencia, Graciela había transitado los caminos esperables dentro un mundo ordinario cargado de mandatos. Tuvo cinco hijos que siempre amó con locura y que le regalaron seis nietos maravillosos. Sin embargo, le tocó atravesar tormentas que se sintieron insuperables en sus dos matrimonios: en ambos sufrió violencia de género.

Nacida en San Miguel de Tucumán, vivió 27 años en Buenos Aires. Madre joven y relegada a su supuesto destino, abandonó los estudios para dedicarse a sus hijos, que demandaban su atención. Aun así, años más tarde tomó fuerzas de donde pudo y terminó el colegio secundario en un bachillerato adulto, resistiendo las consecuencias.

Entonces soñó con ir a la universidad, pero su deseo fue coartado. Finalmente, en el 2013, logró lo que creía que no podría: liberarse de las cadenas y entrar a la Universidad de Quilmes. Y así, lo impensado para la chica tucumana sucedió, en cuatro años colmados de esfuerzo, dolores y barreras, se recibió de dos carreras, licenciada en Educación y profesora de Comunicación Social.

“La universidad me contuvo en los peores momentos de mi vida”, asegura hoy emocionada, mientras repasa su historia. “Amo la universidad pública y gratuita”.

Durante los siguientes años trabajó en varias escuelas de la provincia de Buenos Aires y desarrolló un profundo amor por la docencia. Pero un día, cuando ya había cumplido los 52 y el pasado doloroso se resistía a abandonarla, decidió que era tiempo de darle vida a otro deseo en apariencia imposible: cruzar las fronteras y ver qué había del otro lado del océano.

“Amo la docencia, allí crecía y cada día me otorgaban nuevos cargos. Pero sentí que era tiempo de un cambio”, cuenta Graciela. “Para qué quería irme, no lo sabía. Eso lo descubriría en el camino”.

Seis años para comprar un pasaje, ahorrar 700 euros y partir a Europa con dos valijas, 58 años, y lo puesto

A Graciela la empujó su sueño de hacer un máster en Europa, aunque no sabía si tamaño deseo podría cumplirse. Lo primero que debía lograr era irse y no contaba con recursos. Fue así que ahorró durante seis años hasta el día en que fue capaz de comprar su pasaje y guardar en su cartera de viaje 700 euros para no llegar con las manos vacías al viejo mundo.

Cuando anunció la compra del pasaje sus hijos festejaron. Muchas amigas, sin embargo, le decían que no todo lo que brilla es oro: “Por mi edad, entre otras cuestiones, no todos opinaban que era lo mejor”, recuerda. “Sin embargo, un suceso jugó a favor: mi hija había emigrado hacía dos años a Italia con su pareja. A pesar de que tenía en mente ir a España, allí tenía a dónde llegar”.

Los días previos a su partida fueron de emociones encontradas. Lo cierto fue que, para Graciela, el proceso del cambio era angustiante. Tardó dos semanas en preparar las valijas sabiendo que, eso y tan solo eso, sería lo que le quedaría para vivir su vida de allí en adelante.

“A lo largo de la vida fui dejando cosas. Ya cuando me separé dejé mi casa, mi auto, todo…Me fui de ese matrimonio con lo puesto”, cuenta. “Y, al viajar, incluso quedó mi perrita Canela con mi nuera”, continúa profundamente conmovida.

A los 54 salió sola a recorrer el mundo, con 60 sigue y cuenta las premisas para lograrlo: “Estoy en la mejor edad”

Pero con la angustia, también convivía una fuerte ilusión: ilusión de enriquecerse, conocer otra cultura, aprender pronto un nuevo idioma y buscar los caminos para trabajar de lo suyo; dentro de sus dos valijas, por supuesto, llevaba consigo sus títulos homologados y traducidos, listos para continuar con los trámites correspondientes en suelo italiano.

Costumbres nuevas en la fascinante Italia: “Jamás olvidaré la sensación”

Tras un largo viaje vía Brasil, su hija la recibió con los brazos abiertos en Roma y con ella fue hasta Cerveteri, su lugar de residencia y donde había preparado una pequeña fiesta de bienvenida. Esa noche, Graciela descansó profundamente en el sofá cama que le habían comprado y que la cobijó por varios días.

Durante las siguientes semanas, la mujer argentina se dejó conquistar por su curiosidad y asombro, una actitud que la acompañaba desde su infancia, donde desde siempre buscaba la forma de romper con las rutinas, aunque fuera tomando otro camino para llegar al mismo destino. Fue por ello que lo primero que le llamó la atención de Italia fue un árbol, un pino distinto a cualquier otro que hubiera visto: “simplemente hermoso”, asegura. También quedó maravillada con las casas todas pintadas de colores suaves, entre mostazas y amarillos, las montañas bajas a la distancia, y los carteles en otro idioma al suyo: “Me encanta escuchar a los niños hablar en italiano en la plaza. Y me fascina que en todos lados se respira historia y se disfruta de distintos paisajes de ensueño, todo a poca distancia. Jamás olvidaré la sensación al ver el Coliseo por primera vez”, suspira.

“Hubo tantas costumbres que me llamaron la atención a mi llegada”, continúa Graciela, pensativa. “Cosas como bicicletas que la gente dejaba por días como abandonadas ahí; quedan en la calle hasta que las buscan. La organización de los residuos me costó: entre secos, húmedos, plásticos, metal, vidrio… todo se saca en días diferenciados”.

“El kiosquito cerca de donde vivía con mi hija recibe tu botella y te cargan agua con o sin gas. También hay bebederos en la vía pública. Ahora habito a tres cuadras del mar, en Ladispoli, donde también tenés el agua corriente a disposición en la calle”.

“Me cuesta darme cuenta de que tengo paso como peatón. Freno en las esquinas cuando vienen autos y tardo en reaccionar: ellos siempre paran porque tengo prioridad”, continúa. “También me llamó la atención que en los supermercados todos hacen de todo. Los cajeros están un rato en la caja y después la dejan vacía y van a hacer trabajo de reposición, por ejemplo. Nunca estás mucho tiempo, todo es rapidísimo y no te revisan”.

“No me gusta mucho que la gente habla muy fuerte, como que gritan para hablar. Y si hay una pelea, ¡la escucha todo el barrio! Por otro lado, siempre te miran y comentan, la gente acá es así, chismosa, sin importar si son jóvenes o viejos. Tampoco me gusta el machismo enraizado. Acá también se escucha sobre femicidios todos los días”, agrega con tristeza.

“Otro aspecto que no me gusta mucho es cómo se transmiten las noticias, no tienen la organización, trabajo de edición ni profundidad que puede encontrarse en Argentina, o al menos en Buenos Aires. ¡Y no hay helado de kilo! Solo en Roma vi una heladería que te vendía un helado más grande… Eso sí, es rico. La pizza es muy finita, es extraño que haya una alta. Pero claro, se piden de manera individual”.

La búsqueda laboral: “Es conveniente venir con una buena cantidad de dinero (más del que yo traje)”

Al quinto día de su llegada, Graciela ya no aguantaba permanecer sin hacer nada, más que pasear y estar en casa de su hija. Entró a grupos de Facebook y de inmediato buscó la forma de ocuparse. Para homologar su título sabía que debía atravesar un proceso de unos dos años, así como rendir un examen con un italiano B2, algo que requería de mucho esfuerzo y estudio: “Y que estoy dispuesta a hacer”.

Sin embargo, gracias a sus búsquedas, casi de inmediato consiguió empleo en el centro histórico de Cerveteri: “Es hermoso”. La contrataron, aun sin idioma, en un restaurante típico, también especializado en fiambres.

“Todo estaba en italiano, así que duré dos fines de semana, tenía que aprender la lengua”, se ríe. “En Italia, en general, son muy respetuosos, pero es llamativo que fuman demasiada marihuana en todos lados. La gente, sin embargo, es longeva, come muy bien, la clave es que comen poco. Se manejan con la dieta mediterránea, ante todo”.

“Hay oportunidades laborales, pero es conveniente venir con una buena cantidad de dinero (más de lo que yo traje) para poder pagar el alquiler, buscar trabajo tranquilo, arreglar los papeles. Hay muchos inmigrantes sin documentación y están así por años, los reciben y con el paso del tiempo los ayudan a poner su residencia en orden, me llamó la atención”.

Quedarse sola en Italia, un trabajo transformador y una mujer especial de 91 años: “Trae consigo un pasado duro, con secuelas de la guerra”

Finalmente, Graciela consiguió trabajo como badante (cuidadora de adultos mayores), una experiencia que cambió su vida para siempre. Ella no tenía conocimientos en la actividad y los siguientes dos meses resultaron ser de puro aprendizaje y valoración hacia una ocupación que le enseñó a dominar su ansiedad, a bajar el ritmo y sentir el pulso de vida de ellos: “La primera mujer que cuidé murió”, revela. “Estar tan cerca de la muerte con personas con las que estás hablando un día y al otro día ya no están te mueve el piso, te lleva a preguntarte cosas como: ¿quiero estar acá? ¿Quiero estar tan alejada de todos?”

Las preguntas existenciales se intensificaron cuando, en junio, su hija se fue a vivir a España, tras una oportunidad laboral de su pareja. Allí quedó ella, sola a sus casi 59 años, en un país por momentos extraño, rodeada de desafíos jamás imaginados: “Aún no dominaba el idioma ni sabía dónde iba a vivir”.

El techo llegó, por fortuna, de la mano de su trabajo para otra mujer muy mayor. Esta, sin embargo, tenía comportamientos agresivos y poca paciencia ante las dificultades idiomáticas de Graciela, que entendía muy bien al romano, pero no así al piamontés, de donde era oriunda la señora. Cuando la situación llegó al límite, la mujer argentina decidió irse, fue entonces que el hijo le advirtió a su madre que, si no modificaba su comportamiento, el único camino era internarla.

“Gracias a Dios nos fuimos acostumbrando, ella a mí y yo a ella”, continúa. “Ella fue cambiando y yo aprendo a dar amor. Mucho amor. Con eso, con el amor, se calma todo el mundo, incluso ella, que tiene 91 años y que trae consigo un pasado duro, con secuelas de la guerra. Ella me cuenta las historias. Yo me enriquezco y aprendo”.

El llanto en el mar y el para qué del viaje: “Encuentro felicidad en cada instante”

Hoy, 26 de septiembre de 2023 y mientras escribo esta historia, Graciela cumple 59 años y se ilusiona con la noticia de que pronto comenzará a dictar clases de español. Ella siente estar atravesando el viaje del héroe, en términos de Joseph Campbell, un camino espiritual hacia el interior, hacia la identidad esencial.

En los últimos meses de su vida hubo momentos de desesperación, donde la soledad la golpeó con fuerza. Quería volver, ya ni siquiera soportaba que le hablen en italiano, pero en el peor de los días frenó sus impulsos en seco, salió a caminar, llegó hasta el mar y lloró. Lloró desde lo más hondo, lloró su pasado para dejarlo ir. Y meditó. De pronto sintió paz, paz en su interior. Entonces supo que debía dejar de hacer lo que había hecho toda su vida: buscar afuera lo que en realidad habitaba dentro de su ser. El para qué de su viaje comenzó a cobrar forma. Dos palabras emergieron: sanar y amar. Sanar la violencia sufrida y transformarla en un amor superior. Un amor universal, donde, a través de otra mujer, Graciela pudo resignificar su propia historia.

“Valoro tanto ahora mi presente. Aprendí a comprender por qué actúan como actúan las personas. Aprendí que las emociones que liberan son por ellos, no por mí. O sea, aprendí a liberarme de las emociones de los demás. Las personas son como son por lo que les sucede, no por lo que me sucede, o por lo que yo puedo provocar en ellos. Aprendí que con amor cambió todo eso. Cambió la angustia y el desdén que sentí en algún momento. Y el miedo”.

“Al final, todo se redujo al amor. Y allí, desde el amor, se develó una vida increíble. Maravillosa la vida de la mujer que me toca cuidar”, continúa conmovida Graciela, quien también siente un profundo agradecimiento por el apoyo de sus hijos y sus hermanos. “Mi viaje del héroe, aparte de una travesía espiritual, es un camino que se focaliza en el ser y no el tener”.

“En este momento puedo decir que me fascina lo que hago. Encuentro felicidad en cada instante, incluso cuando la mujer que cuido está enojada. Entonces busco hacerla reír, hacerle bromas cuando no puede hacer un movimiento, en hacer un chiste cuando no me sale una palabra. Aprendí a ser feliz en este presente sin desatender mi meta: quiero homologar mi título y ejercer la docencia, mi pasión. Sin embargo, esta mujer con la que hoy convivo, se está llevando lo mejor de mí. En mi rutina diaria me descubro con techo, con comida, con un buen sueldo, con mis descansos contemplativos, pero, ante todo, me descubro sonriendo”.

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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/dejo-argentina-a-los-58-no-entendia-bien-para-que-hasta-que-una-mujer-de-91-anos-se-lo-revelo-me-nid27092023/

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