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Carlos Granés: “Nuestros caudillos delirantes son seductores y hechizan a las masas”

MADRID“La luna roja se escurría bajo las nubes e iluminaba la playa de piedras”, escribe Carlos Granés (Bogotá, 1975) en la primera línea de Delirio americano. Una historia cultural ...

MADRID

“La luna roja se escurría bajo las nubes e iluminaba la playa de piedras”, escribe Carlos Granés (Bogotá, 1975) en la primera línea de Delirio americano. Una historia cultural y política de América Latina (Taurus). Continuará durante algunas páginas narrando con prosa exquisita las peripecias de José Martí durante la lucha armada por la independencia de Cuba. Pero este libro único no es una ficción histórica, sino un ensayo que se propone la titánica tarea de comprender a un continente y su cultura en sentido amplio, con sus particularidades expresivas, las vanguardias, los poetas, los artistas plásticos y también los ríos, muchas veces subterráneos, del poder.

No se trata de la historia aislada de cada uno de los países de América Latina, luego unidas por proximidad dentro de un mismo ejemplar. Doctor en antropología social, Granés se propone una mirada general –no por eso menos minuciosa– de la región como un todo, con un hilo conductor: el delirio y la desmesura de líderes políticos y artistas, sus paralelos y sus intersecciones. La primera página del libro, por ejemplo, ofrece un mapa desplegable, un esquema donde Granés organiza cronológicamente los sucesos políticos y los hechos y corrientes más destacados de América Latina desde 1898, fecha en la que muere José Martí, hasta 2016, cuando fallece Fidel Castro.

Granés, asistente de dirección de la Cátedra Vargas Llosa, publicó La revancha de la imaginación, El puño invisible, por el cual recibió el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco Sy, también en Taurus, y Salvajes de una nueva época. Cultura, capitalismo y política.

n su ensayo, Granés plantea que existe un vínculo estrecho entre el arte y la política en América Latina, con el delirio como hilo conductor. “La vanguardia artística mezcla, por un lado, una imaginación delirante, desbordante, pero también, por otro, un componente de delirio político muy fuerte, de reconstrucción de la sociedad, de la creación de un hombre nuevo –señala Granés–. Alexis de Tocqueville decía que la imaginación excesiva, el delirio en un artista, algo que podía ser una virtud, en un político podía ser muy peligroso. Sin querer estaba haciendo un diagnóstico de América Latina, un lugar donde hemos tenido enormes fantaseadores que cuando se limitan al campo de la poesía, de la plástica, de la ficción, hacen obras absolutas, maravillosas, portentosas. Sin embargo, esa misma mentalidad aplicada en el campo político, ese mismo interés en la búsqueda de perfección, es nefasto, porque no tiene en cuenta la materia prima con la que trabaja, que es el ser humano, contradictorio, diverso, plural, y que no se adapta a modelos prefabricados”.

–¿Hay algún antídoto para este delirio?

–Revisar la historia política y de las ideas latinoamericanas es fundamental para desmitificar la idea de cambio revolucionario. A lo largo del siglo XX no ha habido un solo déspota que no haya prometido una revolución, un cambio estructural de la sociedad. Esa es nuestra tradición más reaccionaria: la promesa de un cambio que, finalmente, lo que hace no es construir sobre lo instituido, sino acabar con lo que hay. Entender eso sería uno de nuestros grandes antídotos.

En el siglo XX, la obsesión latinoamericana por frenar el influjo cultural yanqui vino de la mano de un rechazo de la democracia liberal

–En América Latina, señala, se ha vislumbrado ese espacio utópico y propicio para la revolución que algunos intelectuales estadounidenses y europeos consideran fascinante. ¿Por qué eligen esta región?

–Colón pensó que en América estaba el paraíso. Esta fue la primera utopía que se proyectó. Después vino Vasco de Quiroga y luego las misiones jesuíticas, proyectos utópicos de sociedad pura y perfecta donde los indígenas no se mezclaban, adoctrinados para que fueran los cristianos perfectos. Luego vino la utopía del progreso, impulsada por el positivismo. Y, en el siglo XX llegó la idea de la Revolución socialista. Muchos intelectuales, cuando se empiezan a dar cuenta de que todas las promesas de la Unión Soviética han fracasado, descubren que de pronto en Cuba ha prosperado una revolución. Se empeñan en defenderla con la ilusión de que ese sueño que ha fracasado en Europa sí puede triunfar en América Latina. Se niegan a ver todos los defectos y toda la podredumbre de ese sistema. Gianni Vattimo, un filósofo interesantísimo, se alegra de que esas ideas sigan vivas en América Latina. Claro, él no tiene que pagar las consecuencias del totalitarismo, de la represión, de la censura. Todavía somos mirados con condescendencia, como si no estuviésemos preparados para la democracia liberal. Somos los juguetes del primer mundo, el lugar donde se actúan las revoluciones que ellos no son capaces de dar en su propio territorio.

–¿Existe realmente la “identidad latinoamericana” o se trata de una construcción, de un esfuerzo por aunar en una serie de atributos y elementos a sociedades y pueblos diferentes?

–Esa es una obsesión latinoamericana y nos ha consumido muchísimos esfuerzos tratar de determinar qué somos o qué nos caracteriza. José Enrique Rodó, por ejemplo, decía que los latinos teníamos una propensión a vernos seducidos por el “ideal desinteresado del espíritu”, es decir, que éramos proclives al arte, a la religión, al erotismo, a la política de ideas, y eso nos separaba de los yanquis, que eran pragmáticos, utilitarios, que le interesaban las cosas materiales, el dinero y el whisky. Todo eso es una construcción artificial que no tiene en cuenta una verdad objetiva y es que somos fatalmente plurales. Somos el producto de múltiples migraciones, mezclas, razas y temporalidades. Quizá nuestra clasificación o sello es que somos inclasificables. América Latina es un lugar demasiado variado como para que nos identifiquemos todos con el mismo discurso.

–Periodiza su libro en tres delirios: aquellos de la vanguardia (1898-30), aquellos de la identidad (1930-1960) y aquellos de la soberbia (1960-2022). ¿La soberbia nos distingue como continente?

–Es la soberbia de quien se cree víctima. En los años sesenta ocurrió algo muy interesante en América Latina, sobre todo con la Revolución cubana, y es que el nacionalismo latinoamericano que no tenía reales vínculos con el marxismo o con la izquierda, sino más bien con el arielismo , se ve enfrentado nuevamente al imperio norteamericano. El intento de invasión en Bahía Cochinos lo pone en evidencia. Ese nacionalismo latinoamericano gira y obtiene un rostro distinto: “Ahora lo que vamos a hacer es liberarnos de los yanquis. Nosotros no hemos podido ser lo que somos porque hemos estado oprimidos”. La idea de opresión surge con mucha virulencia y aparecen filosofías de la liberación, teatro del oprimido, pedagogía del oprimido, teología de la liberación. Así se legitima la violencia para acabar con la opresión.

El peronismo es un nacionalismo que sabe jugar dos o tres cartas al mismo tiempo, y de allí su supervivencia, su capacidad de mutar y renacer

–Dice en su ensayo que es en este momento, a partir de la década de 1960, cuando la revolución se empieza también a comer a sus propios hijos.

–Exactamente. Es algo que había pasado con el fascismo, que había legitimado el uso de la violencia política. Estos jóvenes antiyanquis y antiimperialistas se creen con el derecho de matar y de liberar al continente. Este es el peligro de la soberbia. Se sienten tan absolutamente legitimados en su causa moral que creen que si toman las armas para volarles la cabeza a sus vecinos o si vuelan oleoductos en la selva colombiana se le está haciendo un daño a Estados Unidos. Ese es el mayor delirio que ha pasado por la cabeza de los latinoamericanos.

–Explica que en América Latina nunca existió una confianza en la democracia. ¿Por qué?

–En el siglo XX la obsesión latinoamericana por frenar el influjo cultural yanqui vino de la mano de un rechazo a la democracia liberal. Desde ahí ya se nos enemista con la idea de que la ciudadanía puede participar en política, que se puede organizar en partidos y que puede acceder al poder. Los arielistas decían que esto no debía replicarse en América Latina porque lo que nos caracteriza es más bien el elitismo espiritual. Los pueblos latinos deben ser guiados por jerarquías de pensamiento, aristocracias intelectuales. De ahí al caudillismo hay poca distancia. Francisco García Calderón decía que la libertad en América Latina no podía ser un derecho natural, sino una conquista evolutiva; es decir, que no se sabe ejercer ese derecho y por lo tanto hay que pasar por una etapa autocrática para que se homogeneice la raza y se dome el espíritu. Eso es una mentira absoluta. Una dictadura lo único que hace es atraer a otra.

–Me resulta muy interesante cómo compara y contrasta a Martí con Perón.

–Sí, Perón fue un militar que se creyó intelectual; Martí fue lo contrario: un intelectual que se creyó militar.

–¿Por qué el peronismo mantiene vigencia?

–Es una gran pregunta. No lo sé. Es el único proyecto latinoamericano que sigue vivo. El priismo, en México, murió; el castrismo murió; el aprismo murió con el suicidio de Alan García; Acción Democrática está sepultada por el chavismo; el nacionalismo boliviano murió. Todos ellos son momias, reliquias históricas, salvo el peronismo, que tiene una capacidad para mutar y renacer impresionante. Quizá eso explique su supervivencia. Es en el fondo un nacionalismo que sabe jugar dos cartas o tres según le convenga. El peronismo original era un nacionalismo vehemente, de engrandecimiento de la patria, de darle a la Argentina su lugar en el mundo. Luego se convierte en un nacionalismo montonero, liberacionista, que busca el fin de la opresión. El genio político de Perón consistió en darle al nacionalismo de derecha una imagen de la Argentina como gran nación; y al nacionalismo de izquierda, una Argentina en proceso de emancipación. Perón jugó las dos cartas, se dirigió a públicos distintos: al primero, que se quiere sentir poderoso, y al otro, que se quiere sentir víctima. Si juegas las dos cartas al mismo tiempo, enloqueces a la sociedad. Tienes a los mismos jóvenes matándose porque defienden dos versiones del peronismo incompatibles: a los montoneros y a la Triple A.

–Se refiere en el libro a la “latinoamericanización de Europa”. ¿Me podría explicar este concepto?

–Este fenómeno ha ocurrido con claridad en España, por ejemplo, desde 2014, con el desembarco de la estrategia populista para que outsiders accedieran a puestos de poder en tiempo récord. Quienes produjeron este proceso aprendieron en América Latina del gobierno bolivariano, del kirchnerista y del correísta. Me refiero a Íñigo Errejón y Pablo Iglesias, quienes aprendieron cómo utilizar los medios del capitalismo y ponerlos a su servicio. Una vez que logran así infiltrarse en estos medios, se ponen a circular ideas radicales que, sumadas al descontento, han tenido mucho éxito.

–Unidas Podemos en España, aliada del kirchnerismo, en las últimas elecciones ha perdido muchos votos. Algunos consideran que, en caso de no aliarse con Izquierda Unida, podría desaparecer. ¿Se imagina algo así en la Argentina?

–No lo sé. Lo que está ocurriendo en América Latina tiene que ver con la debacle del kirchnerismo y también con una ola de insatisfacción que está azotando a todo el continente y que tiende a castigar al partido oficialista. Era algo predecible que el kirchnerismo sufriera el desgaste del ejercicio del poder en circunstancias económicas muy adversas.

–Menciona a la intelectual Victoria Ocampo o la notable labor de Antonio Berni ante el avance del nacionalismo. ¿Cómo se puede colaborar desde la sociedad civil a ser menos delirante?

–No es fácil, porque nuestro caudillismo, nuestros personajes delirantes, son seductores, hechizan a las masas. El sistema democrático no tiene anticuerpos contra esto. Debería haber conciencia sobre la importancia de la división de poderes. En América Latina no le damos importancia al Poder Judicial, se lo ataca o caricaturiza, cuando es un pilar fundamental de la democracia. Todos los iliberales, los demagogos, atacan a este poder porque, una vez en sus manos, pueden hacer lo que se les dé la gana. Los jueces tienen que estar bien pagados y tener prestigio social.

–Muchos artistas suelen ser rehenes del populismo y del nacionalismo.

–Un artista puede llegar a fantasear con utopías y esto no es necesariamente nocivo si este aspecto se concentra en su obra y le sirve de estímulo. Pero muchos artistas tienen la tentación de aparcar su lado creativo e influir en la vida pública; sueñan con convertirse en el consejero áulico del poder. Leopoldo Lugones, sin ir más lejos, que creyó que José Félix Uriburu lo iba a tener de asesor, porque fue él quien redactó la proclama con la cual se legitimó al golpe de Estado. Los artistas creen que con su obra pueden cambiar el mundo y que la cultura es un ariete que va a alterar conciencias. De pronto se frustran al ver que no es tan efectivo como han pensado y saltan a la política con vehemencia. Allí tienden a deslumbrarse con los caudillos revolucionarios.

–El populismo ataca a aquel que piensa diferente, busca imponer una única lectura de los hechos. ¿Estamos en la era de la cancelación porque estamos dentro de una era de populismos, o viceversa?

–Hay algo que las une y es un moralismo exacerbado. El populismo divide entre amigos y enemigos y en estos últimos aparece el egoísta, el antipatria, quien tiene alguna tara moral y, por lo tanto, merece ser excluido. La cancelación tiene también algo de eso: ve los vicios en determinados personajes y obras de arte que atentan contra mi identidad. La cancelación es un moralismo punitivo exacerbado y la moral se está convirtiendo en el pretexto para justificar todo aquello que soy yo, una imagen idealizada de mí mismo. En eso se parece al populismo, porque en él nadie disiente, todos piensan como el líder. El populismo no es más que un deseo de unanimidad.

–En Salvajes de una nueva época escribe: “La pelea entre la cultura y el capitalismo se acabó. Ni siquiera los escritores más escorados a la izquierda pretenden terminar con las industrias culturales”. ¿Por qué?

–Después de 1968 ocurrió algo muy sintomático y es que McGraw Hill le encargó a Daniel Cohn-Bendit que escribiera su versión de Mayo del 68. Por primera vez el capitalismo lograba empaquetar una revolución y convertirla en un objeto de consumo. Esa pequeña claudicación de la revolución al capitalismo fue la puerta de entrada de una mercantilización de la revolución que consiste en encontrar todo producto subversivo muy atractivo para la compra. La vanguardia revolucionaria ganó donde podía ganar: en los gustos, en los valores. Todos nos convertimos en consumidores de rebeldía y empezamos a comprar pequeñas revoluciones empaquetadas en discos, camisetas o libros. Hoy para autodenominarse artista tienes que haber puesto un pie en una industria cultural: haber sido publicado en una editorial, haber sido invitado a una feria. Aquel mundo subversivo y underground hoy no existe.

UN ANTROPÓLOGO DE MIRADA INTEGRAL

PERFIL: Carlos Granés

■ Carlos Granés nació en Bogotá en 1975. Se doctoró en Antropología Social por la Universidad Complutense de Madrid. Estuvo becado en la Universidad de Berkeley, California, donde hizo su tesis sobre antropología del arte, a la que se le otorgó la máxima calificación (cum laude).

■ En 2008 publicó La revancha de la imaginación. Antropología de los procesos de creación: Mario Vargas Llosa y José Alejandro Restrepo; y en 2011, El puño invisible, Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco, entre otros libros.

■ Ha dado conferencias sobre literatura y arte en universidades e instituciones culturales de Colombia, España y Argelia. Es asistente de dirección de la Cátedra Vargas Llosa, proyecto que pretende promover la literatura, las ideas y la cultura en América Latina y España.

■ Acaba de publicar Delirio americano. Una historia cultural y política de América Latina (Taurus).

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/carlos-granes-nuestros-caudillos-delirantes-son-seductores-y-hechizan-a-las-masas-nid10062023/

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