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Como en una cancha de paintball: creó un sistema innovador para controlar las plagas en el campo

Para algunas personas el ingenio no tiene límites, sobre todo cuando es para mejorar la eficiencia en su performance laboral. Ese es el caso de Miguel Canale, de profesión controlador de plagas, ...

Para algunas personas el ingenio no tiene límites, sobre todo cuando es para mejorar la eficiencia en su performance laboral. Ese es el caso de Miguel Canale, de profesión controlador de plagas, más conocido en el campo como el cotorrero que, después de un largo recorrido, está patentando una especie de marcadora de paintball para combatir estas poblaciones de aves.

El comienzo con este trabajo fue por casualidad, por una triste desgracia familiar, hace más de una década. Una noche de diciembre de 2010, un cuñado suyo, que era remisero en Chascomús, tuvo que realizar un viaje a La Plata, pero en el trayecto desistió y el pasajero, que se mostraba extraño, lo apuñaló y lo dejó tirado en la ruta, desangrándose.

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“Yo tenía dos autos trabajando también como remises, en Castelli, donde vivía, y tanto me trastornó ese hecho que decidí dejar todo. Me rayé, precisaba hacer otra cosa. No quería ver a nadie, ni tener contacto con la sociedad y me volqué más aún al rugby. Un día fui a la municipalidad del pueblo a pedir colaboración para el club y un amigo que trabajaba ahí, al verme tan mal, me ofreció ser cotorrero en los campos. Me entusiasmó el nuevo desafío”, cuenta a LA NACION.

Justo había una capacitación de control de plagas en Dolores y se inscribió. Vendió los dos autos, se compró una camioneta Saveiro usada y arrancó. Lo primero que hizo fue ir a los campos vecinos donde sabía que había cañaverales para buscar y cortar las tacuaras más largas. Las llevó a un galpón, donde las guardó hasta que se sequen para que perduren más.

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“A las cañas hay que cortarlas en los meses de junio y julio, en cuarto menguante, porque su savia está baja y eso las hace más resistentes. Hay que dejarlas acopiadas en un lugar sin humedad para que duren más tiempo. Luego, unirlas unas con otras con cámara de bicicleta que era lo que avalaba el Estado”, detalla.

La técnica de control en el campo es ardua. Las tacuaras de ocho metros cada una que se adicionan entre ellas para llegar a una extensión considerable eran muy pesadas al maniobrar. Y, para alcanzar los nidos a más de 30 metros, la herramienta de trabajo se convierte en un imposible. “Era un medio precario, pero era lo que había. Sumaban casi 20 kilos sobre nuestros hombros y brazos. Terminábamos exhaustos y parecíamos un homo sapiens”, cuenta.

Un noche, pensando en voz alta, se le ocurrió que los caños de aluminio de media pulgada podrían ser una alternativa. Para probar, compró 24 metros. Lo intentó, pero no se convenció porque los caños se doblaban por el propio peso. Al tiempo, andando por Olavarría, vio que en la vidriera de un negocio de pesca había unas cañas de fibra de carbono. “Esto es lo que estoy buscando”, pensó. Era bajar el peso a 5,5 kilos, no había comparación. “Para dejar de pasarla mal en el trabajo, la imaginación se potencia a más no poder”, describe.

Pero había un problema mayor a solucionar: los nidos que están en las copas de los eucaliptos, a más de 35 metros. “Quería ser impecable en mi trabajo y esos nidos a tanta altura eran difíciles de eliminar. Primero pensé en drones que transporten hasta la puerta del nido la grasa con el pesticida. Pero los drones que se importaban en ese momento solo llevaban un peso de no más de 35 gramos y yo había diseñado un sistema de aplicación que pesaba 3,5 kilos. No servía lo que había inventado”, relata.

Pasaron unos días hasta que unos amigos lo invitaron un fin de semana a Dolores, donde habían inaugurado una cancha de paintball. “Cuando llegué, con mi mente inquieta, se me prendió la lamparita de nuevo. Estas marcadoras sí podían servir para los nidos altos. La idea estaba muy buena, pero el tema ahora era cómo llevarlo a cabo, con qué tecnología y qué recursos”, dice.

Comenzó a investigar varios meses y un empresario en China le comentó por mail que había una sola máquina en la Argentina y estaba en Córdoba. El hombre la había comprado para abastecer las cerca de 40 canchas de paintball que existen en el país. “Cuando logré hablar con el dueño ya nada quedaba de esa matriz de las pelotitas: se había convertido en un laboratorio de pastillas de ibuprofeno. Otra vez se me truncaba una idea”, señala.

Cabizbajo y casi resignado, un día se entera que otro empresario argentino había adquirido una vieja máquina de desguace para fabricar pelotitas para paintball. Sin dudarlo, fue a su encuentro en la ciudad de Buenos Aires. Se compró una marcadora y buscó inventar una bolita de entre 9 y 11 gramos de grasa y piretroide (pesticida). A finales de la pandemia, con mucho esfuerzo y luego de varios intentos frustrados, consiguió dar con el producto final.

“Estas pelotitas son pequeñas y viajan a 220 kilómetros por hora. Hay que calibrar bien los equipos para no perder tiros de gusto. Son costosos, por eso uso solo para los nidos fuera del alcance de las cañas de fibra de carbono. Cuando vi que funcionaba, inicié el trámite de patentamiento, como marcadora Mac Control Group. Lo bueno, además, es que con esto desaparece la manipulación con los insumos”, cuenta Canale de 50 años.

Según describe, el daño que hacen las cotorras en los cultivos puede alcanzar hasta el 20% del total sembrado. Cuanto más chico es el lote, mayor la incidencia de pérdida. “Las cotorras te comen y te arruinan las cuatro esquinas del lote sembrado. Lo que hacen muchos productores vecinos es seguir la franja del sembrado del otro para ahorrarse dos punteras de su lote al menos”, explica.

Canale trabaja en los partidos de Castelli, Lezama y Las Flores o en cualquier municipio que lo contrate. También lo hace de manera particular y sumó otros servicios a su profesión. Su paga sale de la tasa que abonan los productores, en algunos casos lo maneja cada municipio y en otros las sociedades rurales. Los valores son muy dispares en cada distrito por ejemplo mientras en Castelli cobra $290 por nido, en Lezama el valor es de $800 y en Las Flores el precio es de cuatro litros de diésel por nido (unos $1300). “Los costos no cierran y casi no hay rentabilidad porque el precio de la grasa de litio que viene del petróleo en los últimos tiempos subió mucho y el pesticida está dolarizado”, se lamenta.

A pesar de que muchas veces sabe de antemano que ir a un establecimiento rural va a ser “perder plata”, Canale nunca deja a ningún productor de a pie. “Soy un apasionado en esto de darle resultados visibles a la gente del campo. Me gusta llevarle soluciones a un productor. Es lo que me inspira”, finaliza.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/economia/campo/como-en-una-cancha-de-paintball-creo-un-sistema-innovador-para-controlar-las-plagas-en-el-campo-nid13102023/

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