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“Guarden la foto, va a ser santo”. El fraile capuchino de 96 años, confesor de Bergoglio, a quien el Vaticano nombró cardenal

El flamante cardenal Luis Dri (96) abre el cajón de su escritorio, levanta un sobre blanco con la letra del Papa Francisco y extrae de su interior un solideo de seda púrpura (el casquete que util...

El flamante cardenal Luis Dri (96) abre el cajón de su escritorio, levanta un sobre blanco con la letra del Papa Francisco y extrae de su interior un solideo de seda púrpura (el casquete que utilizan los cardenales sobre la cabeza). “Me lo mandó enseguida, un poco, no digo por broma, pero sí, también -dice entre risas-. ¿Quieren que me lo ponga para las fotos?”.

El anillo cardenalicio dorado que lleva puesto desde hace dos semanas contrasta con su sencillo hábito marrón de fraile capuchino y su crucifijo de madera. Contrasta, también, con todo el lugar: una oficina pequeña con las paredes levemente corroídas ubicada en el lateral del Santuario Nuestra Señora del Rosario de Pompeya. La habitación donde atiende el recientemente nombrado Cardenal -el más alto título honorífico que puede conceder el Sumo Pontífice- tiene tan solo una mesa de madera, dos sillas y un cartel de cartulina colgado en la puerta donde se lee: “Confesiones”.

-¿Cómo fue el momento en que se enteró del nombramiento?

-¿Nunca te han tirado un balde de agua fría encima? -se ríe-. Así fue, como un balde de agua fría, porque yo no sabía absolutamente nada. Era el domingo 9 de julio, fiesta patria. Me levanté temprano y estaba mirando Vatican News y entonces recibo por otro lado una noticia en español que dice: “Che, te hicieron cardenal”. Yo me reí, pensé que era una broma. Seguí mirando la televisión y escuché en italiano que, después de todos los 21 nuevos Cardenales, dicen mi nombre. Y ahí fue cuando me desarmé, me desarmé, me puse a llorar. Sentía vergüenza, desconcierto. No sabía qué hacer. Vino mi superior y, viéndome tan desarmado, me dijo: “Bueno, tomá un poco de agua y vamos a trabajar, vamos a seguir confesando”. Así que me sacó de mi habitación, donde estaba mirando, y me llevó al templo a atender. Pero ya cuando bajé la noticia se había desparramado, así que fue tremendo, tremendo.

-¿Nunca se lo había imaginado?

-Pero, ¡qué va a ser, mi ángel! No, por favor. Nunca lo hubiera esperado, para nada. Eso es para personas de alta categoría. Generalmente se elige a personas que son estudiadas, que son doctores en Teología. Yo no tengo nada -se ríe-. Los estudios para sacerdote sí los tengo todos, y puedo decir que los hice con mucha alegría. Después estuve en la formación de los jóvenes que ingresan al Seminario, entonces me llevaron a Italia, España, Suiza, para ver cómo realizaban la formación allá para replicarla acá, y en los viajes aprendí mucho. Después la vida me fue enseñando todo lo que sé. Pero nunca hubiera pensado que me iba a elegir, si yo soy un tipo de campo.

Sobre su escritorio hay un termo de plástico y un mate, fieles compañeros de las confesiones matutinas. También un bol de caramelos. “Son para la gente -explica- A veces vienen muy amargadas, entonces yo siempre les ofrezco un caramelo”. Dri es sacerdote hace 71 años, un número difícil de igualar, y desde que se jubiló, hace ya dos décadas, se dedica principalmente a la confesión. A pesar de su edad y de moverse únicamente en silla de ruedas, se mantiene activo y enérgico: confiesa todos los días, mañana y tarde, en su oficina y concelebra a diario la misa a las 8 y la de las 18.

Huérfano de padre desde los cuatro, Dri se crio a las afueras de Federación, Entre Ríos, en el seno de una familia humilde y numerosa. Él y sus hermanos fueron criados por su madre, una mujer trabajadora y sumamente religiosa, y comenzaron a trabajar desde niños. “A los siete años yo ya andaba cuidando a las vacas y a los chanchos. Como era muy chico y no podía subir a caballo, apoyaba el caballo en el alambrado, me subía al alambrado y me tiraba arriba del animal -risas-. Pero en el campo eso es normal. Tuve una infancia muy bucólica, pero yo no tengo ningún resentimiento por la pobreza ni por nada. Estoy feliz de lo que viví, de lo que hice. Vivo feliz de la madre que tuve, porque me acompañó siempre, siempre, a pesar de haberse quedado sola con el cuidado de los otros chicos. Éramos 10 hermanos, murieron dos muy jovencitos. El resto todos siguieron la vida religiosa, las cuatro mujeres y los varones.

-¿Por qué cree que todos eligieron ese camino?

-Eso hay que preguntárselo al Padre del cielo. A mí nadie me obligó, nadie me empujó. Ni mi madre ni nadie. Yo sentí el deseo, la vocación. Por aquellos caminos irrefutables del Señor, un capuchino me invitó para el seminario. Cuando comencé a estudiar, a mí me encantaba. Hasta los domingos yo era feliz leyendo las obras clásicas. Para mí era un delirio.

Dri se ordenó como sacerdote a los 25 y desde entonces ha dedicado su vida entera a Dios y al servicio de las distintas comunidades en las que vivió. El 12 de octubre pasado, día en que recibió en la Catedral Metropolitana sus atributos cardenalicios, vivió una jornada de muchas emociones, no solo por el nombramiento, sino también porque a la misa asistieron muchas personas de los pueblos en los que él vivió, a quienes no veía desde hace décadas.

“Estaba la Catedral repleta, repleta. Me sorprendió muchísimo. Nunca pensé que por este fraile iba a ir tanta gente, incluso de pueblos vecinos vinieron. Alquilaron colectivos y se vinieron desde Alvear, de General Lagos, Pueblo Esther, de toda esa zona. Fue una situación muy vergonzosa, porque yo no merezco nada de eso, pero de alegría, porque la gente responde, ¿viste? Me conoce desde hace muchos años y bueno, se enteraron de eso y corrieron. Todos esos pueblos son muy queridos por mí, muy recordados. Ellos se acuerdan de mí porque yo iba en la chata recorriendo los pueblos, celebrando misa, catequesis, todo. Celebraba hasta seis misas por domingo, pero era joven, no me cansaba”, recuerda desde su oficina.

El confesor del Papa

En los últimos años, Francisco mencionó a Dri en al menos cinco ocasiones, entre encuentros con religiosos y homilías, destaca Vatican News. La última vez fue en un encuentro con los sacerdotes de Roma en San Juan de Letrán:

“Recuerdo a un gran confesor, un padre capuchino, que ejercía su ministerio en Buenos Aires. Una vez vino a mi encuentro, quería hablar. Me dijo: ‘Te pido ayuda, tengo siempre tanta gente delante del confesionario, gente de todo tipo, humildes y menos humildes, pero también muchos sacerdotes. Perdono mucho y a veces me viene un escrúpulo, el escrúpulo de haber perdonado demasiado’. Hablamos de la misericordia, y le pregunté qué hacía cuando sentía ese escrúpulo. Me contestó así: ‘Voy a nuestra capillita, delante del sagrario y le digo a Jesús: ‘Señor, perdóname porque he perdonado demasiado. ¡Pero fuiste tú quien me dio el mal ejemplo!’. Esto no lo olvidaré nunca. Cuando un sacerdote vive así la misericordia consigo mismo, puede darla a los demás”.

-¿Usted se acuerda de esa anécdota?

-No lo recuerdo, pero él lo cuenta, así que debe ser cierto. Es el tipo de cosas que yo iba a preguntarle cuando tenía dudas. Yo con él tengo bastante afinidad y bastante confianza desde que él estaba acá y era primado. Iba a verlo cuando era más joven y tenía mis rayes. Él me recibía a cualquier hora, incluso en el horario de la siesta, y siempre con dos palabras me clarificaba todas mis dudas. Era muy amable. En esa época tenía mis escrúpulos, porque en la confesión a veces hay cada problema que uno no sabe cómo manejar. Y a veces hay que ser cuidadoso de no equivocarse con lo que uno aconseja o dice, ¿no? Entonces él enseguida me clarificaba todo lo que yo le preguntaba, clarito, clarito. Además, él venía acá muchas veces y cuando pedía confesor, yo estaba ahí para atenderlo, para escucharlo. Hasta 2013, cuando lo hicieron Papa.

-¿Se acuerda de ese día?

-Sí. me acuerdo muy bien, muy bien. Eran las 4 de la tarde y yo estaba confesando en el templo. Escuché la campana de la torre y salí enseguida y pregunté: “¿Quién es?”. Me dijeron: “No sé, pero hay humo blanco así que hay Papa”. Pronto dejé todo y me fui a la sala de televisión a ver. Y cuando lo vi me desarmé, porque ¡caramba! nunca pensé que un argentino iba a ser Papa.

-Desde entonces, ¿lo ha vuelto a ver?

-En el 2018 me invitó a visitarlo y fui. Estuve 10 días con él en Santa Marta. Así que comíamos, como estás tú y yo ahora, así comíamos, enfrente. Él me pasaba alguna cosita. Yo le pasaba algo mío. Y aprovechó él a pedirme que lo confesara, y charlamos en algún momento en privado. Estuvo muy bien.

Desde que recibió la noticia de que fue nombrado cardenal, Dri y el Papa han mantenido una fluida correspondencia, además de un llamado. El flamante cardenal le planteó su desconcierto. Aunque entiende que, tal como lo declaró Francisco en su momento, la elección se debió a su “asidua atención al confesionario”.

-Yo recibo acá, doy la mano, beso la mano, sea quien sea. Pregunto: ¿Cómo te va? ¿De dónde venís? ¿Cómo te llamás?, para estar cerca, ¿viste?, para la confianza. Pregunto: “¿Qué te sucede?”. A veces son problemones, a veces son problemas, a veces son tonterías, a veces son desequilibrios, locuras.

-Tantos años confesando debe haber aprendido mucho, ¿no?

-Sí, se aprende mucho confesando, como se aprende dando clases. La primera lección es aprender que uno es tan limitado, tan pobre, tan pecador como el que está junto a mí. No hay que creerse que uno está más arriba ni que el otro porque viene a confesarse es más pecador, más pobre, más infeliz, no, no: yo soy pecador también y me confieso todas las veces que puedo. Hay que tener la convicción de que somos limitados. Yo no soy juez de nadie, yo tengo que ser hermano de todos. Recibo a todos y animo a todos a seguir adelante confiando en la misericordia de Dios. Porque si hay algo que es infinito, sin límites, es el perdón y la misericordia de Dios. El pecado del ser humano, tiene límites, pero el perdón de Dios no tiene límites. Dios vino a perdonar, Dios vino a buscar al pecador, Dios es amor, Dios es paz, es misericordia.

Dri se mueve en silla de ruedas por los pasillos del antiguo claustro empujado por Sara, la secretaria del Santuario. Ella lo frena en un lugar estratégico, junto a un gran ventanal, para las fotos. “Van a tener fotos para cuando él sea Santo -dice ella-. Lo digo en serio, recuerden lo que les digo: él va a ser santo”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/guarden-la-foto-va-a-ser-santo-el-fraile-capuchino-de-96-anos-confesor-de-bergoglio-a-quien-el-nid10112023/

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