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Andrés Malamud: “El kirchnerismo no me asusta, lo que me asusta es la anarquía”

La conversación con Andrés Malamud es eso que sucede entre una entrevista y otra; o entre una presentación y un vuelo de avión. Vive en Portugal desde 2002, pero viaja a la Argentina varias vec...

La conversación con Andrés Malamud es eso que sucede entre una entrevista y otra; o entre una presentación y un vuelo de avión. Vive en Portugal desde 2002, pero viaja a la Argentina varias veces al año. Puede hacerlo por motivos académicos, político partidarios –participa activamente en la Unión Cívica Radical (UCR)– o familiares: el viaje que hace cada diciembre con su mujer y sus hijos a su pago chico, Olavarría, es sagrado.

“El kirchnerismo empieza recuperando la autoridad presidencial y el valor de la moneda y termina destruyendo la autoridad presidencial y el valor de la moneda. El kirchnerismo se comió a sí mismo: termina como empezó”

Esta vez, el politólogo llegó a la Argentina para presentar su Diccionario arbitrario de política (Clave intelectual): colmó la sala asignada en la Feria del Libro, lo presentó en Rosario y Córdoba, volvió a Buenos Aires, intercaló asados y copas con amigos, contestó preguntas por radio y televisión, gambeteó a quienes le solicitaron predicciones como si fuera un oráculo y leerá esta entrevista ya reinstalado en la bellísima Lisboa.

Politólogo egresado de la Universidad de Buenos Aires y doctor en Ciencia Política por el Instituto Universitario Europeo, Malamud es investigador en la Universidad de Lisboa, autor de varios libros, un eficaz divulgador y un apasionado de la política. Se vale de cualquier formato –puede ser una entrevista, una conferencia o un posteo en Twitter– para desplegar sus análisis y obsesiones; y hacerlo con humor. “Si querés entender lo que está pasando tenés que tolerar la explicación. Y si la explicación es aburrida no sirve. La primera regla de la escritura es no aburrir”, dice el politólogo.

Así procuró hacerlo con su último libro, un diccionario que está lejos de ser solemne y formal. Tampoco es académico, sistemático y exhaustivo como suelen ser estos textos. Todo lo contrario: es discrecional en la selección de vocablos, y juguetón y provocativo en sus conceptos. El resultado de esa alquimia que combina teoría política, datos duros, ironía y desparpajo puede provocar carcajadas o enojos. O un cross a la mandíbula. Por caso, si el lector llega a la letra “L”, se encontrará con la definición de liberalismo como la “filosofía política que defiende el derecho de cada individuo a elegir su plan de vida”. Pero si avanza un poco más, se encontrará con la definición que da Malamud del “liberalismo argentino”: “filosofía política que defiende la flotación del tipo de cambio y de individuos en el Río de la Plata”.

Ir a la letra “K” será encontrarse con el vocablo “kirchnerismo” y su explicación: “modelo de desacumulación generalizada con pobreza inclusiva e igualdad sin oportunidades”. Pero si alguien piensa que el radicalismo, su propio partido, sale indemne, se equivoca. Malamud le dedica varias acepciones a un partido que, dice, se caracteriza por el autoboicot. Vamos con apenas una línea: “organización que olfatea el poder y corre para el otro lado”.

La única regla que sigue el Diccionario arbitrario de política es el orden alfabético. Y quiso el azar que en este aniversario de los 40 años de recuperación de la democracia la primera entrada del diccionario sea la que corresponde a “Alfonsín, Raúl”. Malamud le dedica unas líneas al líder radical, pero el verdadero homenaje parece no estar del todo ahí, en esa primera entrada, sino en la letra “D”, cuando el libro ofrece el concepto derechos humanos y el nombre del expresidente radical está ausente. “Política pública liderada por Néstor Kirchner quien, después de encabezar la transición democrática, fundó la Conadep, redactó el Nunca Más, le hizo el juicio a las Juntas, creó el Banco Nacional de Datos Genéticos y liberó a Nelson Mandela”.

En esta conversación, Malamud recorrerá varios temas: la irrupción volcánica de Javier Milei en el tablero político, las internas de Juntos por el Cambio y la crisis del kirchnerismo. “El kirchnerismo empieza recuperando la autoridad presidencial y el valor de la moneda y termina destruyendo la autoridad presidencial y el valor de la moneda. El kirchnerismo se comió a sí mismo: termina como empezó”.

Por azar, el diccionario queda abierto en la letra “M”, en el concepto denominado por Malamud como la “maldición de la doble h”. Se trata del “karma de los presidentes argentinos que consiste en luchar contra las dos H: hiperinflación y helicóptero”.

–La primera entrada del diccionario es Alfonsín, una de las personas que marcó tu vida, tu interés por la política y tu pertenencia al radicalismo.

–Fue una feliz coincidencia empezar con Alfonsín. No lo busqué, lo acepté con alegría. Pensaba todo el tiempo: “si aparece una palabra que quiero decir y es anterior alfabéticamente, ¿qué hago?” Bueno, esa palabra no apareció. Aunque la Argentina tiene dos siglos de vida, yo me enfoco en los últimos 40 años y Alfonsín es el padre y el iniciador de esa época.

–Una de las cosas que decís de Alfonsín provoca un nudo en la garganta: “Todavía hoy, quizás para siempre, Alfonsín representa a la Argentina que no consigue volver a ser, que quizás nunca más lo sea”.

– Es la Argentina de Mafalda. La Argentina en la que con un trabajo mediocre uno puede tener una vida digna y progresar. Esa era la Argentina de Alfonsín, la que él quería mejorar. Y esa fue que creemos haber perdido a partir del Rodrigazo y con las crisis sucesivas de la economía que la democracia no consigue resolver.

–En el libro también sos crítico con tu propio partido.

–Los radicales autocríticos decimos que este partido duró 130 años porque no lo agarramos antes. Es el partido del autoboicot. Es un partido que, por supuesto, tiene errores históricos, pero tiene la democracia, brillantes economistas, grandes gobernantes locales, 400 intendentes, hoy tres gobernaciones. Lo que no consigue es tener una sola voz porque para el radicalismo lo primero es la interna.

“Un final de época es un punto de inflexión: girás y vas en otra dirección. Nosotros vamos siempre en la misma: para abajo”

–En las descripciones de Cristina Kirchner y Mauricio Macri sos breve e imparcial. ¿Por qué?

–Fue completamente intencional ser descriptivo e imparcial en las definiciones personales y pegarles en las otras entradas. Por ejemplo, defino el kirchnerismo tardío, también llamado cristinismo, como “la coalición electoral entre La Matanza y el Conicet”. Y sobre Macri, cuando hablo de populismo digo que el kirchnerismo fue menos populista de lo que se piensa y el macrismo más. Hubo más planeros M que planeros K. A su vez, el kirchnerismo, tan populista como es, no entregó la banda, pero se fue. Lo que define la república es la alternancia. Los que hacen hincapié en que no participó de la ceremonia se están quedando en el decorado, no en la sustancia, que es irse cuando perdés, algo que no hacen Maduro ni Ortega.

–De Alberto Fernández decís que es el “creador de un original modelo de toma de indecisiones”.

–Yo no lo conozco personalmente. Me cuenta la gente que lo conoce que él es así. Parece que es un especialista en procrastinar, un profesional.

–¿Estamos viviendo un final de época?

–Un final de época es un punto de inflexión: girás y vas en otra dirección. Nosotros vamos siempre en la misma: para abajo. La Argentina sigue su camino de decadencia con civilidad. Cada vez más pobres, cada vez más desigualdad, cada vez más informalidad. Pero no más violencia. Esto es una cosa sorprendente: en los últimos años, con todos los gobiernos, baja la tasa de homicidios. Mientras en Colombia, México, Brasil cuadruplica o sextuplica a la Argentina. Uruguay duplica la tasa de homicidios de la Argentina. En todos esos países que te mencioné antes, menos Uruguay, hay violencia política, activistas y periodistas muertos. Nosotros seguimos cayendo, pero sin matarnos.

–¿Y el atentado contra Cristina Kirchner?

–Eso es algo que amigos kirchneristas me criticaron porque lo menciono como un “patético y fracasado intento”. Y me dicen: Sobre eso no se hacen bromas. Yo les digo: soy judío, hago bromas sobre el Holocausto, mirá si no voy a hacer bromas sobre los copitos. Ellos dicen: No, esto es una ruptura del contrato social, del contrato democrático. No, estos son unos locos, no una ruptura del contrato. Lo veo como un producto de marginales. En Estados Unidos mataron a cuatro presidentes en ejercicio y siguió la democracia porque consiguieron marginar y esterilizar a los tipos que habían cometido esos actos de violencia.

–Eduardo Fidanza sostiene que estamos en una etapa crepuscular del kirchnerismo. ¿Coincidís?

–Sí. Creo que el kirchnerismo es como el menemismo. El menemismo parecía que iba a durar para siempre, pero no hay más: fue una etapa del peronismo, en los 90. El kirchnerismo es más exitoso, duró el doble y, paradójicamente, va a terminar de una manera parecida, con un arco narrativo de regreso al punto de partida. El menemismo no volvió al punto de partida: deterioró las instituciones, pero mejoró la infraestructura económica que le permitió a Kirchner rebotar. El kirchnerismo empieza recuperando la autoridad presidencial y el valor de la moneda y termina destruyendo la autoridad presidencial y el valor de la moneda. Se comió a sí mismo: termina como empezó.

–El 25 de mayo habrá acto y movilización por los 20 años de la asunción de Kirchner. ¿Algo para rescatar?

–Sí, rescato la civilidad. Los argentinos no tienen conciencia de que no nos estamos matando. El kirchnerismo es un movimiento físicamente cobarde. Lo digo como elogio porque es lo que tiene que ser un partido democrático: tiene que bancarse todo cuando va a elecciones, pero no tiene que poner el cuerpo para la violencia. El kirchnerismo, cuando hay violencia, se corre. Y está bien que haga así. El kirchnerismo no me asusta, lo que me asusta es la anarquía, que es lo que está pasando en Perú. El kirchnerismo organiza a un sector importante de la sociedad; es funcional a la democracia.

–¿Cómo hay que leer el hecho de que los últimos tres presidentes de la Argentina desistan de ser candidatos presidenciales?

–Hay dos maneras de leerlo. La primera es que tienen miedo de perder, que es la lectura que hace la mayoría. La segunda es que tienen miedo de ganar y piensan que no pueden gobernar este país. Yo creo que hay un poco de las dos cosas.

–¿Con qué se encontraría quien tenga “la mala suerte de ganar”, como dice Juan Carlos de Pablo?

–Inevitablemente, habrá una devaluación porque la Argentina tiene 16 tipos de cambio y los demás países del mundo tienen uno. La cuestión es cuándo y el cuándo te define el quién. Lo ideal sería que este gobierno devalúe hacia el final de su mandato con una política acordada con el gobierno que viene. Si devalúa ya, no tiene nafta para llegar a diciembre. Si no devalúa hasta diciembre, el próximo tiene una bomba en la mano. Lo ideal es una transición acordada para distribuir los costos. Esto es muy lindo de decir y muy improbable porque en este momento no solamente hay grieta, sino que los partidos están rotos por dentro: entre el kirchnerismo y el peronismo tradicional pero también dentro del PRO y dentro del radicalismo.

–¿Qué lectura hacés de la pulseada en la Ciudad?

–Si el PRO mantiene el gobierno en la Capital Federal va a seguir siendo un partido nacional. Si el PRO pierde, desaparece como partido nacional. El PRO sin la Capital Federal pierde su columna vertebral, su cerebro. El que sabe esto es Macri, por eso no la quiere perder.

“Esto es una cosa sorprendente: en los últimos años, con todos los gobiernos, baja la tasa de homicidios. Mientras en Colombia, México, Brasil cuadruplica o sextuplica a la Argentina. Uruguay duplica la tasa de homicidios de la Argentina. En todos esos países que te mencioné antes, menos Uruguay, hay violencia política, activistas y periodistas muertos. Nosotros seguimos cayendo, pero sin matarnos”

–¿Milei viene a dinamitar el Banco Central o viene a dinamitar también la democracia?

–La democracia tiene dos funciones: la representativa va de abajo hacia arriba, de la sociedad hacia el Estado, y la gobernativa de arriba hacia abajo, del Estado hacia la sociedad. Creo que Milei es funcional a la democracia en su función representativa: la gente tiene bronca, quiere gritarla y él le ofrece la boleta para que la grite. Como gobernante sería otra cosa porque las instituciones argentinas le hacen la vida imposible a los outsiders. Si Milei saca el 100% de los votos va a tener un sexto del Senado y la mitad de la Cámara de Diputados. Y por supuesto que no va a sacar el 100%. Así que las chances son que no llega al tercio en ninguna de las cámaras. No hay condiciones de gobernabilidad democrática ahí. La tiene si hace coalición y pacta con “la casta”.

–Vos decís que en la Argentina hay inestabilidad económica, pero estabilidad política.

–Sí. Hay un politólogo peruano, Alberto Vergara Paniagua, que muestra que entre principios de siglo y hoy, la mayor parte de los países de América Latina se fragmentó. La Argentina fue al revés: esto pasa por el 2001, una vacuna que nos inoculó contra la inestabilidad. Ahora,la mitad de los votantes no sabe lo que fue el 2001. El miedo es que haya llegado el momento del refuerzo para que la vacuna funcione otra vez.

–El Gobierno sí lo sabe.

–Mirá si será así que un gobierno que tiene más de 100% de inflación tiene como candidato presidencial viable a su ministro de Economía. Es por la necesidad que tienen de mantenerse unidos para que no les pase lo que le pasó a De la Rúa.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/la-nacion-revista/andres-malamud-el-kirchnerismo-no-me-asusta-lo-que-me-asusta-es-la-anarquia-nid21052023/

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