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A 10 años del femicidio de Ángeles Rawson: “El legado que me dejó mi hija me ayuda a resignificar el dolor”

Fue un día como hoy, exactamente 10 años atrás. El 10 de julio de 2013 cayó lunes y, como cada comienzo de semana, Ángeles Rawson, de 16 años, tenía la agenda completa: gimnasia de 8 a 9.30,...

Fue un día como hoy, exactamente 10 años atrás. El 10 de julio de 2013 cayó lunes y, como cada comienzo de semana, Ángeles Rawson, de 16 años, tenía la agenda completa: gimnasia de 8 a 9.30, escuela (cursaba cuarto año del secundario) de 12.30 a 19 e inglés de 19.30 a 21. En esas horas que le quedaban libres antes de entrar al colegio, a veces se iba almorzar a lo de su abuela o se juntaba a estudiar con amigos, así que no era raro que su mamá, Jimena Aduriz, no la viera hasta la noche.

Esa mañana, Jimena se levantó temprano y vio que no quedaba café. Antes de irse a trabajar, escribió una nota que dejó sobre “la mesa de los asuntos”: estaba en el living, junto a la puerta, y era el lugar elegido por la familia para transmitir mensajes en una época en que WhatsApp era un privilegio de pocos. Cuando llegó a la oficina, llamó al departamento y la atendió Ángeles, que acababa de levantarse: “Gorda, hay que comprar café”, le recordó. Listo. Beso. Chau. Un intercambio breve, logístico, cotidiano. Fue la última vez que hablaron.

Lo que sucedió las horas siguientes sería reconstruido por los medios de comunicación decenas (posiblemente cientos) de veces. Una cámara de seguridad capturó a Ángeles volviendo de gimnasia a eso de las 9.50, pero no llegó a entrar a su departamento, en la planta baja de Ravignani 2360, en pleno Palermo. Antes, se encontró con Jorge Mangeri, el encargado, quien la había visto crecer desde los 5 años. Era el hombre de confianza al que las familias del edificio le dejaban sus llaves cuando se iban de vacaciones. El tipo querido por todo el consorcio que un día como hoy mató a Ángeles mientras intentaba violarla. Su femicidio se convertiría en uno de los más mediáticos de los últimos años.

“Hay cosas que ayudan a resignificar, a darle un sentido a la tragedia, al horror. Siempre digo que mi hija es mi maestra y que me dejó un legado, una enseñanza que ayudó a visibilizar, a que se promulgue una ley de víctimas para ponerle freno al maltrato que sufrimos por parte de la Justicia, a que haya un NiUnaMenos”, asegura Jimena en diálogo con LA NACION.

A partir de esa tragedia, esta madre se convertiría en una de las impulsoras de la llamada “ley de víctimas” (la N° 27372), que busca garantizar los derechos de quienes atraviesan procesos judiciales similares al que ella vivió. Además, hoy pasa gran parte de sus días dando charlas (una de ellas se llama “Mi hija, mi maestra”) y acompañando a otras familias que perdieron a sus seres queridos en hechos violentos: la mayoría son niñas, adolescentes y mujeres víctimas de femicidios.

Para Jimena, los 10 años del asesinato de su hija no es un número más: “La vigencia del dolor para nosotros es la misma, pero el número redondo hace que sea más doloroso todavía. El paso del tiempo, si bien te da herramientas para convivir con esta agonía, porque eso es lo que es, acrecienta el dolor, esa sensación de que lo que pasó es irreparable”, sostiene. Y subraya: “No quiero que a mi hija la recuerden por su final. No quiero que la recuerden como la nena a la que mató Mangeri”.

“Una de las cosas que más extraño son sus notitas”

Jimena recibe a LA NACION en el departamento de Barrio Norte donde vive desde hace unos años. En la biblioteca del living hay varios retratos familiares y la belleza descontracturada de Ángeles está por todos lados. Siempre sonriente, con los ojos castaños y el pelo lacio y larguísimo.

“Una de las cosas que más extraño de ella son estas notitas: ‘Mami, te saqué un jean. Te quiero mucho’”, lee Jimena. Está sentada en el sillón y tiene el papel manuscrito entre las manos. Se lo dejó Ángeles el 13 de mayo de 2013, un mes antes de su femicidio. “Nosotras nos comprábamos la ropa juntas. Siempre fui media rollinga, fanática de Sumo, y a ella le encantaba cómo me vestía”. Solían ir a un local que quedaba en Av. Cabildo y Dorrego: Ropas y Ropitas. Vendían de todo a precios del Once y ellas hacían desastres.

Entre los muchos objetos que la madre conserva, están los que Ángeles tenía guardados en “su privado”, el joyerito donde atesoraba lo más preciado: un pin de animé; una entrada a un evento de cosplay (esos encuentros, que por aquel entonces eran algo incipiente, donde los participantes se disfrazan para representar distintos personajes de cómics o películas) en el que había hecho de Sanji, el protagonista de la serie japonesa de manga One Piece; y un sobre con 60 pesos que tenía ahorrados para su próximo disfraz.

“El cosplay era la forma de expresar su parte histriónica, porque ella era muy tímida, le costaba mucho hablar de sus sentimientos. Yo la ayudaba en ese ejercicio de hablar. Le decía: ‘Tratá de contarme lo que te pasa, porque sino me ponés mala cara y eso no me lo banco. A parte te va a hacer bien a vos, mi amor’. Nos sentábamos y de repente se largaba a llorar y me contaba todo”, cuenta Jimena.

Cantar y escribir eran otras formas en que Ángeles volcaba su mundo íntimo. “Usaba su Facebook como una especie de blog para su compromiso social o su activismo, contando lo que pensaba de la realidad, cosa que me sorprendía mucho, porque yo no era así, eso me lo enseñó ella. Cuando fue el asesinato de Candela ella estaba desquiciada”, cuenta Jimena.

En ese entonces Ángeles tenía 14 años e hizo un posteo largo que decía: “Señores políticos: no queremos netbooks, queremos salir a jugar tranquilos”. Terminaba con una frase contundente: “No queremos más Candelas”.

“La muerte no tiene solución”

El 10 de junio de 2013, cuando Jimena volvió a Ravignani 2360 a eso de las 17, se encontró con Mangeri en la puerta del edificio. Era un día particularmente caluroso para ser otoño y le llamó la atención que él estuviera con un buzo de polar. Le vio muy mala cara. “Jorge, estás enfermo, tomate el día”, lo retó. Habían pasado apenas unas horas desde que el encargado había asesinado a Ángeles.

A las 21.15 Jimena se estaba por ir a dormir (suele acostarse y levantarse temprano), cuando le llamó la atención no escuchar la puerta. Ángeles no había vuelto de inglés. La llamó por teléfono. Alguien atendió y cortó. Volvió a probar. Nada. Después vendrían los otros llamados (a sus amigas, al instituto de inglés, al resto de la familia) y la desesperación en aumento. La última vez que la habían visto había sido en gimnasia: hacía 12 horas que nadie sabía de ella.

Su papá, Franklin, fue a hacer la denuncia a la comisaría. El marido de Jimena, Pato, y los hermanos de Ángeles, a recorrer hospitales. A la mañana siguiente, la foto de la adolescente vestida con el uniforme de gimnasia, el mismo con que había salido esa mañana de su casa, empezó a circular por todos lados.

Su cuerpo fue encontrado horas después en el predio de la Ceamse, en José León Suárez. Mangeri lo había metido en una bolsa de consorcio y arrojado a la basura. A Jimena le cuesta encontrar las palabras para describir lo que sintió cuando lo supo. En una entrevista reciente para el podcast La Cruda, de Migue Granados, lo explicó así: “Fue un rayo. Es un antes y un después. Como si te explotara una granada en la cara. En ese momento pensás: ‘Ya está’. La muerte no tiene solución”.

La mejor compañera

Ángeles tenía 11 años cuando la eligieron mejor compañera. Una foto la muestra ese día abrazada a una maestra. “Tenía un compromiso muy grande con ella misma de mejorar. La profesora de gimnasia, que dio testimonio en el juicio, contaba cómo cuando no le salía un movimiento de vóley lo practicaba sin parar hasta lograrlo. Buscaba llegar a la excelencia”, dice Jimena.

Para ella, es indispensable que las características de su hija que tanto admiraba, como “su perseverancia e integridad”, sean recordadas: “Ella tenía una capacidad matemática asombrosa, sacaba 10 en todo y en silencio ayudaba a sus compañeros. Era muy solidaria”.

Muchas veces, la sorprendía con cartitas que le dejaba dentro de la cartera o abajo de la almohada: “Mami te quiero mucho. Firma Mumi”, dice una. A Ángeles le decían Mumi, por los caramelos Mu-Mu, esos cuadraditos de dulce de leche que eran la perdición de Jimena: “Es que era demasiado linda: morfable”. También guarda la tarjeta que la niña le hizo para un cumpleaños, cuando todavía estaba en la primaria. Jimena la encontró después de tres mudanzas y el mensaje suena una premonición: “Feliz cumple Mamita. Que tu amor sirva a las generaciones futuras”.

“Tenés que poner esas ilusiones en algún lado”

A Mangeri el plan para encubrir el crimen le salió mal. Había dejado la bolsa con el cuerpo de Ángeles en un lugar específico por el que pasaban los camiones que llevaban la basura directamente para ser procesada como relleno orgánico. De los cuatro que salieron esa noche, el único que descargó en la Ceamse para que los residuos fueran reclasificados de forma manual, fue el que llevaba el cuerpo sin vida. Jimena dice que fue un “milagro”, porque eso le permitió saber qué pasó con su hija y no vivir en la desesperación de la incertidumbre.

Con respecto a la cobertura de los medios, la revictimización que toda la familia sufrió a través del periodismo, las decenas de hipótesis falsas que se barajaron y que apuntaban directamente al círculo más cercano de la adolescente, los comentarios violentos en los portales de noticias y “el daño irreparable” que eso les provocó, son un capítulo aparte. Jimena llegó a sentir pánico de salir a la calle, se cortó el pelo y tiñó de morocha para no ser reconocida. Pasó meses recluida en un departamento de San Isidro. “Muchas veces la gente se escuda en la frase: ‘por que dicen que...’ Y eso no es inocente: el rumor te condena”, resume.

De la primera autopsia que se hizo del cuerpo de Ángeles se extrajo una muestra de ADN de su índice derecho. Era de Mangeri. Para su mamá, el simbolismo es enorme: estaba señalando al verdadero y único culpable. Su condena no solo pondría bajo la lupa a la figura del portero, emblemática en la ciudad de Buenos Aires, que según Jimena “no volvería a ser la misma”, sino que el femicidio de Ángeles le dio un rostro a lo que las estadísticas vienen mostrando de forma constante: a las niñas y a las mujeres las matan, en la inmensa mayoría de los casos, personas cercanas, conocidas, cotidianas.

Los sábados eran un día especial para Jimena y Ángeles. Solían ir a desayunar juntas a El Gallego, un bar en una esquina que tenía un café con leche y unas medialunas que eran la gloria. A veces conversaban sobre el machismo y el patriarcado sin hablar de machismo y patriarcado: “Hablábamos de cómo los varones tienen mucho más fáciles las cosas: eso ella lo sentía”. Los privilegios, esa brecha aún enorme en el acceso a derechos, la enojaba.

“Cuando vos perdés un hijo, hay un proyecto que se trunca. Y todo ese amor, esas ilusiones, esas expectativas, las tenés que poner en algún lado. Cuando pasó la ola, lo que a mí me surgió fue eso”, cuenta Jimena. En 2014 empezó a estudiar counseling y ese mismo año se contactó con las Madres del Dolor. Hablando con ellas empezó a ponerle nombre a sus emociones: desde el miedo de olvidar la voz de su hija hasta el temor de que los demás se empezaran a olvidar de ella: “Eso que sentí, el ser comprendida, es lo que trato de transmitir hoy a través de mi Facebook y mis charlas. Hablar de cómo es perder un hijo ayuda a que los otros, a quienes no lo vivieron, también te entiendan. Esa es parte de mi misión”, asegura Jimena.

“Te voy a proteger, mi amor”

El juicio a Mangeri comenzó el 18 de febrero de 2015 y duró hasta el 15 de julio de ese año. Fueron 32 audiencias más los alegatos y Jimena no faltó ni llegó tarde a ninguna. Se estudió toda la causa, las 5.000 fojas “de pi a pa”. El día que empezó el debate oral, pensó: “En el juicio te voy a proteger, mi amor, de lo que no te pude proteger de Mangeri”.

“Me lo tomé así y eso le transmito hoy a las otras mamás que acompaño en estos procesos, y que están muy nerviosas cuando está por empezar un debate. Les digo: ‘Vas a ver que te va a salir una fuerza que no vas a poder creer’. En mi caso, sentí que estando ahí, la defendí, porque no se exhibieron cosas de más. Ahí vi la necesidad de trabajar en la sensibilización de la Justicia y de la policía en el acompañamiento de las víctimas”.

En 2016, Matías Bagnato (sobreviviente de la llamada “masacre de Flores”) convocó a Jimena y a otras víctimas de delitos violentos, como Carolina Píparo, María Luján Rey, Nilda Gómez y Viviam Perrone, entre otras, con el objetivo de hacer una marcha que se llamó “Para que no te pase”. Fue el 11 de octubre de 2016. “Éramos 12 personas organizando y no te puedo explicar lo que trabajamos: logramos una convocatoria enorme y la idea era llegar al ciudadano común. Después empezamos a trabajar sobre un proyecto que las Madres del Dolor venían impulsando para sacar la ley de víctimas”, cuenta Jimena. Finalmente, la norma se sancionó en 2017.

Entre otras cuestiones, se empezó a considerar como “víctima” a todo el núcleo de quien falleció: padres, hermanos, cónyuges, entre otros, que “son los que tienen que aprender a vivir sin esa persona y quedan involucrados en todo el proceso judicial”.

Hoy Jimena integral el Observatorio de Víctimas de Delitos, que depende de la Cámara de Diputados de la Nación y que vela porque se cumpla la ley: desde el derecho de las familias a acceder al expediente sin necesidad de un letrado, hasta el de aportar pruebas o el ser informados de cada decisión que se toma con respecto al imputado. “Es nada más y nada menos que el derecho a ser tratado digna y respetuosamente. Algo que ni debería estar plasmado en una ley, pero hubo que hacerlo. Fue poner a la víctima en otro lugar, algo impensado y maravilloso”. Además, por iniciativa de Viviam Perrone, participó de la elaboración de una “Guía para víctimas”, una suerte de ruta crítica de cómo actuar en momentos en que el dolor enceguece.

A una década del femicidio de su hija, Jimena subraya: “10 años es mucho tiempo, es una generación y es muy movilizante para toda la familia, particularmente para sus hermanos. También te das cuenta de que es imposible sacar esa variable tan terrible, el asesinato de Mumi, de la ecuación de todas las decisiones que tomamos en estos años. Salimos fortalecidos con los vínculos, porque nos unimos muchísimo como familia y ella está presente siempre. Cada 15 días nos encontramos a tomar el desayuno y cuando hablamos sale todo el tiempo: ‘La Mumi te diría tal cosa’, ‘pero La Mumi tal otra’”.

Hoy las cifras de esta problemática social no bajaron: en la Argentina una mujer es víctima de femicidio casi a diario. Ángeles no es “la nena a la que mató Mangeri”. Si sos mujer y estás leyendo esta nota, Ángeles podrías ser vos. Si sos varón, podría ser tu hija, tu hermana, tu sobrina. Ángeles podemos ser todas. Pero, ante todo, Ángeles era Ángeles. Y eso es lo que su mamá pide que no se olvide. Era la fanática del cosplay. La mejor compañera. La adolescente tímida de carácter fuerte que cuando se enojaba sacaba de eje la puerta de su cuarto. La que se mataba de risa con sus cuatro hermanos. La que soñaba con un mundo sin violencias. La chica que un sábado como hoy estaría desayunando en el bar de la esquina un café con leche y medialunas con su mamá. La Mumi.

Más informaciónSi estás en una situación de violencia de género y necesitás contención, o conocés a alguien que lo esté, podés comunicarte con la línea 144.En la guía sobre violencia de género de Fundación La Nación, podés encontrar más información sobre los teléfonos donde pedir ayuda y las señales de la alerta.Observatorio de víctimas de delitos: para recibir orientación, escribir a su mail.Madres del dolor: para ver la guía para víctimas hacer click aquí.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/comunidad/a-10-anos-del-femicidio-de-angeles-rawson-el-legado-que-me-dejo-mi-hija-me-ayuda-a-resignificar-el-nid10062023/

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